martes, 29 de diciembre de 2009

La luz del bosque

Entrada larga y pobremente escrita. Estoy poco satisfecha con esta para que negarlo, porque los personajes que salen en ella se merecen algo mejor. Para disculparme por mi torpeza literaria les dejo una dedicatoria:
Para Sir Edward porque todos necesitamos un geek (el caballero andante moderno) en nuestras vidas y él es el mas osado y sufrido informático que conozco. Para Silvio, el niño de la imaginación prodigiosa que me reconcilió con la infancia y me hizo descubrir que los críos pueden ser alucinantes, y para sus fantásticos padres. Y, como no, para Rizel, mi driade cazadora de dragones favorita. Os merecéis mas y os debo una





Hazme un sitio en tu montura
Caballero derrotado
Hazme un sitio en tu montura
Que yo también voy cargado de amargura
Y no puedo batallar
Serrat


Yirkash estaba tan concentrado en su hechizo que no vio que la oscuridad se le venía encima como una ola gigantesca en mitad de una tormenta. Un golpe helado lo empujó contra los barrotes, el metal cedió y el goblin rodó arrastrado por una nada que parecía calar hasta los huesos y se le metía por la boca y por la nariz aplastándole los pulmones. Cerró la boca con fuerza e intentó reservar el poco aire que le quedaba e intento encontrar algo a lo que agarrarse. No estaba dispuesto a morirse ahora que había tenido la libertad casi al alcance de la mano. Recordó las tardes de invierno al calor de la forja, cuando por fin acababa su larga jornada y se sentaba en un rincón, con la espalda apoyada contra la pared cansado como un perro. La sensación de satisfacción con el trabajo bien hecho, la felicidad del descanso merecido, su cena sencilla y casi siempre solitaria iluminada por el rescoldo de las brasas. No quería renunciar a aquellas cosas “Si la huesuda quiere cogerme tendrá que esforzarse” pensó desesperado antes de darse cuenta de que había dejado de girar y volvía a respirar con normalidad.

La oscuridad se desvanecía a su alrededor a jirones, como la niebla ante el sol de la mañana, las sombras parecían huir de él. El herrero tardó un momento en lograr reaccionar. Estaba agarrado a una roca en mitad del arroyo, temblando de pies a cabeza, el agua apenas le llegaba por las axilas y la corriente no era fuerte pero aun así no era capaz de soltarse ni de moverse. Estaba al otro lado de los barrotes, la salida de la gruta estaba tan cerca que podía escuchar el rumor del agua despeñándose montaña abajo. Frente a él solo tenía una enorme extensión negra sin forma, casi solida, que parecía haberse tragado el mundo entero. Yirkash gritó llamando a Dujal y a las esclavas, esperaba verlos salir de aquel vientre de alquitrán sin embargo los minutos pasaron y nada se movió, nada contestó. Los llamó otra vez mientras el cuerpo se le entumecía y despertaban en el todo tipo de dolores. No era capaz de mover el hombro izquierdo sin sentir un dolor punzante y agudo que lo obligaba a apretar los dientes. Las palmas de las manos eran un latido sordo y constante, las sentía hinchadas y torpes pero ni por esas estaba dispuesto a soltar la roca. Tenía que esperar. Alguien saldría, alguien tenía que salir. Le horrorizaba ser el único superviviente.

Seguramente no pasó demasiado tiempo dentro del agua helada, aunque le parecieron siglos, a veces el cuerpo se le aflojaba, entonces se espabilaba desesperado y volvía a gritar. Tal vez habría muerto allí, congelado a pocos pasos de la salida sino fuera porque los caminos de la fortuna son sin duda muy extraños. La desesperación estaba a punto de volverlo loco cuando le pareció escuchar algo dentro de la sombra, un chillido agudo e histérico, que era ni mas ni menos que el terror hecho ruido. Yirkash volvió a gritar y de nuevo un grito asustado le respondió. Ya no cabía duda, algo dentro de la oscuridad respondía a sus llamadas. El goblin no quería regresar allí dentro ni por todo el hierro del mundo, dudó un momento encogido y asustado, aferrado a su salvavidas. Los chillidos se convirtieron en un sonido muy parecido al llanto, entonces el herrero cogió aire y sin pensárselo más se zambulló en la negrura.

Allí no había agua, ni sonido, casi no parecía que hubiese suelo. Solo una desoladora sensación de tristeza, el goblin quiso llamar a sus compañeros pero de su garganta no salió nada, se giró buscando a tientas y entonces la vio; en mitad de la oscuridad había una silueta borrosa. Yirkash tuvo que entrecerrar los ojos para distinguir algo. Dos hermosos ojos ambarinos lo miraron con curiosidad. El herrero se quedó hipnotizado ahora veía claramente a una pooka de melena castaña que sostenía entre los brazos a un gatito tricolor que le hundía la cara en el pecho como si quisiera esconderse allí para siempre.

-No puedo salvarlos a los dos- Le dijo la figura, su voz era un susurro seco

El herrero recogió al cachorro de sus brazos, reconocía a la gata delgaducha. Al acariciar la piel sucia del animalito sus temores se calmaron en parte, un pellizco de felicidad le encogió el corazón. Había sobrevivido alguien mas, ya no estaba tan desoladoramente solo. Alzó la vista para ver como la pooka desaparecía en silencio, deshaciendo la oscuridad al mismo ritmo que se desdibujaba su silueta. Yirkash se encontrón de golpe en la salida de la gruta. Tenia el atardecer de frente y la gatita a la que Dujal había buscado con tanto empeño en brazos. Se giró, la oscuridad ya no estaba allí y ahora tenía la certeza de que no quedaba nadie por esperar.

