martes, 29 de junio de 2010

La monja alférez

Hoy me había prometido escribir, madrugué, hice mis recados y salí a casa de mi madre a recoger un paquete que me acababa de mandar Vero de Barcelona y que estaba esperando como agua de Mayo en Julio. Dentro de ese paquete venía un libro que para mi era un viejo amigo, amigo perdido para mas inri, porque lo presté y ya sabéis lo que suelen decir “Hay dos tipos de tontos: los que prestan libros y los que los devuelven”. En fin tuve que volverme un poco loca para comprarme otro ejemplar, pero allí estaba y era como reencontrarse con alguien a quien hace tiempo que no ves. Lo envolví bien y me lo guardé con cariño en el bolso. Porque mi idea era volverme de inmediato a casa y ponerme a escribir. Huelga decir que no lo conseguí, en cuanto puse el culo en el asiento del tren desenvolví el libro y me puse a releer. Mala cosa porque no lo he soltado hasta ahora que me quedan cuatro capítulos para acabarlo.

Recuerdo la primera vez que vi a Ricard Ibáñez (como olvidar ese físico imponente) y recuerdo perfectamente que fue lo primero que me dijo. Yo estaba encantada de conocer al autor de mi juego de rol favorito, que me firmó el manual sin dudarlo un momento y a quemarropa me preguntó “¿Sabes quien es la monja alférez?”Me quedé alucinada. No, no tenía ni puta idea de quien era la monja alférez. Ricard se me quedo mirando con muy poco interés me dio el nombre de la monja en cuestión y sin hacerme mas caso se dio la vuelta para continuar tomándose el pésimo café que ponían en el recinto de las CLN. Fue un planchazo, cuando mi novio me pidió que le enseñará el libro y me preguntó que tal tipo era mi ídolo rolero le contesté: Es un pedante gilipollas.

Mantuve esa firme opinión hasta que me fui a vivir a Barcelona donde, casualidad de casualidades, resultó que teníamos amigos comunes y que tuve la oportunidad de conocer a Ricard muy distinto, a un hombre tan grande de corazón como de estatura, un tipo terriblemente afable y divertido, lleno de anécdotas increíbles (algunas poco decentes)y con una visión de la vida tan particular que es imposible que te deje indiferente. Entonces me enteré de que acababa de sacar la novela de la monja alférez, por entonces yo no tenía una perra y fue de las últimas cosas que me compré antes de volverme a Sevilla. Me fui con la pena de no poder pedirle una dedicatoria, pero lo leí en un verano muy triste, cuando me sentía miserable y derrotada y me hizo compañía, comprendí las miserias de esa mujer indómita y en cierto modo me consoló. Catalina de Erauso se convirtió en una amiga y me ayudó a empezar a forjar a Nicasia.

Hoy he vuelto a abrir el libro; la principal ventaja de la relectura es que te fijas en los detalles, ya no tienes el ansia de averiguar que pasará y puedes recrearte en la escritura. El autor conoce su oficio, eso es indudable. Hay energía y personalidad en sus frases, sabe contarte una historia y hacerla fascinante, pero lo mas importante para los que amamos la novela histórica es que esta escrita con rigor (de eso podrían aprender muchos autores del genero) y aun así puedes ver el universo que lo fascina: sus personajes son gentes marginales cargados de luces y sombras, admirables a ratos y a ratos abominables. Aprendí mucho la primera vez que leí “La monja alférez” y hoy he vuelto a aprender.

Ricard te diría que eres un tío grande, y que te deseo todo lo mejor, pero eso tú ya lo sabes. Así que te diré otra cosa: Me debes una dedicatoria.

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jueves, 24 de junio de 2010

El señor de los Cuervos de Invierno

Las que mantos de escarlata
lucen con regio donaire,
y las que hienden el aire
con su varita de plata.
Rubén Darío


