martes, 26 de octubre de 2010

Eleazar Ibn Bahar

Un pasito atrás. Este capitulo irá al principio de la Corte de los Espejos. Eleazar es un personaje muy querido para mi, al igual que Nicasia lleva el nombre de uno de mis profesores de EGB. Solo que Doña Nicasia era una santa y no tiene que ver nada con mi pequeña mestiza de mal pronto. Don Eleazar (vengo de una época a las que a los profesores aun se le trataba con respeto)si tiene mas concordancia con este personaje; un hombre mayor, apasionado por las matemáticas, pese a que jamás logró inculcarme su amor por ellas. Paciente, mediador...Fue el último gran profesor que encontré, el último enamorado de su profesión y me enseñó muchas cosas, así que aunque no metió números en mi cabeza, me enseñó otras cosas igualmente importantes. De esas que se aprenden en las escuelas


La mano le vaciló un momento y una gota de tinta cayó de la punta de la plumilla al paisaje de papel que se extendía sobre la mesa. Eleazar Ibn Bahar se apresuro a secarla, fue inútil, el pequeño punto negro se quedó perenne entre las casas que acababa de dibujar. Llevaba varias tardes dibujando la vista de La Corte de los Espejos que admiraba a diario desde su ventana, aquella manchita flotando entre las disciplinadas líneas se quedaría allí para recordarle que su pulso ya no era tan firme, ni sus reacciones tan rápidas. Se hacia viejo y era un lujo que aun no podía permitirse.

-Abuelo-La voz vino acompañada con el tintineo de las cortinas que separaban su pequeño despacho de la sala de estar, en aquella casa no había puertas-Acaba de llegar un mensajero.

Su nieto entró en el despacho con un pliegue de papel sellado en la mano, a Eleazar siempre le sorprendía lo que se parecía a su abuela, tenía los mismo ojos oliváceos y los labios que hacían exactamente la misma mueca suave cuando sonreían, algo que hacía de continuo y con la misma despreocupación con la que solía hacerlo su hijo Inaam. A veces se preguntaba si de verdad compartían estos rasgos eran solo malas jugadas de su memoria, que buscaba en los rostros cercanos recuerdos de los que ya no estaban a su lado. Viejo y sentimental, no podía haber una mezcla peor.

Rashid dejó la carta sobre la mesa y admiró el dibujo por encima de su hombro. Si vio la mancha tuvo la delicadeza de no mencionarla. Él mojó un pincel en tinta aguada y se puso a manchar el cielo de papel con unas cuantas nubes de panza gris.

-¿Me regalarás este dibujo cuando lo acabes, Babá?

De sus dos nietos, este era el más joven y el único que lo seguía llamando “Babá”.

-¿Tanto te gusta? Entonces puedes quedártelo, aquí ya casi no me queda espacio.

No colgaba sus dibujos en ninguna otra parte de la casa, le parecía una ofensa a su nieto Isma´il adornar las paredes con cosas de las que no podía disfrutar.

-Lo pondré en mi habitación.

-¿Quién era el mensajero?

-No venía de palacio, era un viajero.

El anciano metió el pincel en un vaso lleno de agua sucia. Aquello era extraño, lo habitual era que sus mensajes llegaran siempre a través de palacio, rara vez recibía algo directamente de fuera de las murallas. Y justo ahora que Isma´il estaba de viaje por orden de la reina. Temió que fueran malas noticias, pero cogió el sobre con la despreocupación de quien está acostumbrado a recibir cartas, no había ningún remite y tampoco ningún sello en los pegotes de lacre amarillo que la mantenían cerrada. Volvió a dejarla junto a los pinceles y las plumillas como se hace con las noticias sin importancia.

-¿Te fijaste en el correo? ¿Que aspecto tenía?-

-Vulgar, no me he fijado mucho en él. Creo que era un boggan con la ropa llena de polvo.

-Quizás sea de la caravana-Dijo fingiendo retomar el dibujo- Seguramente de tu madre, para asegurarse de que te comportas civilizadamente y de que te vigilo como es debido.

