jueves, 25 de marzo de 2010

Mucho arte

No sé ni como empezar...Esperad que cojo aire y carrerilla.
El día 3 de Marzo este blog cumplió dos años (me acabo de enterar gracias a un chivatazo del hombre grande que vive conmigo).La verdad es que es tiempo pasa casi sin que te des cuenta, es un miserable traidor.
No voy a repetir lo que digo siempre: que durante estos dos años vosotros,sois los que leéis, los que me animáis y habéis tirado de mi para que siga y siga. Que he escrito gracias a vuestros ánimos y amenazas, me habéis acompañado en los buenos momentos y, sobre todo, en los malos(fijaos que dije que no lo iba a decir pero lo he dicho). La Corte es mas vuestra que mía.
Pienso en toda la gente que he conocido y a veces me da un poco de vértigo. Por suerte soy muy consciente de todos sus fallos y defectos, me abrazo a ellos para no creermelo demasiado porque si me guiase solo por las cosas que me decís y los detalles bonitos que tenéis conmigo mi ego sería insoportable.
Hoy hago recopilatorio de los últimos dibujos que me habéis ido dejando.
No tengo palabras para agradecerlos, aun así gracias de todo corazón.

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Nicasia por Koala

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Talismán de Yoki: No es un personaje de La Corte propiamente dicho pero estoy pensando en hacerle un homenaje

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Isma´il Ibn Bahar por Misi Chan

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Marsias junior y Costurina por Sweet Pierrot

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Cymric, Dujal y Nicasia por Kao Chan

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Nicasia por Miiyuri

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Maltazar y Nicasia cual Romeo y Julieta por Drakonita

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y por ultimo , pero no menos importante Nicasia por Alvis002

Ha sido el mejor regalo de cumpleaños que el blog podía tener. De nuevo muchas gracias

domingo, 14 de marzo de 2010

Un reencuentro esperado

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada y
hará que nuevos brazos y nuevas piernas
crezcan en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado que retoño:
porque aún tengo la vida.

Miguel Hernandez



Misterios de la providencia.
El Anciano de Fuegovivo tenía claro que la simple casualidad no podía explicar aquella larga cadena de acontecimientos, parecía que una mano invisible había estado atando cabos para que todo llegase al punto donde se encontraba. Pese a que servía al culto del Fuego del Corazón, estaba demasiado ligado a los placeres terrenales para considerarse un místico y además su mentalidad de sanador, modelada en el estudio de la medicina desde muy joven era demasiado práctica para profundizar en los misterios del destino y la magia. Sin embargo esta vez no podía ignorar esa extraña sensación, ese hormigueo en el estomago, como si lo tuviese lleno de peces diminutos, de que algo mas poderoso que ellos había jugado en su favor. Agradecía que hubiese sido así, pero no sabía si le gustaba reconocerse como una marioneta manejada por fuerzas desconocidas y tal vez caprichosas. Sacudió la cabeza alejando de si aquellas divagaciones que de poco le servían en aquel momento y giró la silla de ruedas donde estaba sentado. Se la habían fabricado a toda prisa, colocando un viejo sillón de mimbre sobre unas ruedas de madera, el resultado era un armatoste inmenso que crujía penosamente al más mínimo movimiento y que pesaba tanto que moverla con magia suponía menos esfuerzo que tratar de empujarla. No todo eran desventajas, al menos podía tener las piernas estiradas y no tenía que pasarse el día tumbado en la cama. Ordenó a la silla que lo acercará al gran ventanal que presidía la habitación.
En aquellas montañas el invierno era cruel y pese a que Fuegovivo estaba a poca altura y protegido del viento por el bosque pronto la nieve haría muy difícil llegar hasta allí. La mayoría de los habitantes del santuario habían marchado al refugio de invierno cuatro días antes, situado en un emplazamiento secreto del valle que solían compartir con los clanes nómadas de centauros. No era algo realmente necesario, el santuario rara vez se quedaba totalmente aislado y gracias a la bondad de los Árboles de Fuego el clima siempre era mas calido que en el exterior. Aun así cada otoño los sanadores de Fuegovivo abandonaban el santuario de la montaña, dejando como guardianes a unos poco acólitos y a un Anciano que se encargaba de mantener el orden. El resto se dividían y mientras la mitad de ellos se instalaban en el valle, la otra mitad lo hacían en la Corte, como invitados especiales de la Reina, de este modo la ciudad no se quedaba sin sus inestimables servicios médicos, ni los enfermos tenían que subir a la montaña. Cuando alguien preguntaba a uno de los Ancianos la razón de estos peregrinajes el aludido solía encogerse de hombros y contestar “Es cuestión de supervivencia” y no mentía, solo que no se trataba de sobrevivir al invierno, sino a algo mucho mas siniestro. Durante la Guerra de la Reina Durmiente los lideres sidhe se reunieron con los Ancianos para prohibirles que prestaran ayuda al ejercito rebelde. Los sátiros pidieron una breve tregua para pensar su respuesta. La tregua se agotó y no hubo respuesta. Fuegovivo atendía a ambos ejércitos sin hacer excepciones.
Entonces llegaron ellos.
Una noche los goblin bajaron de la montaña como lobos. Ni los moribundos en sus lechos se libraron de sus cuchillos. Esos fueron los afortunados. Tras la carnicería llegaron las llamas, la pura barbarie, el terror. El Anciano recordaba aquellos días, su abuelo y su hermano murieron aquella noche terrible. Nadie acudió a socorrerles, los sidhe ignoraron sus súplicas y cuando el ejercito de la Dama Recorretuneles llegó ya era demasiado tarde, solo podían recoger la cenizas y llorar. Vidas perdidas, siglos de conocimiento que se desvanecieron en un instante.
Los pocos que lograron sobrevivir se refugiaron con los centauros, al acabar la guerra el santuario se reconstruyó pese a que nunca recuperó su grandeza. Entonces se decidió dividir las sedes, la de invierno permanecería en secreto y los acólitos estarían repartidos. No volverían a enfrentarse a la extinción.
Durante muchos años el Anciano había luchado por no odiarse a si mismo. Sobrevivir no era sencillo cuando la conciencia te recriminaba no haber muerto junto a los tuyos. La providencia quiso aquella noche él estuviese muy lejos.
Los curiosos caminos del destino.
¿Cómo no pensar en una mano invisible tejiendo los acontecimientos? Al Anciano le vino a la cabeza la imagen de DamaMirlo inclinada sobre su telar, con aquella mirada infinita prendida en su labor, enredando sus hilos y no pudo evitar estremecerse de pies a cabeza. Tal vez aquello fuese cosa suya.