El mediodía se coló sin ninguna compasión por la ventana del dormitorio, obligando a Willhem a abrir los ojos. Tardó un momento en reconocer al mozo que aun dormía a su lado, un chico que parecía mucho más guapo la noche anterior, con el pelo no tan rubio como había llegado a creer y unas bastas manos de campesino que, de repente, no quería recordar recorriendo su cuerpo. Se pasó la lengua por los labios, espesa y torpe, a juzgar por el sabor era como si se le hubiese muerto dentro de la boca. Se sentó en el borde de la cama y se restregó la cara con las manos intentando que su cerebro despertase al mismo tiempo que su cuerpo, era difícil, tenía la sensación de que sus pensamientos nadaban a duras penas en un puré muy espeso. Quizás fuese un acto de misericordia, no estaba muy seguro de querer recordar lo que había pasado la noche anterior.
Se puso de pié, la habitación giró violentamente y le puso el estomago del revés, tuvo que sentarse de nuevo. No estaría en aquella situación de haber tenido algunas monedas en la bolsa, entonces habría pasado el rato en cualquier burdel decente, no tendría que haberse llevado la compañía a casa y desde luego no se habría conformado con el pésimo vino que servían en las tabernas cercanas a la Puerta de Poniente. Aunque no podía negar que pasear por aquellas callejas tenía un cierto encanto primario, jugar a las cartas con los viajeros y los comerciantes, buscar una compañía fugaz, mezclarse con gente que lo miraba con reserva e incluso con cierto miedo. Entre los gentiles ciertas cosas eran más fáciles y si no lo eran bastaba con sacar la espada, normalmente la chusma de las tabernas no quería problemas con una casa noble.
Recordaba haber salido sin más dinero que unas cuantas lanzas de bronce en los bolsillos, pobre y con demasiadas ganas de juerga había acabado en una casa de juego, apostando a los dados. La fortuna no solía sonreírle y aquella vez no fue una excepción, al poco rato había perdido todo lo que tenía. La noche se presentaba terriblemente decepcionante hasta que entró en el local aquel pooka, un muchachito inquieto con unas nerviosas orejas de ratoncillo campestre, un simple con la bolsa llena que pisaba la Corte por primera vez y que quería celebrar la exitosa venta de dos vacas. Willhem, bastante achispado ya y con muy pocas ganas de volver a palacio no pudo dejar pasar la oportunidad que se le presentaba. Fue fácil ganarse su confianza, fue fácil seducirle y aun mas fácil desvalijarle. Con oro en las manos los dados fueron más emocionantes y el vino más aceptable. Eso había sido su perdición, de no haber mejorado la calidad del vino nunca habría bebido hasta el punto de llevar a aquel palurdo a sus estancias. Palurdo al que encima le debía al menos unas diez lanzas de oro.
Se enrolló las sabanas a la cintura y volvió a ponerse de pie, esta vez la habitación se quedo en su sitio y pudo acercarse hasta el aguamanil de mármol que reposaba junto a la ventana, lo lleno hasta arriba y metió dentro la cabeza esperando que aquello le despejase las ideas, casi al momento el agua comenzó a escarcharse. Cogió la toalla, se secó y derritió los pequeños copos de nieves que se le habían formado en el pelo. El espejo le devolvió la imagen de un joven de una palidez extrema, con un ligerísimo toque azul en los labios que le daba el aspecto de vivir congelado. Todo en él trasmitía frío; el pelo azul claro, los ojos como trozos de cielo helado, la piel de nieve… Pero no era solo por su aspecto, su propia mirada era glacial fija e impasible. Willhem era como un paisaje invernal, engañosamente tranquilo.

Algo mas sereno, se puso unos sencillos pantalones de lana negros y empezó a pensar que hacer. Sería muy difícil sacar al pooka de allí discretamente. No le importaba que otros nobles o incluso la nube de cortesano que pululaba por palacio, tuviesen noticia de otros de sus deslices. Esos estirados hipócritas hacían exactamente lo mismo que él, solo que ellos lavaban mucho mejor sus trapos sucios y creían que eso les daba derecho a hablar. Tal vez desconocían que en el Palacio de Cristal de su majestad Silvania todos eran tan trasparentes como algunos de sus muros. Apenas ninguna de sus escandalosas conductas eran capaces de escapar de la red de espías y cotillas, lo que los diferenciaba era que él sus opiniones le preocupaban realmente poco, lo único que le impedía llevar su estilo de vida de cara al público era su padre. El señor de TocaEstrellas no toleraba que nada manchase el honor de su casa, aunque su hijo consideraba que o bien su padre tenía la memoria muy corta en la referente a sus propios actos o lo del honor intachable solo afectaba a sus hijos. “Tal vez mi señor padre considere que su comportamiento en la guerra fue intachable, debería hablar con los otros Señores del Alto Consejo, a ver que opinan ellos al respecto. Seguro que si supiese lo que sé yo se sorprendería bastante” Pero Willhem no tenía tiempo para rencores familiares. Esos los resolvería a su debido tiempo, ahora la prioridad estaba en deshacerse de aquel tipo sin demasiado escándalo. Estaba claro que no podría hacerlo solo y al pensarlo sintió que lo invadía una enorme apatía.

