domingo, 26 de diciembre de 2010

Muérdago, acebo y otros hierbajos navideños

¿Nunca os habéis preguntado por qué usamos el acebo como adorno navideño?¿Por qué los anglosajones se besan bajo el muérdago o porque se adornan los abetos? Puede que las navidades sean una de las fiestas cristianas por antonomasia pero están plagadas de supersticiones herederas de los antiguos mitos paganos. Otro años que me pille con mas ganas os hablaré de las Brumalias y las fiestas del Sol Invicto porque sería un tema para hablar largo, tendido, tumbado…la postura es lo de menos, pero desde luego es uno de esos asuntos que exigen que te pongas cómoda antes de empezar a contar y esta vez servidora anda un poco justa de tiempo. Así que solo puedo dejaros un par de datos curiosos:

Estos días es muy común ver hojas y frutas de acebo (Ilex aquifolium) usadas como adorno navideño, una costumbre que los países mediterráneos heredamos de países con climas más fríos. No solo porque aquí el acebo no sea una planta común (que también) sino porque su uso lo impuso la Iglesia para desbancar al muérdago (Viscum álbum) como adorno navideño. El muérdago común es una planta parasitaria que crece en ciertos árboles a la que los druidas celtas tenían en alta estima como panacea para todo tipo de males (aunque en dosis altas es tóxica y puede producir bradicardias), solo se podía recoger de ciertos robles que los druidas consideraban sagrados y al parecer recolectaban cortando las ramas con cuchillos y hoces de oro (acordaos que Panoramix siempre una pequeña hoz de oro atada al cinturón, ahora ya sabéis para que). La costumbre era colgar estas ramas de muérdago en las puertas de la casas para protegerlas de cualquier mal, también era el modo de dar la bienvenida a los viajeros. Era obligatorio entrar desarmado en una casa protegida con esta planta sagrada, si invitabas a tu casa a un enemigo acérrimo, hacerlo pasar por un arco adornado con muérdago era un modo de asegurarte que no te causaría ningún mal mientras estuviese bajo tu techo. ¿Pero por qué los besos? Tenemos que irnos a Escandinavia para explicar esto. Para los escandinavos el muérdago estaba vinculado a la diosa de la fertilidad y el amor, Frigga. En su honor las parejas de amantes se besaban bajo esta planta, esperando que de este modo la diosa bendijera su amor con una tropa de pequeños y rubios escandinavitos…Esta gente viajaba mucho y era amiga de compartir su cultura con otros pueblos (los ingleses solían recibir con mucho jolgorio las visitas de los hombres del norte, a los que ellos llamaban normandos y con los que solían intercambiar largas jornadas de hachazos, flechazos, quema de aldeas, robo de ganado, rapto de féminas…cosas agradables) Los ingleses heredaron la tradición del muérdago de los normandos y también el gusto por compartir su cultura con otras gentes (tanto si la otra gente quería como si no) y así se extendió lo de de repartir cariño (y hachazos)
Cuando en el 330 d. C la iglesia fija la fecha del nacimiento de Cristo el 25 de Diciembre (7 de enero si eres ortodoxo) se prohíbe por completo el uso del muérdago debido a su asociación con los cultos paganos e imponen el acebo como sustituto ya que sus hojas picudas recuerdan las espinas de la corona del Salvador y las bayas rojas las gotas de su sangre, motivo por el que se hacen coronas circulares con el acebo y es que los padre de la Iglesia siempre han sido unos tipos muy alegres. Desgraciadamente lo de besarse bajo el muérdago era mas divertido que mirar una planta y pensar en la mortificación de la carne, así que ambos usos persisten hoy en día. Solo que el muérdago está prohibido por la Iglesia y de hecho no se puede adornar ningún templo consagrado con esta planta. (Por cierto tampoco puede llevarse corsé en las iglesias, steampunkeros, gotikos y gente con problemas de espalda: toca joderse)

¿Y el abeto? Quienes piensan que adornar tu casa con un abeto es una americanada deberían replanteárselo, ya que de hecho es una costumbre alemana. Ellos fueron los primeros en adornar el interior de las casas con estos arbolitos durante la Navidad, lo hacen desde el S XVI y la creencia mas extendida es que fue Lucero, sorprendido por la belleza con la que nieve brillaba sobre las agujas de este árbol, el primero que usó este adorno como sustituto del belén,llevando un abeto a su casa y adornando las ramas con velas. En el s XVII ya era una costumbre extendida por todos los países protestantes y un símbolo anti católico. En todos menos en Gran Bretaña. Seria Alberto, esposo de la reina Victoria, que era de origen alemán quien introduciría esta costumbre por primera vez en un hogar inglés y ya sabéis como eran los ingleses con la reina Victoria, si ella lo hacía, los demás no iban a ser menos.