Él había regresado al santuario después de muchos años, cuando faltaba poco para que los suyos dejasen la montaña para refugiarse en la sede de invierno.
Providencia, la misma providencia que cuatro días antes había llevado a Tiresias a visitarlo a su habitación en mitad de los preparativos del traslado.
Tiresias era el hermano de su abuelo, además de Rector de Fuegovivo y posiblemente el sátiro más viejo de la región, no tenía demasiada edad para merecer ese honor. Había sobrevivido y nada más. “La Noche del Acero” había dejado al patacabra sin el cuerno derecho y con las manos lamidas por las cicatrices de unas terribles quemaduras que se habían llevado el meñique y parte del anular de su mano izquierda, además de todo su pelo, incluyendo su hermosa barba. El Rector siempre decía que si las llamas no lo hubiesen dejado calvo, lo habrían hecho las preocupaciones. “Hubiese ocurrido antes o después” decía pasándose las manos por la cabeza monda con resignación. Le gustaba llevar largas túnicas sin adornos; verdes en primavera, amarillas en verano, castañas en otoño y blancas en invierno, prendas amplias que colgaban de un cuerpo delgado, lleno de ángulos duros que tenía una apariencia de fragilidad que era pura fachada. Aquella mañana llevaba una deslumbrante tunica blanca, con un discreto bordado plateado alrededor del cuello.
Al verlo entrar en la habitación, vestido de manera tan solemne y seguido por un joven acólito que cargaba una bandeja llena de material medico, el Anciano supo de inmediato que no le iba a gustar demasiado aquella visita. De haberse podido levantar de la cama, lo habría hecho para salir corriendo.

-Bueno días, sobrino- Lo saludo Tiresias-¿Cómo te encuentras hoy? ¿Te duele la cadera un poco menos?

El Rector le indicó a su acompañante que dejase la bandeja sobre una mesita cercana a la cama y lo envió a realizar otras tareas. El hecho de que Tiresias se quitase de encima al estudiante con tan poco reparos solo confirmó las sospechas de el Anciano, aquella no era una visita de cortesía. Al menos no del todo. La noche en que llegó, hacía mas de una semana, fue el Rector en persona quien atendió sus heridas, en los dos días siguientes mientras el dolor lo hacía delirar lo único de lo que tuvo conciencia era de la presencia de su tío, no se separo de su cama hasta que empezó a mejorar.
Después había estado tan ocupado con el cambio de sede que no tenía tiempo para encargarse de las cura, aunque solía visitarlo cada vez que tenía un rato libre. Hacía mucho tiempo que no se veían y ambos sátiros estaban encantados de ponerse al día. Para estas visitas informales Tiresia solía preferir las últimas horas de la tarde, cuando quedaba libre de sus obligaciones, llegaba solo y nunca llevaba puesta su toga de rector. Entonces Tiresias era solo su preocupado tío, no el Rector de Fuegovivo.