A sus pies empezaba un viejo camino, quizás los goblin lo habían usado hacia mucho tiempo, cuando aun no vivían encerrados en la montaña. En otros tiempos habían tenido libertad para entrar y salir a su antojo, luego las cosas cambiaron y empezaron a vivir como prisioneros en su propia casa, aunque no recordaba bien el momento exacto de aquel cambio tan drástico, ni conocía el motivo. Comenzó a descender con mucho cuidado, estaba claro que aquel sendero llevaba mucho tiempo sin usarse, estaba lleno de piedras y hierbas espinosas que se le enganchaban en la ropa y le arañaban las piernas.
Yirkash, como la mayor parte de los goblins de su generación, no había conocido el exterior “Fuera solo tenemos enemigos” solían decir los adultos “Aquí somos fuertes y el Jefe de clan cuida de nosotros” Así que él había crecido sin ningún motivo que le llevara a pensar que no tenían razón. No eran prisioneros, cualquier goblin con un buen motivo y los documentos adecuados podía salir de la montaña, aunque conseguir estos requisitos era cada vez mas complicado y las historias del exterior cada vez se volvian mas terroríficas.
El herrero no despegaba los ojos del camino. Acostumbrado a vivir en la penumbra, la escasa luz de un atardecer avanzado le molestaba, no quería pensar como se las arreglaría cuando saliese el sol al día siguiente, de hecho no quería pensar en el día siguiente porque estaba agotado y dolorido, no quería asustarse así mismo pensado en el futuro. Llevaba a la gatita pegada al pecho y el calor de aquel cuerpecillo peludo y confiado le daba cierta tranquilidad. No, nada de pensar en que pasaría al amanecer y el sol lo dejase al descubierto en un mundo hostil y desconocido, mejor concentrarse en cada paso y seguir bajando.
Durante su infancia la montaña había sido un hogar acogedor para él, lleno de privilegios y lujos, después todo había ido a peor. Recordaba perfectamente el día en que su vida había empezado a torcerse; fue cuando se proclamo el bando que prohibía las ventanas y demás salidas no autorizadas al exterior. Según el bando que se leyó a viva voz en la Plaza de Mercado podían delatar su posición al enemigo. “¿Qué enemigo?” pensó entonces mirando con tristeza el hueco cegado de su ventana. No lo preguntó porque conocía la respuesta “los sidhe y su gente” dirían. Sus padres habían perdido a otro hijo en la Guerra de los Sidhe y eran totalmente fieles a cualquier cosa que el Jefe de Clan ordenara. Para ellos fue el exterior y no la guerra lo que había acabado con aquel hermano al que nunca conoció. Era un crío entonces y aquella noche lloró en su cama sin entender porque le habían quitado un paisaje que amaba, aquella noche también escuchó llorar a Nanyalín, ella se había tapado la cara con la manta y ahogaba sus sollozos. Fue extrañamente consolador descubrir que había alguien que estaba más triste que él. Tardó muchos años en comprender que aquella ventana era la única libertad de la que la gozaba su esclava. Y ahora él estaba allí fuera, ahora formaba parte del paisaje y estaba helado, no le quedaban fuerzas para nada y el cuerpo le dolía más y más. Sobre todo el hombro se estaba volviendo una autentica tortura.

Para cuando acabó el descenso apenas era capaz de levantar un pie del suelo, a cambio tenia bastante claro que era lo iba a hacer a continuación; lo primero era encender un buen fuego para pasar la noche. Tal vez no fuese una buena idea pero él necesitaba descansar y entrar en calor o no llegaría mucho mas lejos, en cuanto amaneciese volvería a ponerse en marcha. Buscaría un pueblo, una aldea, lo que fuese. Necesitaba un lugar donde pudiesen hacerse cargo de la pequeña pooka. Él no podía acercarse a la Corte bajo pena de muerte, tendría que probar en sitios aislados. No tenía ni idea de cómo recibirían a los goblin por los alrededores pero no le quedaba mas opción que arriesgarse a averiguarlo. Después volvería a la Ciudad de Piedra, y buscaría a Nanyalín y a los demás. Necesitaba una certeza sobre lo que hubiese podido pasarles.

Camino un rato casi sonámbulo, hasta que no pudo más. Se había internando en el bosque todo lo que le había sido posible, huyendo de los senderos y las zonas despejadas. Hasta que llegó a las ruinas de lo que parecía una vieja choza de pastores. Aun conservaba algo de techo y lo que quedaba en pie parecía solidó, bastaba como refugio. Se dejó caer al suelo junto a los restos de un muro de piedra carcomido por el musgo y las enredaderas. Al menos aquellas tristes piedras ofrecían algún resguardo del cruel viento de otoño que gemía entre los árboles. Reunió unas cuantas ramas empapadas de rocío e hizo un montón más bien pobre. No era lo más adecuado para hacer fuego pero Yirkahs era un herrero goblin y el fuego era su dominio. Escupió sobre la leña y tras un breve estallido lleno de chispas y humo las llamas se alzaron alegres donde parecía imposible que el fuego pudiese prender. Yirkash suspiró arrimándose al calor todo lo que lo que le fue posible. La gatita se acurrucó entre sus piernas ronroneando satisfecha. Aquel fuego se mantendría en danza siempre que él no se durmiese y mantuviese la atención puesta en sus llamas. El herrero no podía dejar de pensar que tal vez la luz acabase por atraer compañía no deseada, así que estaba dispuesto a hacer el esfuerzo de mantenerse despierto y alerta. De todos modos el dolor del hombro era cada vez mayor, cualquier movimiento lo hacía apretar los labios y ninguna postura era cómoda demasiado rato, ante tal panorama dormirse era una posibilidad muy remota. Tal vez se hubiese roto algo, no tenía manera de verse la espalda y empezaba a estar preocupado. Las manos eran otro asunto tenia dos quemaduras alargadas en las palmas, hechas sin lugar a dudas por los barrotes que cerraban la cueva. El metal debía haber alcanzado una temperatura impresionante porque no resultaba facil quemar a un goblin, a menos que se usara algún tipo de fuego mágico. Era la primera vez que le ocurría algo semejante y no tenía ni la más remota idea de cómo debía curarse esas heridas o al menos aliviarlas.

El trote de un caballo interrumpió sus pensamientos. Era un paso tranquilo, amortiguado por las hojas que se escuchaba casi al compás de un curioso crujido, un chirrido que Yirkash conocía a la perfección: placas de metal oxidadas chocando entre si. Alzo la cabeza, la gatita se había despertado y tenia las orejas tiesas y el lomo erizado “Calma enana, calma” susurró “Creo que nadie armaría tanto escándalo si pretendiese atacarnos”. Pensó en apagar el fuego y esconderse por precaución pero no tuvo tiempo, de entre los árboles surgió la cabeza de un caballo flaco, los años le habían vuelto la mirada vidriosa y tenia pelo apagado, mas amarillo que blanco. Sobre el anciano animal había un hada que tampoco parecía demasiado joven, era una figura robusta, embutida en una armadura abollada y salpicada de manchas de oxido, una capa vieja y raída de un color que parecía haber sido roja en algún momento le caía sobre los hombros. El personaje se acercó prudentemente al fuego y alzó la mano en un saludo amistoso del que Yirkash no entendió una sola palabra. Solo escuchó una voz rimbombante, tan sonora que era casi teatral. El herrero lo miró con hostilidad y sacudió la cabeza. La gata bufó sin demasiadas ganas.