El pooka dormía placidamente acunado por el vino, era bastante obvio que no estaba acostumbrado a beber y que si lo dejaban dormiría un rato más. Si le pasara una daga afiliada por el cuello el desdichado ni siquiera se enteraría del momento en que dejó de respirar, podría dejar el cuerpo en la cama hasta la noche y quitárselo de encima mucho mas tranquilamente cuando todos durmiesen, tras haberse ocupado de todos sus compromisos. Desgraciadamente siempre existía la posibilidad de que lo descubriesen y las consecuencias por un asesinato siempre eran peores que las de un simple desliz con un gentil. Solía decirse que desde que la reina gobernaba los gentiles habían ganado ciertos derechos elementales pero la realidad era que los nobles habían perdido privilegios. En los viejos tiempos antes de la guerra, nadie se habría preocupado por la suerte de un labriego y él no tendría que estar allí malgastando diplomacia con alguien tan vulgar. De nada valía pensar en eso ahora, los viejos tiempos eran solo un montón de historietas que ciertos ancianos recordaban con una mezcla de nostalgia e indignación. Willhem pertenecía a otro momento, el presente, y tenía obligaciones, así que no le quedaba que mas remedio que afrontar sus problemas. Se sentó en el borde de la cama y paseó su dedo corazón, helado como un carámbano, delicadamente por la espalda del pooka. El hada se estremeció y abrió los ojos. El elfo adoraba la expresión de ese momento; la inocencia que ronda en los rostros el instante antes de regresar a los recuerdos le transmitían una extraña serenidad, un deseo terrible de olvidar él también, de dejarlo todo atrás y empezar otra vez.

-Señor-Murmuró el pooka con una sonrisa avergonzada

“Que joven suena su voz” Pensó obligándose a tensar los labios en una sonrisa amable.

-Dulce despertar, querido- Le respondió recostándose a su lado-Me temo que ambos hemos holgazaneado mas de lo debido.

-Perdonadme mi señor, nunca duermo hasta tan tarde pero no estoy acostumbrado al vino-El hada se incorporó de golpe, mirando a su alrededor con la inquietud propia de los ratones. Movió los delgados bigotillos con un gesto nervioso.

-No te disculpes soy tan culpable como tú, creo que yo estoy menos acostumbrado al vino de lo que esperaba.- Acercó su rostro al del pooka con un gesto cómplice y le acarició el pelo-Además quien querría salir de la cama en tan buena compañía.

El ratoncilló bajó la cabeza con las mejillas encendidas.

-No creáis que suelo frecuentar las tabernas. Casi nunca entro en ninguna, pero esta vez no me arrepiento.

-Por supuesto, los buenos chicos como tu no entráis en esos sitios. Y menos a semejantes horas, simplemente anoche tuve suerte-Contestó encogiéndose de hombros- Pero toda suerte toca a su fin y tengo obligaciones de las que debo encargarme, igual que tu seguramente.

-La verdad es que debería volver a casa…-Reconoció cabizbajo- Pero no puedo volver sin el dinero, mi señor. Madre me mataría.

Willhem tiró de una cuerda plateada que había cerca de la puerta, a lo lejos se escuchó el repiqueteó de una campanilla.

-Por supuesto, es algo que tenemos que arreglar de inmediato. Yo tengo algo de prisa, pero voy a llamar a mi mayordomo, es mi mano derecha para estos asuntos, designado directamente por la reina.

El elfo empezó a vestirse apresuradamente. Se puso una camisa de algodón blanco y encima una sencilla túnica de terciopelo negro, si mas adorno que el emblema de la Casa de TocaEstrellas, una estrella solitaria en la cumbre de una montaña escarpada, bordada en plata sobre el pecho. Nunca se consideraba totalmente vestido hasta que no se ceñía el cinto de la espada y acariciaba la hebilla de metal negro. El pooka se apresuró por imitarle y recogió su ropa del suelo, incluida su bolsa vacía. Ambos estaban presentables cuando llamaron a la puerta.

-¿Podrías abrir querido?-Rogó mientras se calzaba una bota.-Es mi mayordomo, Dalendir.

Willhem estaba sentado en un escabel bajo y se giró para ver la expresión de Dalendir. No había mentido, el jovencito que se quedó clavado por la sorpresa ante la puerta era realmente su mayordomo y tal como había dicho había sido designado para ese honor por la misma reina como gesto de cortesía y afecto hacia su familia. Aunque el sidhe no entendía que honor había en tener a un mestizo con sangre goblin como criado. Dalendir tenía el pelo de un feo rubio verdoso del que asomaban orejas demasiado largas, y pese a que su piel era rosada y sus ojos no tenían el fondo negro de los duendes ni su repugnantes iris ambarinos, no podía evitar esa forma de mirar, inquisitiva y vagamente inquietante que caracterizaba al Pueblo de las Minas. Era pequeño y fibroso, de aspecto ágil. No podía negar lo que era, pese a su cara infantil y la belleza de sus rasgos elficos. “Alguien se divirtió con quien no debía” Pensaba siempre al verlo. El muchacho era bastardo de alguna casa noble y su padre, o tal vez su madre, lo trajo consigo tras la guerra. Los motivos que habían llevado a Silvania a aceptarlo bajo su protección eran una incógnita, aunque desde luego Willhem si sabía porque era su mayordomo. La reina lo cedió a su padre como pago por sus servicios a la corona, como ayudante para su heredero y estaba muy seguro de que la tarea de Dalendir era mas vigilarle que servirle.