-Algo menos- Contestó el Anciano con una sonrisa cauta- ¿A qué viene tanta formalidad?

Tiresias se remangó la tunica hasta los codos, ignorando la pregunta y se lavo las manos a conciencia, usando un aguamanil de porcelana azul que había cerca del gran ventanal. Al acabar murmuro una breve oración, casi una cancioncilla, que todos los sanadores de Fuegovivo entonaban para alejar a la muerte de sus manos.

-¿Lo de formalidad lo dices por la toga?-Contestó el rector al acabar sus rezos- Los preparativos del cambio de sede me tienen muy liado. No creo que pueda venir a verte esta noche, tendremos que conformarnos con está breve visita.

-Y vienes en calidad de Rector, es un honor, aunque si vas a ponerte mandón, te recuerdo que no soy uno de tus estudiantes.

-Eso es cierto, eres uno de nuestro Ancianos- Pese a que sonreía mientras lo decía en el tono de voz de Tiresias no había ningún rastro de humor- Anda, vamos a ver como anda esa carnicería que te has hecho.

El Anciano obedeció porque sabía que protestar u oponerse era solo perder el tiempo, así que apartó las mantas y se acomodó como pudo, aun le costaba encontrar una postura que no le resultase dolorosa. Tiresias comenzó a quitarle las vendas a su sobrino sin perder ni un solo momento para recordarle que ya era muy mayorcito para acabar en un estado tan lamentable. Al dejar al descubierto la herida soltó sus mejores y más sonoros insultos, usando un lenguaje que estaba muy lejos del podría esperarse en un medico.

-Bueno al menos parece que conseguimos librarnos de la infección-Dijo agachándose para observar mejor la herida-El color es mas aceptable y ya no huele. Pero sigue muy hinchado. Para ser un sátiro te estas curando vergonzosamente despacio.

-¿Despacio?- El Ancianó se ofendió al oír aquello y trato de girarse para responder, Tiresias le soltó un manotazo en la frente con tanta puntería a su sobrino que le acertó de lleno en la brecha que le recorría la sien izquierda. El sátiro gimió y se dejó caer en la cama, apretándose la frente.

-Si, despacio…y no te muevas o acabarás haciéndote daño.

-¿Mas?- Replicó el anciano con la voz ahogada- No pensé que los sanadores se dedicaran a torturar a los pobres tullidos.

-Solo a los que no se están quietos- Tiresias cogió un frasco de la mesa y vertió un liquido amarillo de olor muy fuerte sobre la herida, el Anciano apretó el puño sano y se estremeció- A estas alturas esto debería curarse mas deprisa. No estarás listo para el traslado.

Una chispa de entendimiento se prendió en el cerebro del herido.

-Ni sueñes que me voy a quedar aquí todo el invierno- Dijo intentando no dejar traslucir el dolor en su voz- Pienso volver a la Corte en cuanto te vayas de aquí, tengo asuntos que resolver.

-Ni siquiera puedes ponerte de pie, no quiero imaginarme como te las arreglarías para bajar hasta la Corte y no creo que fuese un viaje agradable. ¿Tan importantes son esos asuntos que estas dispuesto a quedarte lisiado por ellos?

-No exageres, tío. Contrataré una litera y estoy seguro de que podré resistir un poco de traqueteo. No puedo dejar desatendido mi negocio por más tiempo.

Tiresias disimuló una sonrisa, cogió de la bandeja un tarro de cristal verde, contenía un ungüento antiséptico a base de salvia y aceite del árbol de té. Cuando lo extendió sobre la herida su sobrino dejó de hablar de golpe. A pesar de que no le veía la cara podía imaginárselo apretando los labios, sin querer dejar un solo quejido que echase por tierra sus argumentos.

-No veo el modo en que el puedas ocuparte ahora de tu negocio…No creo que estés a la altura de tus mejores momentos y podrías no volver a estarlo si no te cuidas. ¿No seria eso un desastre profesional? Por lo que oído las expectativas con respecto a tu persona son muy altas. No puedes permitirte un descalabro.