En EEUU serian las oleadas de inmigrantes alemanes del s XIX y principios del XX las que instaurarían el abeto como árbol navideño y desde ahí, vía Hollywood a todo el mundo. Curiosamente los países católicos no deberían tener árboles de navidad, ya que nacieron como una costumbre anti papista pero bueno, ahora ya sabéis que un belén junto a un abeto puede ser o una enorme ironía o un símbolo de tolerancia y convivencia religiosa

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El otro proyecto

Bueno algunos ya sabéis de la nueva aventura en la que estoy embarcada, esa que me está haciendo currar mas horas que un reloj, pero de la que no me quejo nunca porque me tiene totalmente emocionada. No he podido resistirme a dejaros un pequeño aperitivo de una de las cosas que escribí hace tiempo, cuando el proyecto era aun una nebulosa sin formato claro. Hoy que ya tiene cara y ojos veo que por entonces aunque no sabía muy bien como lo contaría, tenía muy claro que era lo que quería contar.
Os dejo con una historia nueva, mucha mas épica que "La Corte". Es paradójico pero si tiene éxito no la podréis leer...



Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Miguel Hernández



Cansado y miserable
Desde que había entrado en el Yermo de SecaGargantas estas eran las únicas palabras que podían describir su ánimo y eran una carga mucho más pesada que su mochila de viaje. Eran peores que el sol y el viento cargado de polvo, peores que la sed que había convertido su boca en un infierno seco y áspero.
La primera noche una tormenta le sorprendió al raso, llovió con tanta furia sobre aquel suelo arrasado que pronto el agua, el barro y las piedras formaron un caudaloso torrente que inundó la cañada que estaba cruzando. Tuvo que ponerse a escalar a toda prisa por la pared de una garganta resbaladiza y traicionera para ponerse a salvo, enredándose con su ropa empapada, mientras la lluvia lo envolvía en una ceguera húmeda que se le clavaba en los ojos como agujas heladas. Consiguió alcanzar un punto lo bastante alto como para alejarse del terreno inundado que se extendía bajo sus pies y no se atrevió a buscar ningún refugio, no había llegado a un desierto para ahogarse. Pasó la noche tiritando, azotado por una tormenta en la que le parecía poder escuchar la risa de los dioses. Se sentó sobre una roca y se envolvió en su manto empapado. Que se rieran. Él no pensaba maldecir, ni lamentar su fortuna. No les concedería esa diversión. Si querían jugar les había tocado un juguete muy poco dispuesto. Se limitó a permanecer en vela, aferrado a la esperanza. Pronto sería libre o estaría muerto. En ambos casos sería un alivio.
El sol llegó deshaciendo las nubes, aprovechó las primeras horas para secar la ropa y espantarse el frío del cuerpo, no tardo demasiado, al mediodía el calor se había adueñado de tal modo de la llanura que no quedaba ni un charco. Caminó con el sol siempre a su izquierda, tal como le había recomendado Ayazir. Caminó sin tregua dos días enteros, con los escorpiones y sus pensamientos como única compañía. No sabría decir cual de las dos cosas era más ponzoñosa. Ya no podía comer, la maldición convertía en cenizas cualquier cosa que intentase tragar, exceptuando el elixir del brujo y empezaba a acabarse. Tenía que encontrar a aquella cosa cuanto antes o estaría demasiado enfermo para luchar.
Encontró una larga pared de roca, se sentó a la sombra, aflojó el manto y se permitió el fugaz alivio de mojarse la cabeza y la cara. El agua era un lujo y no podía desperdiciarla aunque ahora no pudiese beberla la necesitaría para la vuelta. Estuvo un rato sentado, con la espalda apoyada contra la piedra, el tiempo se acababa y no había ni rastro de la criatura. Ayazir le había advertido que huiría de él, que lo presentiría como las bestias presienten la hora de su muerte. Aun así empezaba a inquietarle no ser capaz de encontrar ni el más leve rastro, era como si no existiera. Al pensar en esa posibilidad le entró pánico por primera vez en mucho tiempo. Si los Guardianes no existían entonces su único destino era convertirse en un ser parecido al que él mismo había matado en el bosque, estaría condenando a arrastrarse y sufrir hasta que otro desgraciado acabase con sus días y ocupara su lugar. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. No, cualquier cosa antes que eso. El Guardián existía ¿Por qué iba a mentirle el viejo brujo?¿Para qué lo habría enredado Baro en aquella espiral si la bestia no existía?