Su nieto volvió a llenar la habitación con una risotada, la facilidad que tenía para reírse, la plenitud de aquella risa y el poco valor que Rashid daba a sus estallidos de alegría era la mejor recompensa de Eleazar. Estaba bien que no necesitase pensar en el valor real de su felicidad ni en la suerte que tenía de que la vida le dejase llevar continuamente una sonrisa en la cara. No conocía la desgracia, ni las preocupaciones capaces de robarte el sueño y el apetito. En muchos aspectos era aun un niño más que un muchacho, al contrario que sus padres, su abuelo no tenía prisa por hacerle crecer ni por cargarlo de responsabilidades, tendría el resto de su vida para ser un adulto.

-¡Mi madre no es la indicada para darme lecciones de buen comportamiento¡-Comentó en tono jocoso.

-Me temo que ella hizo mejor trabajo educandote a ti, que él que hice yo con ella- Dijo él sin poder apartar los ojos del sobre.

-¿Cómo no iba a hacerlo bien? Te tenía a ti como ejemplo-Rashid se puso una chilaba de color verde encima de su túnica blanca-Me voy, esta noche Marsias me ha puesto a cargo de la puerta, es un puesto importante.

-Es una gran noticia, espera tengo algo para ti- Se levantó hasta una alacena de madera y saco un cofrecillo de nácar con la tapa rajada.
-Toma, te traerá suerte. Esto era de tu tatarabuela-Le dijo mientras ponía algo en la mano de su nieto y le cerraba los dedos en torno al regalo

-¿Era de tu abuela, Babá?¿Qué es?

Abrió la mano esperando encontrar alguna maravilla y no pudo evitar una mueca de desconcertada sorpresa, sobre su palma reposaba una sencilla piedra plana, un guijarro de arroyo sin más particularidad que un agujero en el centro, alguien había pasado un cordón por el agujero para que pudiese usarse a modo de collar.

-Es un amuleto, a mi me ayudó una vez. Espero que a ti solo te de suerte. Puede que no parezca gran cosa pero es una reliquia familiar.

Un poco incrédulo, Rashid se ató su nuevo tesoro al cinturón. Antes de irse le dio un beso en la coronilla y se marchó a la carrera tras un par de frases aceleradas de despedidas. El viejo sonrió, él que lo había visto dar sus primeros pasos entre las cabras de la caravana y ahora era ese mismo mocoso el que lo trataba como si fuera un crío. No podía negar que había ciertas similitudes entre la vejez y la infancia, sobre todo porque a tu alrededor todo el mundo tiende a infravalorarte o a sobreprotegerte. Regresó al despachó y contempló un rato la mesa su presencia se le antojaba similar a la de un bicho venenoso al que le gustaría poder hacer desaparecer bajo una piedra. Desde luego no era de la caravana, los Ibn Bahar tenían otros métodos para comunicarse entre ellos y si se veían obligados enviar mensajeros siempre usaban palomas. Además no tenía el sello de ninguna de las familias. Eso era un alivio, no le apetecía saber de su gente en aquel momento, se había alejado de ellos para darles a sus nietos la oportunidad de crecer lejos de la influencia de sus redes, que tuviesen la oportunidad de formarse una idea propia de cómo era el mundo. Rashid tendría que volver a la caravana tan pronto como sus padres decidieran que había llegado el momento de prepararlo para coger las riendas de la familia, o cuando encontraran a alguna muchacha a la que encontraran digna de ser su esposa. Un problema del que se ocuparía mas tarde, calculaba que su gente estaba aun muy lejos. La caravana de los Ibn Bahar hacia un ruta comercial larga y peligrosa que durante muchísimo tiempo nadie mas se había atrevido a hacer, y que ahora que otros viajeros se sentían lo bastante osados como para intentarlo, ellos reclamaban como derecho exclusivo. Nadie de su familia se quedaba demasiado tiempo en ninguna parte, ni poseían mas casa que su carpa en la caravana, estar en ruta era un honor y en ese aspecto Eleazar era un bicho raro que había echado raíces, se lo consentían porque necesitaban un enlace en la Corte que velase por sus intereses. Pero la carta no era de su familia, así que no merecía la pena pensar en ellos