-¿Tratas de asustarme?-Preguntó el Anciano.

-Ni mucho menos-El Rector impregnó unos retales de lienzo en un aceite bermejo, ese color se lo daba la raíz del Árbol de Fuego, un ingrediente que el santuario guardaba en estricto secreto y que se usaba en contadas ocasiones- Solo te expongo la realidad.

-No puedo quedarme y no insistas. Además yo no soy uno de tus Ancianos por mucho que os empeñéis en llamármelo, es un honor que no me merezco. Ni siquiera acabé mis estudios ¿ya no lo recuerdas?

Tiresias había empezado a cubrir la herida con los lienzos enrojecidos por el aceite. Claro que lo recordaba, y recordaba la decepción de su hermano. También recordaba otras cosas menos amargas.

-El titulo de Anciano se gana por meritos, no por edad y tú tienes meritos de sobra para serlo.

-Mi abuelo no pensaba lo mismo- El Anciano casi pudo saborear el resentimiento de sus palabras- Supongo para él mi madre y yo eras dos ovejas descarriadas.

-Te equivocas, siempre has pensando que Alcínoo estaba resentido con tu madre. Y no es verdad, mi hermano siempre la quiso. Un padre no es capaz de odiar a sus hijos.

-Pero la repudió y después de me repudió a mi…

Su tío acabó de vendarle la herida y dejó escapar un suspiro lleno de tristeza, como quien deja escapar algo enquistado en el alma.

-Eras muy pequeño para recordar la historia…veo que solo recuerdas las partes malas. Tu abuelo le rogó a tu madre miles de veces que volviera, sin reproches. Tu madre estaba demasiado enamorada de ese maldito sidhe para dejarlo, incluso al final, cuando ya no le quedaban esperanzas prefirió quedarse a la sombra de sus recuerdos. Alcínoo no la odiaba a ella, odiaba su estupido amor, odiaba al sidhe al que la traicionó y que después le robó a su nieto.

-Me fui porque quise.

-Te fuiste porque estabas resentido con todo el mundo y querías encararte con tu padre. Buscaste el modo de humillarle y después te aficionaste a ese tipo de vida.

-Ah-exclamó el sátiro exasperado- No tengo que justificarte mis actos.

-No, no pensaba pedírtelo. Deja que te vea la frente. ¿Cuándo te quitaron los puntos?

-Ayer

Tiresias obligó al Anciano a levantar la cabeza para poder verle la herida que le recorría la sien. Las miradas de los sátiros se encontraron un momento y el Anciano no pudo evitar un molesto sentimiento de vergüenza. La mirada de Tiresias estaba llena de calma y las circunstancias de su vida, más que los años le habían prestado una dignidad casi intimidatoria. Los ojos grises del sátiro tenían una serenidad que el Anciano envidiaba, él no tenía la misma tranquilidad de conciencia y desde luego no se sentía digno de admiración.

-No está nada mal, tienes la cabeza dura. Pero eso ya lo sabíamos, es una de las cualidades que te convirtieron en un Anciano.

El Anciano no pudo reprimir una sonrisa, su tío no era de los que se rendían fácilmente.

-Querido tío, te lo repetiré por si te estas quedando un poco sordo; No soy un Anciano, no acabé mis estudios de medicina y no tengo meritos con el santuario para merecer serlo. Se supone que los ancianos deben dar clase ¿Qué podría enseñar yo?

-Tienes unos conocimientos de anatomía y fisiología realmente únicos. Tu profesión te ha enseñado cosas que nosotros aquí desconocemos-Le contestó Tiresias palpando el vendaje del brazo- ¿Esto te duele?

La vergüenza encendió la cara del sátira, bajo la cara y negó con la cabeza, abriendo y cerrando la mano varias veces para demostrarlo. No era de los que se escandalizan fácilmente pero no se esperaba lo que su tío le estaba sugiriendo.

-No veo en que puede ayudar eso a la ciencia médica…-Dijo confuso

Tiresias volvió a lavarse las manos en el Aguamanil

-Todo es aplicable, eso deberías saberlo- Le contestó el Rector secándose las manos sin darle la mayor importancia al asunto- Y a parte de eso ¿A cuantos partos has asistido en esa casa tuya?

-Ni me acuerdo- Reconoció mientras se recostaba en la cama.

Asistir a los partos era una parte mágica de su negocio, sostener entre las manos a aquellas criaturillas pegajosas mientras se llenaban los pulmones de aire con sus primeros berridos le parecía la clase más alta de magia que se podía hacer.