El mayordomo superó con perfecta diplomacia la sorpresa de encontrar al pooka en los aposentos de su señor, a fin de cuentas aquel tipo de percances no eran del todo infrecuentes, entro en la habitación y se dobló en una perfecta reverencia.

-Ya puedes levantarte, querido Dalen.

-Gracias mi señor- Contestó en tono neutro al tiempo que se enderezaba

Willhem se dirigió a su escritorio, cogió la pluma y escribió "Escuchad su historia, dadle lo que pida", después estampó su sello y le entregó el pliego al pooka

-¿Qué es esto? –Pregunto el ratón manoseando el papel

-Una letra de cambio, lo que tienes entre manos es tu dinero. ¿Ves que llevas mi sello? Dalendir te indicará donde debes ir a cobrarlo.

Lo que el mayordomo no sabía es que aquel prestamista, un leprechaunt que vivía en una buena casa cerca de la Plaza del Mercado y Willhem tenían un trato: El prestamista se libraba de acreedores, habitualmente sin pagarles ni una miserable lanza de cobre. A cambio él solía ayudarle en sus negocios prestando su firma en los documentos de paso de mercancías, de este modo el mercader solía ahorrarse sustanciosas cantidades en impuestos. El leprechaunt agradecía muchos estos favores y era terriblemente eficaz librandolo de sus deudas. Mas de una vez habían aparecido flotando en el río hadas que insistían en recuperar su dinero-

-Pero señor…-El hada quiso protestar.

-No, no hace falta que digas nada. Dalendir, asegúrate que dan de comer a mi pequeño amigo, luego dale la dirección de mi prestamista y guíalo fuera de palacio.

-Es un placer estar a vuestro servicio-Respondió el pequeño Dalendir con una nueva reverencia, aunque el tono glacial de su voz no decía lo mismo.

El mestizo le hizo un gesto amable al pooka para indicarle la salida. Ante la puerta el pooka se giró y miró a Willhem con unos ojos que empezaban a entender su triste suerte.

-¿Os volveré a ver, mi señor?

-Por supuesto- Mintió con su sonrisa mas imperturbable- No lo dudes.

Cuando la pareja dejó la habitación se sintió extrañamente liberado, calculó el tiempo necesario para no tropezarse con ellos por los pasillos mientras terminaba de vestirse. Lo último que se ponía siempre era un colgante de plata blanca con forma de pluma, aquella era su enseña personal y confiaba que algún día sería el escudo de su casa. Rozó el adorno con los dedos y sopló sobre el una brisa gélida. Algún día los astros de TocaEstrellas se apagarían y sobre su cielo solo quedaría el planear de hermosas plumas de nieve.
Salio de sus aposentos. Las estancias de su familia incluían un pequeño torreón donde se cuidaba una de las más estimadas tradiciones de sus antepasados. Era una construcción sencilla, circular, con dos anillos de saeteras que no habían sido construidas para ninguna guerra sino para permitir entrar y salir a los enormes cuervos que reposaban en sus perchas. Los TocaEstrellas siempre habían criado estas aves, a ojos ajenos no tenían ningún propósito, ni mensajeros, ni aves de presa, los pájaros iban y venían a su antojo. A Willhem le habían explicado miles de veces que aquellos pájaros eran los herederos de la bandada de cuervos que salvo a la primera sidhe de TocaEstrellas, Alysse AlmaEscarcha en la batalla que la llevaría a conquistar las montañas que luego serían su hogar. Tal vez fuera cierto, tal vez no. Eran eso y mucho más. Él los adoraba, criarlos era una tarea que no encargaba a nadie, los alimentaba y cuidaba, incluso cuando estaban muy enfermos. Los conocía a todos y era capaz de diferenciarlos con un solo vistazo. Hizo bocina con las manos e imitó perfectamente un graznido ronco, de su percha bajó una hembra gigantesca, totalmente blanca con los ojos como dos gotas de sangre y el pico gris, salteado de vetas oscuras como si fuera de roca. Ella y sus hijos eran orgullo de Willhem y el motivo por el que todos lo llamaban “El señor de los cuervos de invierno”. Cuando se posó sobre su hombro le dio un trozo de manzana seca.

