lunes, 23 de mayo de 2011

Feliz Cumpleaños

Hace tres años que escribo este blog, antes de que me animasen a compartir el particular universo de la Corte de los Espejos yo ya escribía (cuentos principalmente) y sobre todo me contaba historias a mi misma. Soy una yonki de letras y pese a que me quejo de las noches en blanco, de las horas que les robo a parientes y amigos, de la frustración de no acabar de alcanzar lo que realmente quiero decir, del sin fin de inseguridades de todo tipo y de eterna maraña de dudas, debo confesar que mi caso no tiene remedio y que no creo que exista rehabilitación posible. Al igual que el viejo ermitaño de “La Historia Interminable” escribir es lo único que puedo hacer para ser yo misma.

Ahora mismo estoy en una encrucijada de caminos y como todo buen cruce (ya sabéis ese momento de inflexión que hay en cada historia, ese punto de no retorno) exige tomar una decisiones. No creo que pueda hacer trampa como en los libros de “elige tu propia aventura” y volver páginas a tras para averiguar que puede pasar si en lugar de la puerta verde, elijo la roja. La vida tiene el defecto de ser unilateral la gran mayoría de las veces. Ya he tomado mis decisiones y ahora tengo que esperar a ver hasta donde me llevan, aunque la verdad es que si lo miro con cierta perspectiva tal vez las cosas no cambien tanto: pase lo que pase seguiré escribiendo y este blog seguirá cumpliendo años. A veces habrá mas lectores y a veces no habrá ninguno. Por ahora voy agradeceros que llevéis tres años conmigo y que mostréis tanto interés por la Corte de los Espejos. Solo con eso ya me habéis convertido en una escritora afortunada, porque a fin de cuentas las historias solo tienen sentido si tienen un público que las espere. Y vosotros sois el mejor de los públicos. Sinceramente: muchas gracias y feliz cumpleaños

lunes, 9 de mayo de 2011

La creación de retropólis

Hubo una vez un hombre y una máquina voladora. Una noche mientras atravesaba un denso campo de bruma el hombre se perdió. Tenía altímetros y monitores, tenía todo tipo de agujas, botones y mandos para deslizarse sobre el cielo pero ni la danza de los indicadores ni los trazados mapas podían decirle donde estaba. Volaba sin rumbo, perdido en la niebla, sin distinguir otra cosa que retazos de mar bajo él y nubes cegándole todas las rutas. El combustible se agotaba poco a poco, y aunque el piloto no quería aceptar la muerte como una certeza escribió una ultima carta a su familia, esa carta que muchos soldados escriben sin saber si quiera si alguien llegará a leerla alguna vez. No se despidió porque quería dejar tras de sí un resquicio de esperanza. Les contó que había aterrizado en una ciudad increíble hecha de piedra, hierro, cristal y estaño. Una ciudad donde las casas se alzaban en un equilibrio imposible hasta el mismo cielo. Donde no había dos edificios remotamente parecidos. Los había feos y toscos, mientras otros eran hermosas filigranas salpicadas de pinturas y estatuas, algunos eran tan ligeros que se podían cambiar de sitio solo con empujarlos, otros tenían patas y otros flotaban gracias a hélices colocadas como molinillos en los tejados. Otros en lugar de alzarse a cielo abierto se hundían en la tierra. Era la ciudad con la que habían soñado alguna vez los sabios de todas las épocas, los soñadores, los locos, los artistas, los necios… Por sus calles torcidas los borrachos caminaban en línea recta. Antaño hubo muchas puertas para llegar a esa ciudad que acogía a cualquiera que fuese capaz de imaginarla, se podía llegar andando o subido a las espaldas de un hada verde. Pero la humanidad dejó de pensar en ella y los caminos se cerraron. Se perdió la magia y con ella los hombres perdieron la cordura, fue un tiempo de sin razón y de guerras crueles, hombre contra hombre, hermano contra hermano. Él había encontrado la ciudad y su misión era volver a abrir los caminos y deshacer el daño hecho por el olvido. Sería una ardua tarea, tardaría mucho en volver, si es que alguna vez volvía. Tenía que quedarse en la ciudad y soñar, tenía que crear nuevas puertas.

El combustible se agotó. El hombre no regresó a su casa. La máquina no fue encontrada.

Algunos creen que Retrópolis ya existía y que el piloto llegó hasta ella gracias a un camino perdido. Otros piensan que Retrópolis fue naciendo mientras la imaginaba un hombre que no quería morir. La mayoría nunca ha oído hablar de ella, ni lo harán mientras vivan. Y sin embargo todos hemos paseado alguna vez por sus calles torcidas y silenciosas. Todos hemos estado alguna vez en la ciudad que sale en los márgenes de los mapas, la que está a orillas del tiempo, al filo de nuestra memoria.