-¿Cuánto niños has perdido? ¿Cuantas madres?-Preguntó su tío sin darle tregua.

-Niños, tres. Madres, ninguna.

-Ahí lo tienes, estoy convencido que sabes más sobre partos que ninguno de nosotros, en proporción hemos perdido mas niños, y desde luego mas madres. Son conocimientos que deberías compartir.

-¿Y saber de partos me convierte en un Anciano?

-Y muchas otras cosas que no voy a contarte, no he venido a engordarte el orgullo, sobrino. He venido a pedirte un favor porque ahora estas aquí y tengo que aprovechar la ocasión. Sé que si te vas, tal vez no vuelvas nunca más.

-Me resulta muy difícil creer que valores mis conocimientos hasta ese punto.

Tiresias se sentó junto a la cama de su sobrino y le cogió la mano, aquellas manos habían sido firmes y fuertes tiempo atrás, cuando el Rector era joven e impartía las clases de cirugía. Aquel gesto fugaz le desveló al Anciano que su tío envejecía y que tal vez hubiese en aquel favor que le pedía mas de lo que el sátiro quería revelar.

-Hace poco mas de una semana llegué al borde de la muerte-Dijo muy a su pesar-Y vosotros me habéis remendado bastante bien. Supongo que es motivo de sobra para estar agradecido. Además podré disfrutar de un par de charlas más contigo, viejo

Tiresias sonrió y apretó la mano de su sobrino con una chispa de esperanza danzándole en una mirada que por otra parte se había llenado de orgullo. El Rector salió de la habitación contento y el Anciano se arrepintió de haber aceptado casi al momento. No le importaba dar unas cuantas clases y tal vez pasar un par de meses tranquilos fuesen lo mejor en su estado pero realmente deseaba regresar a la Corte cuanto antes. Una de las primeras cosas que había hecho en cuanto estuvo en condiciones fue dictar una carta, los días pasaban y no había recibido ningún tipo de respuesta. Aquello lo preocupaba de un modo que no podía describir, no sabía decir si temía que algo se estuviese cociendo en la ciudad o que la falta de respuesta fuese el simple olvido. Necesitaba volver y averiguar que estaba pasando. No sabía si las respuestas serian mejores que la incertidumbre.
Aun así decidió ser fiel a un compromiso y no volver.
Ahora estaba convencido de que la providencia lo había querido así.
El Anciano contempló el paisaje a través del ventanal. Un viento helado empujaba las densas nubes grises, como un perro azuzando a un rebaño. Los árboles se doblaban penosamente bajo su rabia y su soplo hacia amarillear la hierba. Las primaveras nevadas no tardarían en caer. Se alejó de la ventana y dejó que el invierno siguiese con su trabajo.
Estaba en el dormitorio más grande que había en Fuegovivo, la llamaban la alcoba vieja, aunque realmente no lo era. El nombre venía de la gigantesca cama de roble, un mueble grande hasta lo ridículo cubierto con un pesado dosel de terciopelo azul. Resultaba más que curioso que algo tan aparatoso hubiese logrado salvarse de los sucesivos saqueos que el antiguo santuario había sufrido durante la guerra, pero tal vez porque pesaba demasiado o porque nadie consideró que mereciese la pena arrastrarla se quedo olvidado entre las ruinas hasta que los supervivientes del santuario la reclamaron. La leyenda contaba que había sido el regalo de agradecimiento de una reina. La sidhe no era capaz de alumbrar ningún hijo vivo, hasta que acudió a los sanadores de Fuegovivo y estos accedieron a ayudarla a dar a luz. La sucesión del reino quedó asegurada y la cama fue solo uno de los regalos que habían recibido los sátiros en agradecimiento.
El anciano retiró el dosel con cuidado, al hacerlo le hormiguearon los dedos. Restos de miles de hechizos de curación permanecían atados a la cama, como permanece el olor a perfume en un frasco vacío.
Él mismo había lanzado aquella misma mañana un hechizo de calor en el interior del lecho para proteger al pequeño y frágil cuerpo que descansaba desnudo tras las cortinas, hundido en un sueño intranquilo. El sátiro le acarició la mejilla con el inmenso alivio de quien recupera su más preciado tesoro. Ya no tenía fiebre, pero aun estaba demasiado débil para cantar victoria. El hada gimió al sentir el roce, perdida en la marejada de sus pesadillas.

-Shhhhh-La tranquilizó el Anciano-Solo soy yo, no te asustes. Descansa, estas a salvo.