-Hola Ventisca-Le dijo acariciándole el pecho

El pájaro graznó y le picoteó una oreja con fuerza. Ambos salieron de la torre, era día de consejo y fiel a su costumbre él se retrasaba. Lo que su padre llamaba “asuntos de estado” no eran mas que las pantomimas de alguien que no se daba cuenta que no tenía nada sobre lo que gobernar. Eran señores en el exilio y de la grandeza de la que tanto le gustaba hablar a su padre no quedaba más que lo que la cortesía de la reina les permitía conservar. Sin embargo el Alto Señor de TocaEstrellas, Gelión de los picos de Ondolir se aferraba a títulos y honores que no valían nada, a un ceremonial ridículo que solo servía para apaciguar su orgullo. Parte de este ceremonial incluía una reunión en la “Sala del Consejo” cada cinco días. Tal vez en sus buenos tiempos, allá en la vieja fortaleza de la reina, estas reuniones fueran algo imponente, con vasallos y consejeros llenando el salón del homenaje. Pero para Willhem aquello era historia antigua, él era hijo del exilio y solo había conocido la modesta sala de palacio donde se reunían unos pocos y ancianos nobles menores tan venidos a menos como ellos mismos, algunos consejeros fieles y un par de criados. Destellos del antiguo esplendor, normalmente se sentaba con cara de circunstancia junto a su padre y luchaba por no bostezar, casi nunca había abierto la boca en uno de aquellos consejos si no era para hacer un comentario hiriente.

Ese día la sala del consejo estaba vacía, su padre estaba sentado presidiendo la sala, pero no llevaba su armadura de ceremonia sino un sencillo caftán plateado con pequeñas estrellas bordadas y su única compañía eran su señora madre y su hermana mayor Arminta. Willhem sintió que un escalofrío le recorría la espalda, algo pasaba, las mujeres no tenían derecho a formar parte del consejo. Su padre seguía esa vieja regla a rajatabla al igual que otros nobles, pese a que al hacerlo desobedecían abiertamente a la reina. El sidhe contempló la escena, especialmente a Arminta. Su hermana era una belleza largamente celebrada en la Corte, siempre vestía de riguroso negro, guardando el luto que toda su familia debía llevar por sus tierras perdidas. Pese a ello se las arreglaba para estar deslumbrante, había aprendido a sortear con gracia el obstáculo de no poseer apenas joyas con las que arreglarse, lo remendaba con peinados extravagantes y una elegancia que había cosechado no pocas envidias en la Corte. Pero ni siquiera ella había tenido tiempo de arreglarse demasiado, llevaba su larguísima melena blanca suelta sobre los hombros le caía por la espalda hasta la cintura como un manto de nubes y su vestido cumplía demasiado las reglas del decoro. No era nada normal en ella. Lo único habitual era su mirad de rapaz, ávida y cruel. Los hermanos se miraron con estudiada hostilidad, Arminta era mayor que él, pero nunca poseería un titulo que él despreciaba. Alysse AlmaEscarcha habia sido la única señora de TocaEstrellas.
Su madre, una mujer menuda y discreta, parecía, como siempre, demasiado nerviosa. Desde hacía mucho tiempo hacía una vida retirada y tranquila “Ya luché mis batallas” solía decir, se escudaba en ese frase para no aceptar ninguna obligación desde hacía años y gracias a ella había podido desentenderse hasta de criar a sus hijos. Seguramente su presencia allí era meramente formal. Miraba a su alrededor con aquel eterno aire de indefensión suyo, como un gorrión rodeado de aves de presa, retorciéndose las manos sobre el regazo.

El elfo hizo una reverencia corta y formal, no le apetecía doblar el lomo ante su familia más de lo necesario.

-Señores padres, hermana.

Su padre lo miró con el disgusto de quien calibra una mercancía dudosa.

-Llegas tarde-Se limitó a decir mientras ocupaba su lugar en el sillón del consejo.

Willhem no pudo dejar de observar que su hermana había ocupado su asiento. “Puedes quedártelo si tanto lo quieres” Pensó. Se sentó junto en frente de su padre. De igual a igual y disfruto al ver la expresión contrariada de Arminta al ver que le pasaban por alto lo que en cualquier otra ocasión sería una impertinencia.

-Hoy podría ser un gran día para nuestra familia y te presentas tarde. Supongo que tus únicas prioridades son las tabernas.

-Las tabernas me gustan tanto como a cualquiera, padre, pero de saber que la familia iba a reunirse hoy, anoche me habría acostado temprano. Hace falta estar muy descansado para sobrellevar tanta dicha.

Su padre ignoró el comentario. Sentado en su imponente trono Gelión de
TocaEstrellas parecía pequeño, que no llevase la armadura, una pieza magnifica de plata adornada con pequeños cristales tallados que brillaban como el hielo bajo el sol, no le favorecía. Willhem recordaba a su padre en la guerra, montando un corcel enorme, con el mayal en la mano. Entonces era una estampa magnifica y terrible que sus enemigos aprendieron a temer, entonces aun no le había perdido el respeto. Hoy pese a que la estampa: alto, de hombros anchos, con el pelo blanco recogido con una simple diadema ceñida a las sienes y los unos feroces ojos grises era muy parecida a la de sus días de gloria algo había cambiado, el tiempo y las decepciones se cobran un precio, incluso en los elfos de la vieja sangre y con el paso de los años Gelión se fue volviendo cada vea menos imponente a ojos de su hijo, hasta que al final era solo el esqueleto de su vieja gloria.

