Fue uno de esos encuentros totalmente fortuitos. Dentro de esta categoría solo existen dos clasificaciones posibles: los que te alegran y los que no. Este era de los segundos, en una escala de entusiasmo que todos podáis entender hubiese preferido que el tranvía me atropellase lentamente antes que encontrármela a ella. El caso es que yo estaba en la Fnac, canturreando algo mientras miraba un libro muy caro con un titulo tentador “la simbología en la pintura” y soñaba despierta pensando lo bien que estaría poder comprarlo cuando apareció ella. Apareció de la nada, sin avisar, sin anestesia, a traición. Toda sonrisas y frases cariñosas. Ella, que mientras fuimos compañeras de clase no se había dignado ni a escupirme a la cara. Ella, que me era totalmente indiferente. Decir que me sorprendió aquella reacción tan amistosa sería casi un eufemismo, pero como no hay una manera mejor de describirlo sin usar palabrotas dejaremos mi reacción en sorpresa. Elegancia ante todo.
-¡Hola Conchi!
Odio que me llamen Conchi, o Conchita. Mis padres no me pusieron este nombre para empeorarlo aún más. Sonrio, una de esas sonrisas con demasiados dientes que en realidad significa que esperas que el infierno se abra y te trague. De inmediato me doy cuenta que esto no se va a limitar a un saludo formal con su correspondiente “me he alegrado mucho de verte” y su mutis. No tendré tanta suerte, se ve a la legua que quiere charla. Sonríe acarameladamente y después de soltar la ristra de formalidades habituales en estos casos dispara sus autenticas intenciones a bocajarro.
-Oye, me he enterado de lo tu libro. ¿Qué bien, no?¿Como lo llevas?
Nueva sonrisa forzada, mismo deseo de que me caiga encima un piano. No me pregunto como sabe eso, forma parte de ese tipo de personas que siempre está al tanto de todo sobre todo el mundo. No quiero hablar del tema hasta que sea cosa hecha porque sería vender la piel del oso de antemano y con ella eso podría tener como consecuencia futuros terceros grados. No, antes que me viviseccionen con una cuchara de plástico. Hay que cambiar el tercio de la conversación, necesito pensar algo. Rebusco en mi cerebro y hago la peor pregunta del mundo.
-Bien, bien. Ya sabes muchas horas delante del ordenador. ¿Cómo van tus escritos?
Imposible seguir la narración sin soltar un taco: Soy gilipollas. Me mira ofendida y me doy cuenta dos segundos demasiado tarde de que acabo de meter la pata. Ella interpreta que yo desde el podio de mi éxito literario (lo que ella interpreta como éxito literario, porque a día de hoy ambas estamos empatadas a cero en el marcador de libros publicados) estoy tratando de humillarla al preguntarle por su eterna novela. En realidad intentaba escaquearme de una pregunta, tratando de no meter la pata acabo de cubrirme de gloria. Brillante estrategia.
-Acabé hace unos meses-Me contesta en un tono totalmente gélido- Ahora la estoy revisando, pero creo que la voy a traducir para mandarla al extranjero, o igual la sacó directamente en digital. Es una literatura que no está hecha para el gran público. No es para todo el mundo, como la tuya.
Ya estamos con los concursos de quien mea más lejos. Asiento con diplomacia, le deseo suerte y calculo la distancia que hay hasta las escaleras mecánicas. Igual si doy la espantada puedo huir antes de que se recupere de la sorpresa. Imposible, tuve que aguantar media hora eterna sobre las injusticias del mundo editorial y lo incompetente (o ruin) que es esta industria. La amarga lucha del artista contra el sistema opresor y mercantilista. Que me vas a contar
-Tú has sido más lista. Has escrito lo primero que te ha venido a la cabeza y te ha salido bien.
-Si, soy un genio del marketing-Contesto sin entusiasmo
¿Colará si la mato y alego defensa propia? Como no estoy segura, me despido y me largo. Ya no quiero comprar libros, ahora prefiero averiguar cuantas frases soeces puedo construir sin repetir adjetivos. Os aseguro que muchas
Nunca he estado dispuesta a entrar en juegos de roces y envidias, de celos infundados y todo lo que acarrean. No me creo en condiciones de mirar por encima del hombro a nadie y menos a raíz de lo que cada cual pueda considerar como “literatura digna” o aun peor “arte”. Si quiere jugar a la artista maltratada me parece perfecto, toda actitud es respetable, pero que me deje al margen. Hay mucha otra gente mejor dispuesta a entrar en estos eternos debates, que por otra parte son como vaciar el mar con un cubito; entretienen hasta que te das cuenta de que no vas a ninguna parte.
Tal vez mañana una editorial decida hacer justicia cósmica y publique su obra, entonces podrá volver a mirarme desde la cumbre de su excelencia y yo me quedaré exactamente donde estoy. Ambas seremos más felices, se restablecerá el orden del universo. Ella luchando duramente con las arduas metas de la “alta literatura” y yo en mi casa echándole horas al ordenador sin más pretensión que acabar mis historias y tener la inmensa suerte de haya quien las lea. Que perduren o no. Que sean éxitos o fracasos. Eso ya escapa de mis manos. Solo espero que no llegue el día en que necesite compararme con nadie para sentirme “artista”. Si llega, por mi propio bien, matadme.