Cogió el papel y buscó un abrecartas en alguno de los cajones, esperaba de todo corazón que no fuesen noticias de su nieto Isma´il, en aquel momento estaba de viaje por orden de la reina. Era bastante habitual ya que era correo de su majestad, del mismo modo que era habitual no tener noticias suyas mientras cumplía estos encargos. Nunca hubiese podido escribir una carta, el mismo brote de Plaga Roja que acabó con la vida de su hijo Inaam y su esposa afectó a su nieto cuando solo era un bebé, sobrevivió a sus padres pero se quedó ciego. A Eleazar le tocó sobreponerse de la muerte de su primogénito y de su nuera favorita para criar a un niño al que toda la caravana consideraba un lastre. Para él aquel niño de ojos nublados y expresión dulce fue una bendición, le dio la excusa ideal para establecerse en la Corte de los Espejos y era el consuelo constante de su perdida, toda su vida había sido una lucha para conseguirle siempre lo mejor, intentando que no dependiese de nadie mas allá de los estrictamente imprescindible, si era capaz de valerse por si mismo no lo necesitaría cuando la eternidad lo reclamase. Y aunque creía haber conseguido su objetivo, la sombra de esa preocupación nunca acababa de disiparse, hacía ya tiempo que había asumido que lo acompañaría hasta su ultimo aliento, tal vez incluso mas allá. Hacía presa de él en aquel momento, mientras rasgaba el papel con unas manos que temblaban más por la preocupación que por la edad.

No se trataba de Isma´il, el alivio le duró poco, a medida que iba leyendo iba descubriendo la gravedad de lo acababa de caer en sus manos. La carta estaba escrita por una acelerada mano femenina tras la que se adivinaban un terror acuciante, derrochaba las palabras y los detalles con la vehemencia apasionada de quienes desean ser creídos a toda costa. Desbordaba un odio frió y calculado. El anciano dejó caer el papel sobre la mesa y miró por la ventana, a la tarde plácida y luminosa que hacía relucir las tejas de azulejo tornasolado de la Corte contempló las casitas apiñadas, con las ventanas llenas de flores y las torres de palacio, que se recortaban contra el cielo esbeltas y desafiantes como los dedos de un dios. El paisaje sin cambios que había aprendido a amar. A veces pensaba que aquella ciudad no se llamaba la Corte de los Espejos por sus relucientes tejados, brillantes como cristales al sol sino por todos los equívocos y los engaños que escondía. Habían pasado mucho años desde que el final de la Guerra de la Reina Durmiente sentase en el trono a su Majestad Silvania, que las batallas hubiesen cesado no significaba que estuviesen en paz. Nadie quedó del todo satisfecho en las capitulaciones, demasiados rencores, demasiado dolor sin consolar...había quienes de negaban aceptar los cambios del nuevo gobierno, cada cual esgrimía sus razones como legitimas y la reina tenia que gobernar manteniendo un equilibrio perfecto algo que a veces era como tratar de mantenerse en pie sobre un alambre en plena tempestad. Un movimiento en falso y el gobierno por el que tanto habían luchado desaparecerían en un instante. El reino no se merecía volver a sangrar.

Volvió a leer la carta un par de veces mas, esta vez con la cabeza libre de preocupaciones, dejó a un lado a su familia, los asuntos de estado y sus propias opiniones, se limito a concentrarse en el contenido, despedazando las frases detenidamente tratando de averiguar que dosis de verdad ocultaban y hasta que punto eran graves aquellas acusaciones. Estuvo meditando un rato, a primera vista parecía estar ante los desvaríos conspiratorios de un vulgar paranoico, pero el conocía la mano de la que salían aquellas letras y estaba lejos de ser una loca, por mucho que estuviese desesperada por que la permitiesen regresar del exilio nunca se inventaría una historia que a primera vista parecía demasiado descabellada para ser cierta. Durante la guerra habían sido aliados y luego se habían mantenido en contacto por puro interés mutuo, ella confiaba en que Eleazar como jefe de la cancillería usase su influencia para ayudarla, algo que solo había hecho cuando convenía a sus intereses. Aun así aquella mutua cooperación daba buenos frutos y mientras fuese así, su aliada seguiría en el exilio. Era un peón que le convenía conservar. De hecho ella le mandaba aquella información confiando que aquella muestra de lealtad a la reina le permitiese regresa a la Corte, eso se adivinaba entre líneas. No era del todo malo que conservase alguna esperanza, la dejaría soñar por el momento, mientras decidía como actuar.