-Padre- La voz de Arminta era un arroyo de miel deslizándose sobre el filo de una espada-¿A que se debe esta inusual reunión? Imagino que no nos has convocado a madre y mí para pedirnos nuestra opinión sino para anunciarnos algo. Supongo que hablo por las dos al decir que estamos deseosas por conocer cualquier noticia que tengas que compartir.


Willhem sonrió para sus adentros, su hermana temía que la noticia a revelar fuese la de su compromiso. Nada lo hubiese complacido más que verla encajar semejante impresión pero dudaba que se tratase de eso, no habría sido necesario esquivar a amigos y consejeros para tratar ese asunto

-Perdimos nuestras tierras ancestrales en la Guerra de las Tres Noches-Dijo Gelión contemplando a sus hijos-Antes de la Guerra de la Reina Durmiente, antes de que vosotros nacieseis. Desde entonces hemos rodado mucho, de corte en corte, dependiendo de la hospitalidad de otros, como si fuésemos señores menores, mientras los goblin infectaban lo que nos pertenecía.

El sidhe se tapo la boca con la mano y ahogó un bostezo. Conocía esa historia y le aburría hasta la desesperación. “Tu perdiste la guerra y las tierras, tu erraste, tu mendigaste, tu aceptas casarte con la heredera de una casa insignificante para tener al menos donde estar parado. Tú, no yo” Pensó hastiado, odiaba que su padre extendiese su vergüenza a toda la familia. Quizás no hubiese sido tan malo, recordaba su infancia en el diminuto feudo de su madre como un lejano y feliz periodo de su vida. La casa de AureaSombra era modesta y su castillo una simple torre del homenaje en mitad del bosque, era un lugar tranquilo, sin grandes sobresaltos ni obligaciones, lleno de gente simple y amable. Pero a Gelión no le bastaba aquello y sin escarmentar por haber perdido una guerra se metió en otra, y de nuevo no la ganó. Willhem siempre le había reprochado aquello en secreto. Las tierras de su madre, la existencia apacible, los gloriosos días a cielo abierto. Todo lo que perdieron por el orgullo herido de su padre.

-Eso lo sabemos, padre-Dijo cáustico mientras se servia una copa de agua con limón, le supo a rayos pero al menos dejo de sentir la lengua pastosa como un gusano muerto-Ahórranos la historia reciente.

-Hay historia aun más reciente que deberían hacerte callar a ti y mostrar un poco de respeto por tu padre. Al menos yo perdí mis guerras luchando, no intentando asesinatos por la espalda- Le respondió Gelión en un tono helado que no dejaba entrever ninguna emoción.

Arminta sonrió al escuchar aquello y Willhem se mordió el labio inferior.

-Siempre he sabido que recuperaríamos TocaEstrellas algún día, que volveríamos a nuestra grandeza, he esperado el momento y he vigilado. Tal vez no ha sido en vano, los cuervos dicen que hay piras fúnebres en los alrededores de la montaña, que los arroyos escupen cadáveres. Algo les ocurre a los goblin de la Ciudad de Piedra.

-Tal vez estén sufriendo alguna plaga-Dijo Arminta

-Los goblin no enferman fácilmente, tal vez los cuervos se equivocan…-Observo Willhem extrañado.

-Tal vez, pero ellos dieron la primera voz de alarma y después llegaron los informes a la mesa de la reina para confirmarlo.

Willhem tuvo que reunir fuerza de voluntad para mantenerse en silencio, no quería parecer demasiado interesado.

-Pensaba que nadie conocía la ubicación de la Ciudad de los goblin- Arminta no tenía ninguna intención de disimular su interés, ella siempre había querido recuperar su posición de gran dama.

-Saben que se esconden en las montañas, pero es casi lo mismo que no saber nada. Nunca se han podido encontrar las entradas. La ubicación exacta solo la conozco yo.

-Padre, conoces la ubicación del antiguo palacio, como la conocemos todos, pero esas entradas fueron selladas y hoy día nadie sabe como entrar, ni cuantos goblin hay, ni siquiera donde viven. Las montañas son enormes y unas cuantas hogueras no quieren decir nada.- Willhem apenas se podía creer lo que estaba oyendo

-No te corresponde a ti decidir si es importante o no, te corresponde averiguarlo. Quiero saber que si realmente ocurre algo TocaEstrellas, quiero saberlo antes que nadie y a tu serás quien me lo diga. Yo no puedo husmear demasiado lejos sin levantar sospechas, pero tú no haces otra cosa que vagabundear por los burdeles, nadie se extrañará de verte entrar y salir. Nunca has sido discreto.

-Gracias padre- Respondió-Supongo que es un halago.

-Siempre has sido una vergüenza para mí y para tu madre. Es la última oportunidad que te doy de demostrar lo contrario.