-¡Campamento¡-Dijo entonces el recién llegado, hablaba la lengua goblin como si estuviese mascando limaduras de hierro, pero al herrero le maravilló que allí fuera alguien hablase su idioma.

-¡Campamento¡ -Repitió alzando el dedo índice hacía el cielo con un gesto exagarado-Invoco la sagradas normas de cortesía que rigen los caminos.

Yirkash sacudió la cabeza como si esperase que aquel personaje fuese producto de su mente adormecida y volvió contemplarlo demasiado perplejo para desconfiar. No conocía nada de ninguna sagrada regla de campamento, tal vez fuese una costumbre del exterior, tal vez fuese una trampa. Sin embargo el hada hablaba su idioma y si algo sabían los dioses es que necesitaba ayuda.

-Eres bienvenido a mi fuego-Le respondió según la formula de cortesía goblin.

El caballero se frotó las manos satisfecho y se sentó junto a la llamas sin esperar mas invitaciones.

-¡Que curiosa pareja¡-Exclamo contemplándolos- Y que poco habitual en estos parajes. Un goblin y un pooka. Sencillamente pasmoso.

Yirkash no respondió. No sabía que decir.

-Pero que horrible, que deleznables modales los míos. No me he presentado a mis distinguidos anfitriones-El hada se puso en pie he hizo una elegante reverencia, que hubiese parecido imposible de realizar cargando tanta chatarra-Sir Edward Goldwing a su eterno servicio.

El herrero necesito unos segundos para asimilar tanto teatro y organizar sus pensamientos.

-Yirkash. Herrero del clan de la Forja- Se escuchó decir a su mismo-Ella no tiene nombre.

-¿Lo ha perdido?-Dijo volviendo a sentarse con expresión risueña-No sería de extrañar, los retoños de tan tierna edad lo pierden todo- A continuación soltó una sonora carcajada.

“Está totalmente loco” pensó el goblin observándolo receloso. ¿De donde podía salir alguien así? A la luz de las llamas podía verlo mucho mejor, era un hada de porte distinguido. Tenía el pelo canoso y la piel morena y curtida le formaba unas alegres arrugas en los ojos y en la comisura de los labios. A pesar su lamentable atuendo, su repentino invitado tenía una extraña elegancia natural, había en el una majestuosidad que ningún harapo podía ocultar, en sus pupilas negras parecían rebosar la luz de las mismas estrellas. Se sentaba en el suelo con la misma distinción que si hubiese estado rodeado de cojines de seda. Era el anciano más noble (y menos anciano) que había visto en su vida. Yirkash lo comprendió de inmediato “Un Aen Sidhe” pensó horrorizado. No esperaba que su primer encuentro fuera de la montaña fuese precisamente un elfo de la vieja sangre, enemigos irreconciliables de su gente. Aquello no podía ser otra cosa que una trampa.

-Oh que buen fuego tienes aquí-Dijo Sir Edward quitándose los guanteletes y frotándose la manos-Que esplendido es encontrar una luz amiga donde calentarse en mitad de este bosque tan sombrío. Que maravillosa casualidad.

“Si es que hay algo de casual en esto” pensó desconfiado Yirkash cruzando los brazos sobre el pecho, cada vez tenía mas frío, para ser exactos era como si el calor se le escapase del pecho. Cerró los ojos un segundo, estaba demasiado cansado para payasadas.

-Si, es bastante increíble- Asintió con voz queda

-¡Celebremos este encuentro bajo las estrellas¡ Será algo digno de contar: un goblin y un sidhe bebiendo al calor de la hoguera

Sir Edward se puso en pie de un atlético salto y se acercó a su caballo, la patética montura había dejado caer su carga al suelo para desmoronarse junto a un arbusto del que comía sin entusiasmo.

-Pero “Rompetruenos” –Exclamó el caballero-Por todos los dioses, estoy harto de decirte que no tires mis cosas de esa manera. Un caballo de guerra debe tener buenos modales. Juro ante los dioses que prefería entrar en batalla a lomos de una vaca. Si no fuera porque ningún granjero cuerdo aceptaría el cambio, tendría una vaca de guerra y sería mas educada que tu.

El jamelgo ignoraba por completo la bronca de su amo, estaba demasiado ocupado buscando brotes tiernos en aquel arbusto medio muerto. El sidhe levantó el fardo de sus pertenencias visiblemente ofendido.

-Como se haya roto algo me buscaré una bicicleta- Murmuró y después compuso su mejor sonrisa y regreso junto a la hoguera. Rebuscó en el petate y por fin sacó una modesta botella de madera, cuidadosamente cerrada, el elfo se la mostró con un gesto triunfante y tras volver a rebuscar saco un abolladísimo vaso de lata.

-Solo tengo un vaso- Se disculpó llenándolo-No suelo recibir mucha visitas. ¡Salud!

Sir Edward alzó el vaso y lo vació de un trago. Yirkash comprendió al momento que el sidhe no pretendía ser descortés, al contrario, trataba de demostrar que no había nada peligroso en su bebida. De inmediato lleno el vaso de nuevo y se lo ofreció. El herrero extendió el brazo derecho torpemente, cubriendo su mueca de dolor con una torpe sonrisa.

-Pero que demonios...-El caballero lo cogió por la muñeca y contemplo la palma de la mano, el herrero gimió a su pesar y dejo caer el vaso- ¡Esto no tiene nada de buen aspecto¡

-Nada serio- Dijo el goblin recogiendo el vaso del suelo con dedos temblorosos-Soy herrero, ha sido un accidente de trabajo.

Sir Edward volvió a llenar el vaso y esta vez se lo ofreció con suma delicadeza.

-Permitidme que os ofrezca un humilde remedio para esa herida. Siempre viajo con algunas medicinas, a mi edad y errando por estos caminos conviene ser precavidos.

Yirkash olisqueó el contenido del vaso, era un vino de olor fuerte. Dio un sorbo prudente. Una agradable sensación de calor le inundó la boca, se atrevió dar un traguito y se sintió extrañamente reconfortado. Con el segundo trago vació el vaso y le devolvió el vaso a su dueño.

-Muchas gracias. Me hacía mucha falta- Reconoció a su pesar.

-Te diré que haremos, hay un arroyo muy cerca de aquí. Voy a buscar agua para limpiar esa quemadura y si tengo suerte igual encuentro algo para apañar la cena.

-No es necesario-Se apresuró a decir, no le apetecía perder de vista al caballero.

-Oh, si cenar no es necesario entonces yo soy un troll de las montañas- Contestó sir Edward alejándose del fuego.