Silbó una melodía dulce, tejiendo sus mejores deseos en cada nota hasta que logró que el sueño del hada volviese a serenarse.
Si cuatro días antes hubiese decidido ignorar la petición de Tiresias ahora no estarían juntos.
Que curioso es el destino.

Tiresias se había marchado la tarde anterior. El Rector y él habían tenido tiempo de jugar una última partida de ajedrez antes de que este partiese con su sequito hacía la Corte. Al quedarse solo el Anciano había sentido de repente el peso de la responsabilidad de una manera tan acuciante que para acallarlo no se le ocurrió nada mejor que pedir que alguien le llevase un libro con el que pasar las horas, por desgracia solo encontraron manuales de medicina que contribuían muy poco a tranquilizarlo. Por suerte o por desgracia aun estaba lejos de recuperarse y no tardó demasiado en empezar a dar cabezadas. Durmió inquieto, con la sensación de estar soñando con un ojo abierto y un millón de pensamientos inoportunos rondándole por la cabeza. Tardó unos segundos en darse cuanta de que los acuciantes golpes que escuchaba en la puerta no formaban parte su duermevela. Se frotó los ojos confuso y adormilado. Los primeros rayos de sol habían empezado a deshacer la noche, faltaba muy poco para el amanecer

-¡Pase¡-Gritó desde la cama alarmado.

Alcione entró con cierto respeto en la habitación, era una sátira muy joven que apenas llevaba dos años en el santuario como estudiante. Parecía que llevaba fuera de la cama bastante tiempo si es que había llegado tocarlo. El Santuario establecía que sus miembros hicieran guardias incluso en invierno, cuando las instalaciones se quedaban casi vacías. Fuegovivo siempre estaba alerta.
-Señor-Dijo la joven, era delgada y pequeña y llevaba el pelo recogido en un sobrio moño moreno apretado sobre el cogote-señor necesitamos su ayuda.

-¿Mi ayuda?-Preguntó-¿Qué pasa?

-Ha llegado un herido del bosque, un caso grave de septicemia y rechaza todos los hechizos de curación que hemos intentado, no hemos logrado que funcione ninguno, es como si en lugar de hacer magia estuviésemos cantándole nanas.

El Anciano se quedó extrañado, nunca había oído nada parecido, un hechizo se puede rechazar con otro hechizo o usando algún tipo de barrera mágica, como talismanes o incluso oraciones al dios adecuado, pero nunca sin más. De un modo u otro la magia siempre funcionaba.

-¿Los rechaza sin más?-Estaba claro que la joven estudiante debía estar explicándose mal. Lo que estaba contando era imposible.

-Sin más- Aseguró Alcione con vehemencia- Nada parece hacerle efecto, ni la invocación más sencilla. Quisimos hacerla entrar en calor y al final hemos tenido que envolverla en mantas, la invocación no funcionaban.

El sátiro meditó un momento, tal vez los que estaban atendiendo aquel caso era estudiantes muy jóvenes, con poca o ninguna experiencia, a los que habían pillado de improviso, medio dormidos y nerviosos. A saber que habrían intentado hacer. Lo mejor sería ir a echar a un vistazo, a fin de cuentas era el Rector de Fuegovivo, supervisar los tratamientos era ahora una de sus responsabilidades. Cogió una campanilla que tenía sobre una mesita junto a la cama y la hizo repicar, el enorme armatoste que era su silla de ruedas se acercó al borde de la cama con un chirrido de tornillos mal apretados, empujada por una mano invisible.

-Ayúdame a subir, Alcione.-Pidió el patacabra-Vamos a ver que estáis haciendo.

La estudiante obedeció, el Rector era demasiado corpulento para las escasas fuerzas de la joven estudiante, así que la maniobra fue costosa y un tanto ridícula. El sátiro llegó a su asiento con un gemido ahogado, parte alivio y parte dolor. Pese a que los sátiros eran famosos por la rapidez con la que eran capaces de recuperarse de heridas y enfermedades, una cadera rota no sanaba de la noche a la mañana. Era cierto que además no estaba curándose como debiera, las preocupaciones le restaban ganas y ni siquiera la perspectiva de librarse de aquella cárcel de mimbre con ruedas lograba motivar al Rector lo suficiente para darle ánimos.