Cerró los ojos, se obligó a dejar la mente en blanco, respiró despacio hasta que el miedo se disipó como una mala niebla. No tomaría aquella decisión llevado por el pánico. Por muy pesimista que se sintiese en aquel momento, por acorralado que pudiese estar su muerte no le pertenecía, si moría Myrka se quedaría sola. Recordó la risa desvalida e inocente de su hermana. No dejaría que otros cargaran con esa responsabilidad, era suya. Aquellos pensamientos lo ayudaron a decidir, no buscaría más, basta de jugar al escondite con aquella cosa. La sacaría de su guarida a la fuerza. Ayazir le había advertido de los peligros de la invocación, usar ese tipo de magia sin tener ninguna experiencia era peligroso. Se arriesgaría, era eso o seguir vagabundeando por aquel yermo de mierda hasta que se le secase la carne sobre los huesos.
Tomó un largo trago del elixir, con un poco de suerte no volvería a necesitarlo. Como era habitual se sintió mucho mejor casi de inmediato, lleno de fuerza. Tenía que aprovecharlo. Dejó la mochila bajo un montón de rocas para ponerla a salvo de las alimañas y salió de nuevo al sol. Contempló el cielo, si aquello iba a ser lo ultimo que viese, era un visión gloriosa, azul, infinita, radiante. Sonrió. Era la hora.

Se quito la capucha, iría a la batalla con la cabeza descubierta, desafiante y preparado para cualquier cosa. “Reza por mi, Myrka, reza por tu hermano” pensó mientras sacaba la daga de su funda y se hacía un profundo tajo en la palma de la mano. Como siempre la marca reaccionó y un dolor terrible le subió por el brazo mientras la sangre corría hasta la tierra en repugnantes borbotones. Negra, espesa, inhumana. Apretó la mano y se obligó a soportarlo, no era necesario recitar ningún hechizo, su sangre llamaba al Guardián. “Ven” susurró lleno de rabia, “Ven para que te lleve al infierno” El corazón le latía como un tambor de guerra, marcando la cadencia con la que la sangre salpicaba el polvo.

El suelo tembló, al principio casi no se notaba, pero la vibración fue a aumentando su potencia hasta convertirse en un pequeño e intenso terremoto que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. En apenas segundos el temblor levantó piedras y resquebrajó la dura corteza del desierto, el suelo explotó lanzado rocas en todas direcciones. Se cubrió incapaz de ver nada. Cuando el viento despejó el paisaje sintió que la respiración se le helaba en el pecho. No estaba preparado para encontrarse con semejante ser, no hubiese estado preparado aunque se lo hubiesen descrito con pelos y señales. La imaginación era incapaz abarcar la existencia del Guardián y las palabras no hubiesen sido sino un pobre reflejo. Era enorme, su cuerpo alargado se alzaba de tal modo que parecía tocar el cielo, tenía algo de inmenso ciempiés acorazado, con afiladas patas quitinosas, pero su cabeza repleta de ojos redondos de un profundo rojo oscuro estaba rematada con unas inmensas mandíbulas que no se parecían a las de ningún animal que hubiese visto antes. Se quedó petrificado un segundo, temiendo respirar demasiado fuerte y que eso hiciese que el monstruo se fijase en él. El brujo no le había dicho que sería tan grande. No podía vencerle, era como si una pulga pretendiese matar a un perro. Quiso arrojar las dagas al suelo y huir. Algo imposible. Si escapaba solo le quedaba ser una marioneta de los dioses. El monstruo era su destino. Recordó a Ivrian; sus ojos maliciosos, la dulzura que sus labios le regalaron y el calor de su piel contra la suya. Aquel encuentro demasiado fugaz le había devuelto la humanidad por un momento. Quería presentarse ante ella de nuevo, libre de su carga, sin ser ya el cazador de Guardianes. Siendo solo un hombre. Tal vez podría tener una vida que mereciese tal nombre.
Aferró con ganas sus armas, desató toda la fuerza y toda la rabia que la maldición había ido dejando sobre su alma y se lanzó contra el monstruo.
No sabía si era el cazador o la presa.
Tampoco le importaba.
Era todo o nada.