Yirkash maldijo para sus adentros mientras el caballero se alejaba. No sabía que hacer, nunca había escuchado decir nada bueno de los elfos, eran una raza traicionera que colgaba a los goblins de las murallas de las ciudades y los habían obligado a vivir encerrados en agujeros miserables. Hadas altivas que se creían en el derecho de gobernar solo porque sostenían ser las primeras criaturas creadas por los dioses y que no dudaban en lanzarse a guerras encarnizadas contra su propia gente solo para mantener sus derechos y honores. Los Aen sidhe odiaban a los goblin porque no querían rendirles pleitesía, ellos eran duendes libres y tan orgullosos o mas que cualquier noble. Llevaban siglos matándose unos a otros en una serie de guerras y enfrentamientos que no acababan jamás. Un conflicto en el que los duendes siempre se habían llevado la peor parte. Encontrarse ahora con un caballero errante que hablaba de curarle las heridas y compartir su cena no encajaba en ninguna de las historias que conocía. Solto un taco en voz baja, aquello no tenía buena pinta.

“Tal vez pueda convencerlo para que se la lleve con él” pensó acariciando la nuca de la gatita. El podría dejarla en una buena aldea o en un santuario, cualquiera estaría encantado de servir a un soldado de su majestad, cosa que no harían por un vagabundo viejo, harapiento y enfermo. “Aunque no tuviese la piel verde nadie se fiaría de mi”. No podía imaginarse que tendría en mente el sidhe, podría haberse limitado a cogerlo como prisionero o simplemente matarlo, era lo que solían hacerlos elfos en estas circunstancias. Si quería averiguar algo, torturarlo sería mucho más rápido que todo aquel teatro. Por muchas vueltas que le daba no lograba encontrarle ningún sentido a aquella situación. Solo podía estar alerta y esperar.

Sir Edward regresó a la carrera, sin agua y con la espada desenvainada. Yirkash se colocó delante de la gatita y con un gesto elevó las llamas de la hoguera para crear un muro entre ellos y el caballero.

-¡Oh perdona! Que estupidez por mi parte-Dijo el elfo bajando la espada rápidamente- que malentendido mas estupido. He encontrado una cosa sumamente inquietante junto al río ¿sería mucho pedir que le echases un vistazo? Tal vez tú puedas arrojar alguna luz sobre este asunto.

El herrero ordenó al fuego que descendiese. La espada del sidhe era una hoja larga y ancha, la hoja estaba mellada y ligeramente torcido, como si se hubiese doblado y hubiesen tratado de enderezarla a golpes, además el metal era de mala calidad y estaba manchado de oxido. La empuñadura y la guarda estaban cubiertas con tiras bastas de cuero desgastado. El goblin arrugó la nariz disgustado, un soldado que no sabía cuidar su arma le inspiraba muy poco respeto. Aquella espada no servia ni como garrote.

-¿Qué ocurre?-preguntó molesto. El hombro le martilleaba y ya no sabía como colocar el brazo para que dejase de dolerle.

-He encontrado algo junto al arroyo y me gustaría que lo vieses y me dieses tu opinión, si tal cosa te es posible.

El arroyo no podía ser otro que el que bajaba de la montaña de TocaEstrellas. Yirkash había intentando alejarse de él bosque adentro porque sabía que era una ruta muy usada por las patrullas de goblin. No estaba muy seguro de que tras los últimos acontecimientos quedase alguna patrulla en el exterior pero no quiso arriesgarse.

-¿Qué has encontrado?-preguntó

-Cadáveres, dos de los tuyos. Dos y medio para ser exactos.

Eso no eran buenas noticias, últimamente las noticias nunca eran buenas. Tal vez después de todo si mereciese la pena echar una ojeada.

-Vamos a ver- Dijo cogiendo a la gatita en brazos

-¿Te parece prudente llevarla?-Pregunto Sir Edward

-No la dejaré sola en mitad del bosque.

El sidhe sonrió satisfecho

-Así habla un caballero- Dijo echando a andar.

El primer cadáver apareció colgando de un árbol, la rama estaba tronchada y de sus hojas caían gotas de sangre espesa. Lo habían mandado allí arriba de un golpe, su arma un garrote de hierro sembrado de púas estaba a penas unos pasos . Al colocarse bajo el cuerpo descubrió que no había sido un ataque mágico, el desdichado tenia una profundo tajo en el estomago y parte del contenido del cuerpo estaba desparramado por el suelo. Yirksah sintió que la cabeza le daba vueltas y el estomago se le subió a la boca. En las tripas no tenia que poder vomitar pero eso solo hizo las nauseas mas desagradables, la gatita saltó de sus brazos. Se tambaleo y el sidhe se apresuro a cogerlo.

-¿Sabes que tienes una flecha clavada en el hombro?- Le preguntó sin darle ninguna importancia al hecho.

-¿Qué?-

-El astil está roto pero la punta aun sigue bien clavada. ¿Estas seguro de que te encuentras bien? Has sangrado mucho y volverá a sangrar si no te estas quieto.

El herrero parpadeó perplejo, no recordaba haber recibido ningún disparo. ¿Cuándo había disparado nadie? Antes que la oscuridad se lo tragase había aparecido una patrulla para acorralarlos, él estaba tan ciego intentando abrir una vía de escape que apenas se había enterado. ¿Era así como habían muerto sus compañeros? ¿Acribillados? Se sintió repentinamente cansado y viejo.

-Será mejor que volvamos al campamento. A fin de cuentas estos pobres están muertos y no podrán hacernos daño. En cambio tú necesitas ayuda

Era cierto, los goblins muertos no eran una amenaza, pero Yirkash sospechaba que tipo de criatura los había matado y eso no lo tranquilizaba en absoluto.

-Ahora volvemos. Quiero ver el otro cadáver.

-Está bien.

Lo ayudo a cercarse, el otro goblin estaba cerca del río, junto a las piernas de otro al que habían cortado limpiamente por la mitad, la corriente había arrastrado el tronco. Aquellos duendes no formaban parte de ninguna patrulla, eran pocos y apenas iban armados, tampoco llevaban las alabardas de la guardia. Seguramente habían salido de la montaña aprovechando la confusión y habían tenido un mal encuentro.

-Tenemos que dejar el campamento-Dijo Yirkash -No es seguro estar tan cerca del río, los ha atacado un monstruo y hace muy poco. Seguramente sigue por aquí.

Sir Edward no contestó, parecía perdido en sus propios pensamientos.

-La Dama no me hizo venir en balde ¿De qué me extraño? Ella nunca hace nada sin un motivo.

El sidhe hablaba para totalmente absorto.

-Debemos irnos-Insistió Yirkash más enérgicamente.