-Eres generoso, continuamente me estas ofreciendo oportunidades que no te pido. Supongo que es más fácil asumir mis fracasos que los propios.

Gelión se puso de pie y alzó la mano, Willhem no tuvo oportunidad de reaccionar, escuchó las palabras retumbando por la sala casi al tiempo que salía despedido varios metros, el sillon se hizo añicos a su alrededor y el rodó por el suelo en medio de una nube de madera astillada. Cuando abrió los ojos su padre estaba en pie y avanzaba hacía él, tenía las manos envueltas en luz azul y el rostro congestionado de odio. Aquel era el Señor de TocaEstrellas que él recordaba.

-¡Fuiste tu ¡! Tu y estupida altivez lo que desequilibró la balanza de la Guerra en nuestra contra! ¡Lo que hiciste nos obliga a ser mascotas de Silvania ¡!Tuvimos que abandonar las tierras de tu madre¡¿O tal vez quieres volver a las Puertas del Viento? Seguro que los Guardianes se alegran de verte.

El sidhe escuchó las palabras de su padre mientras la rabia le crispaba los puños. Se llevo una mano a las costillas, resentidas por el golpe y la otra a la espada.

-No te atreverás…-Gelión dicho aquello con un tono de desafió y casi una chispa de alegría en los ojos.

Willhen desenvainó la espada y al mismo tiempo la voz de su padre se alzó como el teñido de una campana. Pero no paso nada. Ninguno de los dos sidhe pudo moverse, estaban envueltos en luz dorada, extraños insectos atrapados en ámbar. La sombra de su madre se extendía desde sus pies hasta ellos, volviéndose espesa como la melaza. La dama tenía la mano izquierda sobre el corazón y la derecha alzada en un puño.

-Gelión no castigues a tu hijo-Rogó, la voz de su madre siempre parecía temblar de miedo- Has dicho que ibas a darle una oportunidad. Hazlo y después ya podrás actuar en consecuencia.

Gelión bajo la mano. Willhem tardó un poco más en volver a guardar la espada, pero en cuanto lo hizo la sombra los dejó libres.

-Dale las gracias a tu madre. Y ahora ve a hacer lo que te he pedido.

Willhem se dio la vuelta y salio de la sala sin mediar palabra. Camino por el pasillo con la misma tranquilidad que si volviese de rondar a una dama, saludo a cuantos se encontró por el camino con una suave sonrisa y al llegar a su habitación sacó la espada y atravesó con ella el respaldo de una silla. Fue consciente de aquel primer momento pero después la rabia lo cegó por completo, destrozó todo lo que puso a su paso casi sin darse cuenta. Arminta lo encontró en medio de un remolino de plumas provenientes del colchón, jadeando aun con la espada en la mano. La Dama miró a su alrededor.

-Tendrás que explicar que ha pasado en tu cuarto. Parece que se ha desencadenado una tormenta aquí.

-Lárgate-Le ordenó Willhem-Eres la última persona a la que me apetece ver.

-Pensé que ese sería padre.

Su hermano se giró hacia ella.

-Lárgate por tu propio pie ahora que aun puedes.

-No me das miedo, eres tu quien debería estar asustado. Aquí no está madre para salvarte.

Willhem se lanzó sobre su hermana, Arminta lo infravaloraba. Era más rápido y mas fuerte que ella. La cogió por el cuello y la colocó ante la ventana.

-Madre no me protege a mi, sino a padre.

-No me das miedo, eres patético hasta cuando te sales de tus casillas- Le dijo antes de escupirle.

Hubiese sido fácil lanzarla al vació, lo complicado sería dar explicaciones que nadie creería. La soltó y retrocedió dos pasos.

-¿Sabes que voy a hacer? Voy a devolveros a todos a esa montaña asquerosa, para que os peléis el culo de frío en las ruinas del palacio. Y tú date prisa en abrirte de piernas para algún noble no tan viejo como para darte un hijo. En cuanto tengas descendencia le daré a él el titulo de heredero que tanto deseas.

-Podrías dármelo a mí ahora, podrías hacer que padre te repudie.

-¿Y darte ese regalo? Jamás, No serás Señora de TocaEstrellas, tendrás que conformarte con ser esposa y madre. Nunca tendrías otra cosa.

-No quieres ese titulo.¿Qué te importa?

-Es verdad, no lo quiero- Willhem se subió al alfeizar-Pero me gusta demasiado humillarte.