martes, 7 de diciembre de 2010

George MacDonald, el horizonte de los sueños

Vale, vale no me matéis. La proxima entrega será de "La Corte de los Espejos" pero mientras, para abrir boca os dejo un pequeño homenaje a un autor tan grande como desconocido



Aun recuerdo como llegó a mis manos el primer libro que leí de George MacDonald, me lo regaló Círculo de Lectores para compensar mi fidelidad como cliente, o por conseguirle algún nuevo socio, o cualquier cosas de esas. Se trataba de “La princesa y los trasgos” y la verdad con semejante titulo tardé un tiempo en animarme a leerlo, tuve que verme sin nada que leer y con un viaje de tren bastante largo por delante para sacarlo de la estantería y quitarle el polvo.
Me gusta hacer el viaje a Cádiz en tren, normalmente voy escuchando música y pensando en mis cosas, no suelo leer porque el paisaje me encanta y cuando el tren llega al mar siento que el corazón me late mas despacio, me gusta verme rodeada de agua, me gusta ver el horizonte y el sol sobre el agua. Aquel día no levanté un ojo del libro, estaban totalmente hechizada, a la mierda el mar y las gaviotas, solo me interesaba ir devorando páginas. Cuando llegué a la estación ya no tenía interés por mi trabajo sobre las ilustradas gaditanas. Pasé por la biblioteca de la universidad casi sonámbula. Tenía otra pregunta mucho más interesante en la cabeza ¿Quién era George MacDonald? Averiguarlo me costó Dios y ayuda. Apenas había información es español sobre él y la que encontré en inglés era escasa. Tuvieron que pasar los años, entonces Siruela se decidió a editar las obras completas de MacDonald y Carmen Martín Gaite escribiría la biografía de este modesto escritor escocés que sería la inspiración de autores como Tolkien y del C S Lewis se consideraba heredero. No voy a explayarme con una biografía suya, primero porque ya hay varias publicadas en nuestro idioma y segundo porque él nunca quiso que se hablara de él. Era un hombre sencillo, sus hijos tuvieron el privilegio en ser de los primeros en leer “Alicia en el país de las Maravillas” aunque luego por motivos evidentes, MacDonald decidió alejar a los niños de Lewis Carroll (de hecho le prohibió al autor de Alicia que volviera a acercarse a su familia).Tuvo una vida dura, con grandes problemas económicos, debido en parte al empeño con el que siempre defendió sus ideas y sus escritos. Lo hacía con tal pasión que esto le dificultó en gran medida su vida laboral y sus relaciones sociales. Era un hombre de firmes convicciones en una época en la que creer en la igualdad social y predicarla desde un púlpito no estaba nada bien visto por la férrea sociedad victoriana, pero lo hizo, lo hizo durante toda su vida; defendió la educación y emancipación de las mujeres, la necesidad de cambiar las condiciones de vida de los obreros y sobre todo habló de la importancia de formar a la infancia en estas ideas de igualdad. MacDonald se consideraba un soñador pero sabía que había un horizonte de realidad en lo que soñaba y que este horizonte sería inalcanzable para él, pero no para sus hijos o sus nietos.
Los libros de MacDonald están llenos de niños humildes y valientes que caminan entre la dureza de su vida cotidiana y la belleza del folclore escocés. Curdie, el niño minero que protagoniza tanto “La princesa y los trasgos” como “Curdie y la princesa” es un retrato de todos estos niños sin voz a los el autor solía referirse en sus sermones. Niños a los que siempre honraba en sus relatos convirtiéndolos en héroes inteligentes, rebosantes de sabiduría popular, que no conocen el desaliento. Los hermanos Pevensie de “Las crónicas de Narnia” están claramente inspirados en los niños creados por MacDonald
Pero si algo hace grande a este autor que nunca quiso destacar en nada es en el uso de la magia en sus relatos. Una magia salvaje y poderosa que no necesita de brujas y magos, ni de complicados hechizos porque está en el corazón de todos los hombres. Una magia que asombra y asusta por igual. Capaz de hacer maravillas y calamidades. El tipo de magia que me gusta. El tipo de magia sobre la que siempre trato de escribir. La brújula de coherencia y serenidad con la trato de guiarme cuando creo un personaje. Se que estoy a mucha distancia de su maestría, pero no me importa, Macdonald siempre será el horizonte de mis sueños.