Las salas de curación estaban en la primera planta. En el santuario no había escaleras, solo largas rampas muy poco inclinadas que favorecían el transporte de cualquier tipo de residente, fuese cual fuese el mal que lo aquejase. La construcción la formaban tres terrazas colgadas de la falda de la montaña y rodeadas de bosque. El techo de cada terraza era un jardín espeso y salvaje de modo que todo el conjunto quedaba oculto, desde el camino que cruzaba el bosque era casi imposible distinguirlo. El interior se comunicaba gracias a amplios corredores forrados de madera, abovedados de tal modo que modo que parecían casi redondos. Cada tramo de pasillo tenía un par de ventanitas redondas a cada lado y una lamparilla colgando del techo, cada una de ellas con la forma de alguna de las flores que crecían por los alrededores. A aquellas horas, con el amanecer apenas despuntando y las lamparillas casi apagadas el corredor estaba sumido en perezosas sombras azules que lo hacían parece interminable.

Ninguno de los sátiros habló demasiado durante el trayecto, el Anciano estaba demasiado intrigado por aquel caso y Alcione demasiado preocupada. Al llegar a la sala de curación le abrió la puerta para facilitarle el paso, era una sala grande. Todas las salas de curación tenían el techo cubierto de cristal de roca blanco, que era lo bastante opaco como para no dejar ver el interior de la sala a los que paseaban por los jardines, pero permitía que la luz entrase con fuerza casi todo el día. Aun era demasiado temprano, los estudiantes habían invocado una esfera de luz, una pobre imitación de un sol que flotaba sobre las cabezas de los tres estudiantes que rodeaban la mesa, iluminando un hato de mantas verdes. El Rector los contempló un momento, los conocía muy poco pero en contra de lo que había pensando ninguno de ellos era precisamente un novato. Mesalina estaba a la cabeza de la mesa, al verlo puso la misma cara de pánico que solía poner de niña cuando la descubría en mitad de una trastada, tal vez su sobrina no fuera parte del santuario pero él mismo se había ocupado de hacerla estudiar y sabía que sus conocimientos estaban fuera de toda duda, aquella reacción le confirmó que estaba pasando algo malo. A la derecha de Mesalina estaba Taso, un jovencito en que su tío Tiresias tenía grandes esperanzas y a la izquierda Néstor, que era quien se encargaba de hacerle las curas, el Anciano podía decir de primera mano que su habilidad como sanador estaba fuera de toda duda. Los tres parecían tan desconcertados como cansados, el aire tenía ese olor a cobre caliente que desprende la magia, la atmosfera estaba cargada de una curiosa estática que erizaba el pelo, era obvio que habían estado haciendo grandes esfuerzos. Los sátiros se cogían las manos formando un triangulo sobre la camilla de mármol y lo miraron con una expectación que hizo que al Anciano se le disparasen las alarmas “¿Qué demonios está pasando aquí” Se preguntó examinando los rostros que lo observaban.

-¿Alguien me explica que ocurre?

Los estudiantes miraron expectantes a Mesalina, pero la sátira rehuyó la mirada del Anciano y no contestó, aquel gesto de vergüenza hizo que Néstor se decidiese a tomar la palabra.

-Señor es una mestiza goblin, la han traído del bosque hace un rato. Está helada y los hechizos de calor no funcionan. Estamos pensando que tal vez lo mejor sería sumergirla en agua tibia...

-¿Qué es eso de que la magia no funciona? Destapadla, dejadme ver.

Nestor desenvolvió el cuerpo con gestos delicados. El Anciano sintió que una ola de calor le espesaba los pensamientos hasta paralizarlos, el tiempo se paró, el mundo se quedó reducido a ese rostro, un rostro que reconocía a pesar de haber perdido su disfraz. La conocía, conocía su mirada de hielo, escondida bajo los parpados hinchados, que a veces, contadas y preciosas veces podía ser alegre y dulce. Conocía la sonrisa esquiva de aquellos labios torcidos a golpes. El sátiro hizo que la silla se acercase a la camilla y retiró las mantas por completo sin poder creerse lo que estaba viendo. Recorrió de un vistazo su delgadez de serpiente. Él amaba el cuerpo que yacía tumbado sobre el mármol de la mesa. Sus dedos disfrutaban recorriéndolo cuando se dejaba. El golpe de verlo allí, inesperado, bajo aquella luz inmisericorde que no le ahorraba ningún detalle de los sufrimientos que había pasado hizo despertar en el sátiro una rabia y una compasión que creía haber olvidado hace mucho tiempo.

-Salid de la habitación. Dejadnos solos-Ordenó tajante

-¿Señor?- Taso miró a sus compañeros-¿No necesita ayuda?

-Fuera, os haré llamar dentro un momento.