Sir Edward no parecía oírlo, sus ojos estaban fijos en un rastro de sangre que salpicaba la hierba y se perdía dentro de un pequeño cañaveral. Se levantó y se alejó del herrero sin dejar de murmurar. Sus movimientos eran cautelosos y a pesar de la cantidad de chatarra era escalofriantemente silencioso. El goblin tuvo que morderse la lengua para no gritar de desesperación, aquel tipo lo sacaba de sus casillas. A pesar de todo fue detrás suya.

El resto los guió hasta un cuerpo que yacía desnudo sobre un montón de juncos rotos. Pertenecía a un muchacho delgado con la piel pálida cubierta de ligeras escamas y salpicada de una sangre negra y espesa que parecía hervir sobre el suelo y quemaba las plantas como si fuera veneno. El cadáver esta cubierto de heridas, el brazo derecho le colgaba apenas de un par de tendones a la altura del codo, el izquierdo estaba oculto bajo las cañas. Sir Edward se acercó.

-¿Pero que clase de criatura es está?-Se preguntó tocándole el pie con la punta de la espada- Desde luego está muerto y bien muerto.

Lo demás sucedió a una velocidad de vértigo, el muchacho abrió los ojos de golpe, unos ojos de reptil brillantes como gemas y se incorporó con un rugido desesperado, tenia la boca llena de dientes afilados. Lanzó la mano izquierda, armada con unas poderosas garras contra la cara del sidhe, que logró esquivarla con un movimiento rápido y ágil, después dio dos veloces pasos atrás.

-¡ Un Ancestral¡-gritó el sidhe. Su espada se iluminó de repente, como una antorcha en mitad de la noche.

La criatura lo miro amenazador, había un odio terrible en aquella mirada, pero apenas tenia resuello, resoplaba y sangraba a chorros. Siseó furioso a modo de advertencia, totalmente inmóvil. El sidhe se quito la capa y la enredó en su brazo derecho, empezó a andar despacio intentando colocarse en el lado derecho del ancestral buscando el flanco mas débil. El ancestral se relamió, arqueo la espalda como si fuera un gato a punto de atrapar un ratón y saltó. Sir Edward giró el cuerpo a toda velocidad apartándose a un lado, después volvió a girarse y aprovecho que su adversario le daba la espalda para lanzar un terrible tajo con la espada. El monstruo se apartó, pero no era tan rápido como el caballero, la espada le alcanzó la mejilla de lleno. Un aullido de dolor atravesó el aire.

Yirkash estaba hipnotizado con el espectáculo, contemplaba los movimientos del muchacho pálido, convencido de que los había visto antes. Había algo familiar en aquella criatura.

-¡Patrick basta¡-Gritó desesperado.

El muchacho se volvió y le clavó una mirada de depredador acorralado que hizo que el goblin desease desaparecer de la faz de la tierra. Sir Edward aprovechó el momento de duda y le colocó la espada al cuello al ancestral.

-¡No, no no¡-Volvió a gritar el herrero sin saber casi lo que decía-¡Deteneos los dos! ¡Ya basta¡ Mi hermana…Nanyalín…

Sir Edward abrió los ojos como platos pero no retiró el arma

-¿Esta cosa es vuestra hermana?-Preguntó confuso

Yirkash se preguntó porque habría hadas afortunadas por ahí a las que les caían rayos en la cabeza mientras paseaban por el campo y él se tenía que conformarse con seguir respirando. Se acercó despacio, el ancestral no le quitaba los ojos de encima.

-¿Eres Patrick?-pregunto tragándose el miedo.

El muchacho asintió

-Yo soy yirkash, conozco a Dujal y a Nanyalín

Sir Edward miro a uno y luego al otro.

-¿Conocéis a Sir Dujal? ¿los dos?

-Él iba con Dujal…como una especie de guardaespaldas.

El sidhe envainó al espada.

-Eso es garantía suficiente para mi-Dijo-¿Está con vosotros?

Yirkash negó con la cabeza

-Estaba-Dijo- Es una larga historia…Juro que os la contaré una situación mas propicia.

Patrick se dejó caer en el suelo, sin apartar la mirada de ninguno de los dos y señaló hacia un montón de arbustos muy cerrados, lejos del río. A Yirkash el corazón le dio un vuelco. Justo donde el ancestral estaba señalando había un bulto largo, envuelto en una manta gris. Se acerco tan rápido como el dolor y las piernas le permitieron. Distinguió un pie blanco sobresaliendo de la tela. Dejó escapar una exclamación de felicidad “Nanyalín”

La mestiza estaba liada en la manta del tal modo que solo una parte de su rostro quedaba al descubierto, la habían colocado casi con delicadeza en un lugar donde la hierba parecía algo mas seca. El goblin se abrazó a ella como un naufrago se agarra a un leño a la deriva, sollozando de alegría y de alivio, incapaz de pensar en nada. Bendito monstruo, la había sacado de la montaña incluso estando malherido, no era capaz de entender la razón, ni la necesitaba. Solo podía dar las gracias una y otra vez, sin saber realmente a quien le estaba agradeciendo aquel milagro.

Sir Edward carraspeó educadamente.

-Lamento interrumpir algún tipo de reencuentro…-Dijo cortésmente.

Yirkash escuchó aquella voz como si despertara de un sueño.

-¿Y Patrick?-Preguntó de repente,

-Lo he dejado marchar-Contestó el sidhe- En estas circunstancias he creído que era lo mas prudente.

-¿Se ha marchado?

-Tan rápido como el demonio. Estas criaturas nunca son sociables.

Yirkash se volvió hacia el elfo. El Ancestral se llevaba muchas respuestas en su huida, por un momentó le tentó la idea de tratar de seguirlo.

-Llévatela, llévatelas a las dos. A la gatita y a ella, necesitan ayuda. Tu puedes llevarlas a un lugar seguro- Nunca se imaginó que le rogaría nada a un enemigo.

Sir Edward se arrodilló y apartó la manta con cuidado. Torció la boca al ver el estado del hada blanca pero no dijo nada, le puso las manos en el cuello y buscó el pulso.

-Esta viva…-Murmuró- Que me corten una mano si esto no es obra de los dioses.

-Tiene los labios azules, necesita calor, necesita un medico. Por favor yo no puedo ayudarla. Llévatelas, por favor, por favor.

-La Dama me envió para esto, no hay duda- Sir Edward volvía a hablar solo, retomo el hilo de sus pensamientos y se volvió al goblin- ¿Y tú? ¿Tu no necesitas ayuda?