Saltó al vació antes de escuchar la respuesta de su hermana, el silbido del aire en sus oídos ahogó los gritos, desde la ventana de su habitación había una buena caida. Rozó la pluma de plata y sintió a Ventisca volando hacía él, el pájaró se colocó a su espalda con un graznido, sintió sus garras arañarle la espalda y después aquella tensión familiar en los omoplatos, el rasgar de la ropa. El cuervo blanco había desaparecido y Willhem planeaba sobre la Corte con dos hermosas alas blancas.

miércoles, 9 de junio de 2010

La gran evasión

“Yo no soy escritor…un escritor es alguien que tiene que escribir. La única razón por la que escribo es porque no tengo otra manera de justificar todas las cosas que no hice”
Hace unos días encontré esta cita de Theodore Sturgeon, imprescindible escritor americano de fantasía y ciencia ficción, autor de cuentos tan complejos y famosos como “Más que humanos” o la preciosa antología de cuentos “La fuente del unicornio”. Sturgeon es uno de esos genios del género fantástico que pasan muy desapercibidos para la mayoría de lectores pero que todos los que amamos la literatura fantástica hemos oído nombrar alguna vez, aunque solo sea por su labor como guionista en Star Trek. La frase estaba en un libro recopilatorio de historias de vampiros, tan de moda gracias (o por culpa según algunos) al fenómeno mediático de Crepúsculo. La leí en el tren volviendo a mi casa, y la releí un par de veces con la típica sorpresa de quien encuentra sus pensamientos perfectamente expresados en palabras de otra persona.
Tuve un pequeño momento de felicidad, la felicidad tonta y simple de encontrar a alguien que piensa igual que tu, que tal vez podría llegar a comprenderte si te conociese.

Recuerdo muy bien cuando leí por primera vez “El hobbit”, tendría unos trece años, lo devoré con un ansia que nunca he vuelto a sentir. Me recuerdo leyendo en la piscina, mientras los otros niños (no digo amigos porque amigos no tenía) se bañaban y me recuerdo en la cama imaginándome a mi en la oscuridad de la cueva, enfrentándome en un salvaje duelo de ingenio al mismísimo Smaug. Poco después me enfrenté por primera vez al duelo de una página en blanco y empecé a escribir…hasta hoy. Tenía muy claro que quería: aventuras. Quería un mundo a mi medida y quería ser una intrépida protagonista porque para ser una cría feucha, solitaria y cegata ya estaba el presente. Quería “vivir otras vidas, probarme otros nombres, colarme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré”
Desde entonces no he dejado leer todos los géneros casi sin discriminar, aunque mis preferencias siempre estuvieron con el género fantástico, el terror y la ciencia ficción. Con lo poco cotidiano. Al principio pensaba que era por evadirme, porque la verdad, motivos para la evasión había de sobra. Pero he crecido, que no madurado, y ya hace mucho tiempo que soy feliz, que estoy satisfecha con la vida y aquí sigo, leyendo cosas imposibles. Porque quiero estar donde nunca estaré, hacer lo imposible.
No desprecio ninguna lectura, de hecho siempre leo lo que me va apeteciendo, pero sinceramente hay ciertos tipos de realismo que me dejan fría porque para lo habitual, para las discusiones nimias con mi pareja o los incidentes de trabajo no necesito invertir demasiada imaginación.

Últimamente he escuchado muchas cosas sobre la literatura fantástica, que es un género fácil, que desde Tolkien está agotada, que es literatura menor (cuando no pobre), que solo se lee a cierta edad…Está claro que la gente que esgrime estos argumentos habla desde el desconocimiento. La ignorancia es muy atrevida; nadie que haya a leído a R.R Martin, a Michael Ende a Tad Williams, a Philip K Dirk, a Howard, a Theodore a Sturgeon, a Robert Bloch, a Asimov, a Tim Powers, a Neil Gaiman, a Terry Prachett, a Andrezj Sapkowski, a Alan Moore, a Mike Carey, a Ana María Matute, a Carmen Martín Gaite, o a Gianni Rodari (autores todos ellos posteriores a Tolkien y vivos en su mayoría) diría que sus temáticas están agotadas y desde luego, si dicen que lo que escriben es “fácil” porque cualquier cosa en una novela fantástica puede arreglarse sacándose un truco mágico de la manga, es que esta gente se ha quedado en Harry Potter y pare usted de contar. Claro que la magia abre posibilidades que Raymond Curver no tiene, pero malas novelas hay en todas las ramas de la literatura. Si quieres hacer una mala novela basta con abusar del recurso fácil sea cual sea, no es algo exclusivo de la literatura fantástica, solo mas recurrente. La dificultad está en encontrar la justa medida, como en todas las cosas de la vida. En cuanto a lo del género menor porque está dirigido a un público infantil o adolescente…en fin, yo no le daría a un crío de doce años “Muerte de la luz” o “Neverwhere”. Pero tampoco se los daría a un adulto que no es capaz de dejarse llevar por ese estremecimiento que sientes cuando la imaginación da otra vuelta de tuerca y te lleva a lugares donde nadie mas que tú estarás.

Y de todos modos escribir, lo que sea, nunca es fácil y si de verdad alguien lo piensa, que coja un folio y lo intente.