El Anciano no se dio cuenta de que había gritado la última frase, ni vio las caras extrañadas de los estudiantes al abandonar la sala. Solo podía verla a ella, no podía apartar la vista de aquello que no quería ver. Siempre le había resultado curioso que él, que podía tener a casi cualquier hada de la Corte si se lo proponía, jamás hubiese querido nada que no fuese a aquella mestiza cabezota y huidiza que era posiblemente la única que rechazaba acostarse con él, que prefería sentarse a su lado y hablar de cualquier cosa. “Estamos bien así, no lo estropees pensando con la polla” solía decirle mientras apoyaba le apoyaba la cabeza sobre el hombro “No necesitamos nada más” añadía mientras cerraba los ojos con un suspiro, dibujando esa sonrisa de felicidad sencilla que nadie mas le conocía. El sátiro le acarició el brazo y la frialdad de la piel lo asustó, normalmente olía a aceite de motor y a trabajo, solo cuando se arreglaba usaba un perfume suave y discreto, más femenino que todas las fragancias que había olido. Le gustaba ganarse su deseo lentamente, venciendo su resistencia con caricias y besos delicados que conseguían que ella fuese dejándose hacer. Adoraba ese último momento, cuando la fugaz sombra de miedo que solía pasarle por los ojos justo antes de dejarlo entrar en la calidez de su cuerpo se incendiaba y dejaba paso a un suave gemido de puro placer que el sátiro adoraba escuchar. Ella nunca hablaba, jamás decía las frases rebuscadas de los amantes que le pagaban. Su mirada, sus caricias, el modo en que se pegaba a su cuerpo hablaban por si solos.

El Rector cogió la mano sana de la mestiza, una mano que entre las suyas siempre parecía pequeña, pero que era capaz de defender las murallas de una ciudad si se lo proponía. El Anciano tenía, entre otros muchos, el tatuaje de un sol sonriente dibujado sobre el corazón y allí colocó la mano blanca del hada. Cerró los ojos y pensó en calor, pensó en las veces que habían ardido juntos. Recordó todo y cada unos de los momentos, buenos y malos que habían compartido. Ella estaba allí, escondida dentro de su propio cuerpo. La magia no funcionaba porque la peliblanco, en un intento desesperado de alejarse del dolor, se había refugiado en un rincón tan perdido de su mente que ni sabía ni quería regresar. Tenía que llegar hasta donde quiera que estuviese. El calor empezó a inundar la estancia, el Anciano se concentró en el latido de su propio corazón como una llamada que demanda respuesta. “Escúchalo” rogó en silencio. “Escúchalo”. Entonces lo sintió, otro latido, débil y arrítmico que parecía esforzarse en seguirle el ritmo al suyo. El sátiro respiro hondo y dejó que el calor llegase hasta él y lo envolviese, los latidos de aceleraron, fueron ganado fuerza y acabaron por ir a la paz.

El cuerpo sobre la mesa de mármol se convulsionó con el espasmo de quien saca la cabeza del agua tras aguantar la respiración demasiado tiempo. Abrió los ojos con un gesto espantado al tiempo que cogía aire. El Rector no le soltó la mano.

-Nicasia, Nicasia, mírame-No lo dijo como una orden, sino casi como una suplica.

La ingeniera giró la cabeza lentamente y su mirada pasó del desconcierto a la calma. Hizo una mueca dolorosa que pretendía ser una sonrisa.

-Estas vivo-Susurro con un hilo de voz afónico-Hay que joderse, estas vivo.

El sátiro le devolvió la sonrisa mientras las lágrimas le empapaban la barba.

-Hola Malbicho-Logró decirle-Estamos vivos. Los dos.

-Marsias…-Hubo una ternura casi infinita en el modo en que la nocker pronunció su nombre- Marsias…

viernes, 5 de marzo de 2010

El tango de Dujal

Entre la mudanza, los biberones gatunos, el master (del universo) y todo lo demás estoy un poco liada. Prometo actualizar en breve.
Tengo esto metido en la cabeza, podría ser el tango de Dujal


Regálame tus besos
que queman, que queman.
Me enreda lo que falta
y lo que se aleja,
¿qué importa lo que hicimos?
si aunque me quieras,
te olvidaras de mi.
Y hoy brindo por ti
y brindo por mi.

¿Por qué se van los pequeños momentos?
los días sin tiempo, las noches sin sueno
los miedos ingenuos, que a veces pudieron
llegar a gustar
Por qué se van las mejores palabras de amor,
las mañanas, los dos en la cama
sin pensar en nada