-Yo no soy importante ahora, sé arreglármelas

El caballero dibujó una enorme sonrisa y le dio tal palmada en la espalda que el goblin pensó que iba a desmayarse.

-¡¡Así habla un caballero!! Creo que después de todo si que puedo ser de alguna ayuda.

Hizo bocina con las manos, tomo aire con uno de sus tipicos gestos grandilocuentes y comenzó a gritar.

Hijas del haya, y del roble

Hermanas del muerdago,

¡Sagradas señoras del bosque salid!

Os lo ordeno por el Trono de Cerezo,

Por la ceniza del espino os lo ordeno

¡No os hagáis de rogar. Acudid!

Tras esta llamada el bosque se quedó envuelto en un silencio absoluto y un instante después las copas de los árboles se llenaron de vida, tras las hojas podían escucharse los susurros de cientos de voces, como diminutos cascabeles que sonaran sin ton ni son. De las ramas empezaron a descender pequeñas y deslumbrantes hadas que brillaban como luciérnagas y agitaban a toda velocidad unas diminutas alas que relucían como el cristal a la luz de las hogueras.

-No aúlles Caldemeyn, somos pequeñas no sordas. Ojala lo fuésemos, así podríamos ahorrarnos tus horribles rimas.

Un millar de risas estallaron entre los árboles.

El hada que hablaba ante la nariz de sir Edward era rojiza de los pies al matojo de pelo centelleante que adornaba su diminuta cabeza, era pequeña y delgada como su suspiro, no vestía ropas ni llevaba adornos de ningún tipo. En la mano llevaba una pequeña lanza y nada más.

-Ya nadie me llama Caldemeyn, Pequeña Reina, eso fue hace mucho tiempo

-Ahórrate tus tristes historias, te llamaremos como queramos. ¿Acaso no somos “Sagradas señoras del bosque”? Te has olvidado de los señores, nunca sacaremos nada bueno de ti. Eres un inútil.

-¡Sin lugar a dudas lo soy¡ Por eso necesito vuestra ayuda. Mis compañeros de viaje están heridos y necesitan ir urgentemente a Fuegovivo.

Las hadas revolotearon contemplando a Yirkash y a Nanyalin, sin dejar de cotorrear entre si.

-¡Goblins¡-exclamo la roja ofendida-Tus compañeros son goblins ¿y pretendes meter a estos asesinos de árboles en el santuario de Fuegovivo?

-¿No estas dispuesta a ayudarme?

-¡Que me prenda una vela¡ ¡claro que no¡- Miro a Yirkash con desprecio- ¡Goblins¡ ¡Jamás!

Sir Edward se cruzo de brazos y alzó una ceja.

-¿Tendré que acudir a un poder mas alto?

-¡Inténtalo¡- Lo desafió el hada.

-Ya que eres tú la ofendida, debes buscarlo tú. Llama a Silvio, llama a la “Luz del Bosque”

La roja puso las manos en jarras visiblemente molesta, tras pensar un segundo se llevó los dedos en la boca y dejó escapar un agudo silbido. Al momento había sobre sus cabezas un montón de luces zumbando y parpadeando sobre sus cabezas mientras discutían con unas voces tan agudas que era imposible entender una palabra. Finalmente parecieron llegar a un acuerdo, las hadas alzaron el vuelo, reuniéndose por cientos sobre los árboles, brillaban como una lluvia de chispas. Era como si todo el bosque estuviese envuelto en un fuego multicolor.

-¿Qué hacen?-Preguntó Yirkash un poco inquieto

-Están cantando, no podemos oírlo pero están cantando- Sir Edward contemplaba el espectáculo con una sonrisa soñadora, bajo aquella luz mágica el Sidhe tenia un aspecto realmente impresionante, su armadura relucía como la plata nueva y su mirada parecía serena y sabía, era como estar delante del caballero salvador de un cuento.

De entre las luces les llegó el sonido de un silbido, un silbido normal y corriente, algo desafinado, que se acercaba entonando una cancioncilla sencilla. Las luces se fueron apagando y entre los árboles pareció la figura de un niño. Debía rondar los doce años, tenía el pelo oscuro y revuelto, algunas hojas y ramas se habían prendido en ellos, dándole un aspecto desmañado, aunque una sola mirada bastaba para darse cuenta de que la apariencia no era lo que mas le preocupaba. Su única vestimenta a pesar del frió era una piel de lobo plateada que le colgaba de los hombros, unas cuantas manchas de tierra y un farol de hierro que colgaba de una larga pértiga de madera. El niño sonrió, una sonrisa alegre e inteligente, que parecía conocer muchos secretos y bromas.

-Vaya, Caldemeyn, cuanto tiempo sin verte- Dijo a modo de saludo

-Ya no me llamo así, Silvio.

-¿Ah no?- Silvio arrugó la nariz extrañado-¿Te ha servido de algo cambiar de nombre? ¿Ahora eres otra persona? ¿Además de tu nombre has conseguido cambiar tu pasado?

El sidhe bajó la cabeza derrotado, de repente solo parecía un viejo vestido de harapos.

-No -Reconoció con tristeza.

-El pasado es irremediable-Se limitó a decir el niño encogiéndose de hombros despreocupadamente. Tan pronto como hubo pronunciado estas palabras, volvió a sonreír y señaló a las hadas que volaban sobre su cabeza-¿Y estas tontas para que me han llamado? ¿Solo para que charlase contigo?

-En absoluto señor- Protestó la roja-Este mentecato errante quiere meter a dos goblins en el santuario de Fuegovivo

Silvio contempló a Yirkash un momento. El herrero estaba acostumbrado a que lo miraran como si fuese alguien sin la menor importancia, no estaba preparado para los ojos del niño silvestre. Lo miró con una sencilla y llana simpatía libre de compasión, como si fuese un igual, el goblin agachó la cabeza huyendo de aquella mirada que lo hacia sentir incomodo. Cuando se acercó a Nanyalín y apartó la manta del cuerpo de la mestiza no fue capaz de decir nada.

-Están heridos ¿Por qué no podrían ir al santuario? Ella no verá el amanecer si no recibe ayuda.

-¡Son enemigos del bosque¡-Chillo la roja

-¿Has visto a algunos de estos dos duendes maltratar al bosque con sus propias manos? ¿Te han ofendido en algo?- Silvio hacia las preguntas con la curiosidad ávida de los niños, en su tono de voz no había enfado ni soberbia, solo curiosidad.

-Bueno no… pero…su gente…-Trató de decir el hada

-Dos ovejas no hacen un rebaño. Ahora mismo tu eres un pobre ejemplo de todos los tuyos- Silvio puso los brazos en jarra e infló el pecho con determinación- Además soy yo quien decide si hay que llevarlos y he decidido que si.