Ante todo tenía que proteger a los suyos, por ahora ninguno de sus nietos debía saber nada de aquel asunto. Al menos no hasta que conociese bien todos los pormenores. Había demasiadas incógnitas en aquel asunto que no le gustaban, lo primero era cubrirse las espaldas, actuaría como si la información fuese totalmente cierta. No sabía si alguien mas conocía aquellos hechos o la existencia de aquella carta, era importante averiguar si corría peligro, hizo una copia del escrito y la guardo en el falso fondo de un cajón, un escondite no demasiado obvio pero tampoco demasiado seguro, si alguien la buscaba a conciencia pensaría que la había escondido. Ahora tenia que pensar a quien enviaba la carta original, era necesario que alguien más conociese aquellos hechos, pero era necesario escoger a la persona correcta. No podía poner aquello en conocimiento de la reina, no hasta que no verificase la información y hubiese tomado sus propias medidas, en el palacio hasta los aposentos mas privados tenían orejas y él no sabía hasta donde llegaba aquella supuesta conjura ni que consecuencias tendría aquella información si llegaba a oídos equivocados. La reina contaba con el Alto Consejo para ayudarse a tomar las decisiones de estado, eran en total doce miembros que representaban las doce casas nobles mas importantes del reino, aunque en este momento el consejo solo contaba con diez consejeros, dos de los asientos esperaban que alguien los ocupase, pero la reina no había designado quienes debían ocupar esos puestos y no parecía dispuesta a hacerlo pronto. Pese a que debido a su labor de alto canciller Eleazar conocía a todos los miembros del Alto Consejo y no acababa de confiar en ellos, una parte de ellos habían luchado contra la reina en la Guerra, pero firmar los armisticios voluntariamente jugó en su favor. Olvidar y empezar de nuevo, esa fue la premisa. El canciller no sabía hasta que punto habían olvidado. También estaban presentes en el Consejo los nobles que habían luchado del lado de la reina, pero algunos estaban descontentos con el nuevo gobierno, los cambios impuestos por el gobierno les hicieron perder muchos de sus privilegios, por no contar los que habian esperado un mejor pago por su lealtad. Definitivamente no podía confiar en los altos nobles, además según la carta al menos dos de ellos estaban dentro del complot. Eso descartaba igualmente a la Camara de Consenso, estaba formada por las casas menores y solo se acudía a ella cuando no existía unanimidad en el Alto Consejo. Eran un curioso grupo de oportunistas que esperaban una oportunidad de medrar y solo actuarían siguiendo sus propias ambiciones. La mayoría carecían de cualquier habilidad política y solo estaban en la cámara en virtud a sus títulos. Los había leales y bien intencionados, pero tenían muy poco poder para resultar de utilidad, además Eleazar apenas los conocía, no sabría a quien acudir. Tenía que olvidarse de los sidhe, era demasiado arriesgado. Y desde luego no podía pensar ni por un momento en confiar en DamaMirlo, la pieza fuera del tablero. La mujer que no tenía mas papel que el de “Camarera Mayor” de su majestad, y sin embargo parecía estar en todas partes, saberlo todo, su mano manejaba mucho más que los vestidos de la reina o la organización de las doncellas. Sabanas limpias para las estancias de palacio y palabras negras para las cámaras del consejo. Aquella figura delgada y discreta que se deslizaba sobre el mármol con la fluidez de una mancha de tinta, siempre un paso detrás de todo el mundo, siempre imperturbable, con aquellos ojos sin pupilas, que lo devoraban todo en silencio. Solo la reina confiaba en DamaMirlo. Eso le dejaba como única salida el Parlamento de los Sueños, la asamblea de gentiles. Hadas comunes que no poseían ningún titulo de nobleza, artesanos, comerciantes…trabajadores que asqueaban a muchos elfos, para ellos que esta gente pisase si quiera el suelo del Palacio de Cristal era una muestra de que tras la guerra las cosas habían cambiado a peor ¿Qué podía saber cualquiera de ellos de política? Sin embargo aquella hadas eran leales a la reina, porque ella les habia dado mas de lo que se atrevieron a imaginar. El Parlamento apenas tenía poder real, pero era obligatorio comunicarles las decisiones del Consejo y en ocasiones habían conseguidos reformar ciertas leyes o presentar enmiendas, para evitar revueltas y desordenes.

Sabía a quien debía dirigirse, le había prohibido dirigirle la palabra hace muchos años, antes de que llegase a la ciudad. La única concesión a su antigua amistad era el pequeño desafío matemático que mantenían entre ellos. Empezó un día que él se le cayó una hoja de su cuaderno de cálculo cuando paseaba por la calle, nunca supo como encontró ella la hoja, ni como supo a quien le pertenecía. La hoja contenía una ecuación que era incapaz de resolver, emborronada, rehecha mil veces. Se la mando a casa con un mensajero, resuelta con una única frase escrita “¿Esto es todo lo que sabes hacer?” . Añadía una nueva ecuación a modo de desafió. Desde entonces habían cruzado una interminable correspondencia de ecuaciones y problemas de lógica, pero jamás una carta. Sabía que la ingeniera no lo perdonaría jamás ni lo pretendía pero también sabía que la única razón por la que aceptaba su asiento en el parlamento era su firme deseo de paz. Ella había entregado su sangre y su felicidad en aquella guerra. Había sufrido y no deseaba que volviera pasar. Vigilaba a los sidhe, no tenía reparo en desafiarlos, lo había hecho una vez y les había ganado, los nobles la temían, la apreciaban o la odiaban.

Buscó la ecuación que le había mandado esta vez, estaba sin resolver. Uso el pliego para ocultar la carta, no podía enviarla de inmediato, en caso de que estuviesen vigilándolo sería sospechoso. Esperaría dos días. Mientras haría algunas averiguaciones, trataría de desentrañar que era lo que tenía entre manos para poder actuar en consecuencia. Sabía que era lo mismo que haría ella. Ellos tal vez era dos hadas humildes con un pasado común que ninguno quería recordar, era bueno ser insignificante. Nadie espera nada de ti, nadie sospecha de ti. Muy a menudo la gente insignificante hace grandes cosas. Eleazar selló el pliego y con él sus esperanzas de que todo aquello no fuese mas que una broma macabra, que no hubiese necesidad de grandes proezas. No le gustaban las hazañas porque sabía que se cobraban enormes precios, él ya no era joven, tenía demasiadas cosas que no quería perder. Suspiró al guardar la carta entre los pliegues de su túnica, al hacerlo se sintió pequeño y frágil, como un pergamino reseco. Había sobrevivido a esclavitud, a la guerra y la Plaga Roja, pero no estaba seguro si sobreviviría a las intrigas de la paz.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Criticas

Gran verdad

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jueves, 7 de octubre de 2010

Cambios Otoñales

Manx murió en otoño y su muerte empezó una historia...Será porque en verano siempre ha bajado mucho la actividad del blog (lo cual entre calor y vacaciones es algo perfectamente lógico) o tal vez porque le veo tantas implicaciones poéticas que es mi estación favorita (lo cual tal vez sea señal de ramalazo gótico en mi interior, Dior no lo quiera) El caso es que para mi esta estación siempre ha sido sinónimo de: “Anda ponte los calcetines y empieza a escribir” los últimos dos años ha sido para retomar la Corte y este será para terminarla definitivamente. Desgraciadamente por ahora no habrá nuevas entradas de la historia ¿Por qué? No quiero adelantar acontecimientos, para bien o para mal sabréis la respuesta a finales de Noviembre. ¿Os voy a dejar a medias? No, jamás, no me gusta dejar a nadie insatisfecho, cualquiera que haya comido en mi casa lo sabe. No, no voy a hacer chistes guarros, hacedlos vosotros por mí.

Conoceréis el final de la historia de un modo u otro. Eso es una promesa. Si dejo de publicar entradas literarias es por un acto de fuerza mayor, tal vez pasajero. Algunos ven el Otoño como la muerte del verano, un momento melancólico en el que la belleza estival se deshace, los días de descanso terminan y todo se vuelve un poco más gris, un poco más triste. Yo soy del cálido sur, aquí el otoño es una respiro tras los larguísimos días de calor asfixiante, son las noches en las que, por fin, duermes apaciblemente sin sudores ni agobios, es cuando la tierra se recupera un poco, respira aliviada y los parques y los jardines se quitan el polvo de tantos y tantos días sin lluvia. El Otoño es el principio…este Otoño podría ser el principio de un largo sueño

No os preocupéis, no os dejaré sin leer. Si no puedo seguir con la Corte os contare otro cuento “Beltaine”, una historia corta sobre como se forjó una amistad larga.

Y recordad que se acerca Samhain…cuidado, cuidado con las hadas.