-Como tu órdenes- Suspiro el hada un poco avergonzada.

-Pues si yo ordeno, tu y tu amigas vais a coger ese manta con mucho cuidadito y me ayudáis a llevarla. ¡Caldemeyn¡ trae a ese animal que tu llamas caballo y ayuda a montar al goblin. Nos vamos al santuario

Al ver acercarse a Sir Edward sosteniendo las riendas de su montura Yirkash logró reunir fuerzas y valor para alzar la voz.

-Nunca he montado a caballo-Reconoció muy poco atraído por la idea de subir a la grupa de aquel animal

-Ni vas a montar, al menos por ahora- Dijo Silvio en tono travieso- Porque si eso es un caballo, entonces yo debo ser una carpa de lago.

Las hadas rompieron a reír, su risa sonaba como la lluvia sobre la hierba. Yirkash se vio tan demolido por aquel argumento que ya no fue capaz de protestar. Sir Edward lo cogió casi en volandas y lo puso sobre la silla de montar. Silvio encendió la vela de su farol dándole unos golpecitos con el dedo

-En marcha- Dijo poniéndose al frente del grupo y cargándose la pértiga sobre el hombro derecho.

Caminaban tras la luz del farolillo de Silvio como si persiguieran un faro, tras ella un montón de hadas habían cogido los picos de la manta de Nanyalin, convirtiéndola en una hamaca improvisada que flotaba en el aire sostenida por un montón de luciérnagas y tras ese extraño espectáculo iba Sir Edward, cogiendo a su caballo por las riendas con la mano derecho. La gatita se había instalado en su hombro con un equilibrio de pajarillo y su cola se sacudía sobre la capa desteñida para mantener el equilibrio. A Yirkash le parecía que el camino no acababa nunca, intentaba agarrarse a la silla de montar como podía pero las ampollas de sus manos habían reventado y el dolor le había agarrotado los dedos. Cada sacudida era una tortura, la espalda no lo dejaba estar recto, ni curvarse demasiado. Intentaba sujetarse apretando las piernas al cuerpo del caballo pero le faltaba práctica y fuerzas. Finalmente Sir Edward notó sus dificultades, se subió en el caballo tras él y le paso un brazo por el pecho para evitar que se cayese. Desde ese momento Yirkash perdía y recuperaba el conocimiento de rato en rato, de tal modo que cuando cruzaron el umbral del santuario solo fue capaz de distinguir que se lo tragaba un arco de luz blanca.

Al tratar de espabilarse y acostumbrar los ojos a la luz vio que varios sátiros armados con lanzas se acercaban a ellos. Estaban en una amplia galería de techos altos, era una cueva redonda pero aquella no tenia nada que ver con los túneles donde vivían los goblin. Las paredes eran de piedra blanca, llena de vetas brillantes que parecían brillar por si mismas, y los techos estaban cubiertos de enredaderas cuajadas de hojas oscuras. El aire olía a resina y a flores frescas,

-¡Saludos Fuegovivo!-Silvio alzó la voz ante los centinelas y estos bajaron las armas.

-¿Qué nos traes aquí?- Preguntaron los sátiros sonriendo sorprendidos cuando las hadas dejaron la manta sobre el suelo.

-Traed a alguno de vuestros ancianos. Es un asunto urgente.

Un sátiro rubio miró al niño extrañado

-¿Es que no sabes que por estas fechas nos trasladamos al refugio de invierno? No hay ningún anciano al que podamos consultar, Silvio.

-Ah- Exclamo Silvio dándose una palmada en la frente y mordiéndose los labios- Había olvidado que estamos en otoño. ¿Ya se han ido todos?

-Solo queda un anciano, y no lo puedes molestar. Tendrás que conformarte conmigo.

La respuesta atravesó la galería, precediendo a una sátira que avanzaba hacia ellos con tranquila seguridad, el cabello rizado le caía sobre los hombros morenos como un manto de hojas otoñales. Vestía una túnica color vino que se le ceñía al cuerpo desvelando mas de lo que tapaba. Se agacho con una sonrisa radiante y extendió los brazos hacía Silvio.

-¡Mesalina¡.-El niño dejó caer el farol y salió corriendo a abrazarla.

-Me alegra verte- Contesto la sátira tras regarlo de besos y alzar la vista hacia Sir Edward- ¿Qué nos traes?¿Solo elfos cansados?

-No soy yo quien precisa su ayuda, mi dama- Respondió sir Edward bajando del caballo y ayudando a bajar a Yirkash- Son mis compañeros.

Los ojos de la sátira miraron con desaprobación al goblin

-¿Es una broma?

-Cosas de la Dama-Dijo el sidhe.

Mesalina resopló y se apartó la melena de la cara con un brusco movimiento de cabeza.

-Perfecto, si hay algo que me guste menos que los soldados que no van de putas eso son las viejas vírgenes por muy bellas que sean.

-Señora, yo no puedo pagar por tales menesteres, no desmerezco vuestros encantos y no es tema para hablar con niños delante.- Empezó a disculparse Sir Edward poniéndose totalmente colorado- Y Dama es…

-Un pájaro de mal agüero- Lo interrumpió Mesalina- Y que Silvio sea un niño no es más que un pretexto para no llamar las cosas por su nombre.

El sátiro rubio se acercó a la manta y retrocedió al ver su contenido.

-Lina, ven a ver esto- Le dijo en tono urgente,

La sátira se acercó y ahogó una exclamación de horror. Se agacho ante la peloblanco y le puso una mano en la mejilla.

-¿Qué animal ha hecho esto?- Preguntó horrorizada-Esta fría como el hielo, casi ni respira. Es tarde para ella…aquí poco podemos hacer.

Mesalina recorría el cuerpo maltrecho con manos de experta, negando la con la cabeza y arrugando la nariz disgustada por el olor.

-Esta destrozada. Solo podemos hacerla dormir para se vaya en paz.

Yirkash quiso protestar. No había llegado hasta allí para escuchar eso sin más.

-Son amigos de Sir Dujal- Se le adelantó sir Edward.

Mesalina se volvió hacia el sidhe con una chispa de esperanza en los ojos.

-¿Dujal? ¿Sabes donde está? ¿Lo has visto?

-Solo sé que iba con ellos. Seguramente ellos te contarían mas cosas si estuvieran en condiciones.

Mesalina se volvió hacia la herida, algo había llamado su atención

-Traedme un poco de agua. ¡Rápido¡

Silvio no tardó casi nada en obedecer el encargo. Mesalina se puso a limpiar una de las piernas de la mestiza, al retirar la suciedad quedó al descubierto el brillo apagado de un pequeño tornillo metálico, sujeto a un tobillo delgado y retorcido. La sátiro contuvo el aliento y limpio también la pantorrilla hasta que pudo ver una larga y vieja cicatriz. La expresión de la sátira se torció con un gesto entre el odio y la resignación.

-Mala hierba…-Masculló entre dientes. Se puso de pie y miró a Sir Edward como si lo considerase mensajero de malas noticias- Hubiese preferido a Dujal

Se volvió a los sátiros que la miraban esperando ordenes.

-Llevadla al Juicio de los Árboles- Les ordenó

-¿Cómo has dicho?- El satiro rubio no ocultó su incredulidad-Eso debe decidirlo un anciano, no tu.

-Ve a ver al anciano y dile que le has negado el Juicio a ella. ¿Lo has visto enfadado alguna vez?-Respondió ella en un tono que no admitía discusión- Yo hablaré con él

Los sátiros levantaros el cuerpo a toda velocidad, y se marcharon seguidos por Mesalina.

Sir Edward alzó la voz

-¡Mesalina!. Hay otro herido que atender.

La sátira se giró buscando ayuda y su vista tropezó con una driade que estada en el otro extremo de la sala pintando una gran mural. El hada estaba tan metida en su tarea que parecía no haberse enterado de nada. Se afanaba en esbozar un dibujo de enormes dimensiones, apenas esbozado con algunos colores. Representaba un feroz dragón con las fauces abiertas.

-Rizel, encárgate tú.

La driade se giró asombrada, tenía un pegote de pintura roja en la nariz.

-¿Yo? ¿De qué me encargo?-Pregunto retirándose un mechon de pelo color ciruela de la cara con el dorso de la mano.

-Lleva al goblin a la enfermería, por favor. Asegúrate de que lo atienden como es debido.

La driade se giró hacia Sir Edward y el goblin contemplándolos un segundo, luego se volvió a mirar su dibujo fastidiada.

-Está bien- Se resignó dejando el pincel y la pintura con cuidado en el suelo-Pero si me estáis interrumpiendo cada dos por tres no acabaré de hacer escamas en la vida, si al menos….

Rizel no acabo la frase porque Mesalina sencillamente ya no estaba allí para escucharla. La driade se limpió las manos sobre su vestido de corteza y se acercó hasta donde estaba Sir Edward. Su enfado se disolvió de inmediato. El sidhe estaba arrodillado en el suelo intentando calmar a al goblin, que luchaba por levantarse del suelo.

-¿A dónde se la llevan?¿a donde se la llevan?-Preguntaba. Los ojos del duende eran vidriosos y estaba sudando. Deliraba

Solo había que mirarlo para darse cuenta de que el duende estaba agotado, pero que su preocupación era aun mucho mayor que su dolor o su cansancio. Rizel se agachó a su lado.

-Tranquilo-Le susurro-Tranquilo. Estará bien. Ahora vamos a encargarnos de ti.

El goblin se volvió a hacia ella.

-¿Cómo es que hablas mi idioma?- Le preguntó confuso.

-No hablo tu idioma, ni tú el mío. Esto es Fuegovivo, aquí todos nos entendemos.-Contestó suavemente.

Rizel puso su mano sobre la frente del goblin. Yirkash pudo oler la oler la pintura antes empezaran a pesarle los párpados. El paisaje a su alrededor se desdibujaba, las fuerzas se le diluían y con ellas se iban toda las preocupaciones, la ansiedad, el dolor. Comprendió que era un hechizo de sueño justo en el momento en que se le cerraron los ojos.

Lo despertó un sonido totalmente desconocido, le recordaba el sonido de un silbato solo que en este caso era mas melodioso, repetía las tres mismas notas una y otra vez en una variedad de tonos que parecía inagotable, sonaba tan lejos como un sueño. El herrero tardó mucho rato en acostumbrarse a la deslumbrante luminosidad que lo envolvía, antes de ser capaz de distinguir donde estaba, antes incluso de empezar a recordar sintió el roce calido de unas sabanas sobre la piel. Estaba tumbado en una superficie blanda y se sentía mareado y débil. Al final las imágenes empezaron a enfocarse y los recuerdos retornaron. Tenia el brazo izquierdo inmovilizado con un firme cabestrillo y mas manos pulcramente vendadas. Yacía desnudo en una cama muy lejos de su montaña. La idea de haber sido desnudado y aseado por manos desconocido lo hizo sentir incomodo. Los goblin tienen una extraña idea del pudor y él hacía muchos años que no se bajaba los calzones ante nadie. Intentó incorporarse, recordó a Sir Edward, a Silvio, recordó a Patrick y Nanyalin moribunda. Una punzada de alerta lo hizo estremecerse ¿Dónde estaba Nanyalín? ¿Qué había sido de ella?

Recorrió la estancia con los ojos. A su lado habia una mesita baja con una modesta jarra llena de agua y un vaso. Estaba en una habitación pequeña, con gruesas vigas de madera que sostenían un techo muy alto. La luz del día, de su primer día fuera de la montaña, se colaba por una ventanita estrecha y enrejada. La ver la reja se alarmó, se incorporó haciendo un enorme esfuerzo. La puerta, cerrada de par en par, no tenía picarporte, ni pestillo. Un escalofrío le recorrió la espalda, salió de la cama como pudo y se tambaleó torpemente hasta la entrada. Sus sospechas se confirmaron al intentar abrir la puerta. El sidhe lo había engañado, estaba prisionero.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Para las fechas

A ver si nos toca la lotería a todos este año, mientras podemos cantar:

jueves, 3 de diciembre de 2009

DamaMirlo

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Por si no se puede leer bien en la dedicatoria pone: "Un besico en la concha para Concha, aquí tienes tu primera DamaMirlo, no es una obra de arte pero espero que te guste. Muchos besicos. Kao Chan"

Graciosas y simpáticas referencias no muy veladas al sexo oral aparte (cosa que me encanta)Kao chan me manda a la primera DamaMirlo de mi particular galería de arte, que cada vez es mas grande y al final necesitare una habitación para ella sola. Es un dibujo precioso y la verdad es que ha sido una grata sorpresa encontrarlo junto a Dujal en su caja. La Amparita es una de esas inolvidables personas que este hobbie muñequil me ha hecho conocer y de esas de las que te alegras ser amiga, porque desprende vibraciones positivas aunque ella no se lo crea.
Me encanta el dibujo. Y este finde actualizo el blog. De verdad de la buena.