Misterios de la providencia.
El Anciano de Fuegovivo tenía claro que la simple casualidad no podía explicar aquella larga cadena de acontecimientos, parecía que una mano invisible había estado atando acabos para que todo llegase al punto donde se encontraba. Pese a que servía al culto del Fuego del Corazón, estaba demasiado ligado a los placeres terrenales para considerarse un místico y además su mentalidad de sanador, modelada en el estudio de la medicina desde muy joven era demasiado práctica para pensar en los misterios del destino y la magia. Sin embargo esta vez no podía ignorar esa extraña sensación, ese hormigueo en el estomago, como si lo tuviese lleno de peces diminutos, de que algo mas poderoso que ellos había jugado en su favor. Agradecía que hubiese sido así, pero no sabía si le gustaba reconocerse como una marioneta manejada fuerzas desconocidas y tal vez caprichosas. Sacudió la cabeza alejando de si aquellas divagaciones que de poco le servían en aquel momento y se acercó renqueando al gran ventanal que presidía la habitación.
viernes, 19 de febrero de 2010
martes, 16 de febrero de 2010
El corazón del herrero
Último cuento de San Valentin, dedicado a una pareja de amigos a los que añoro...Espero con impaciencia ese libro sobre narvales
A blacksmith courted me nine long months and better,
He stole my heart away, wrote to me a letter,
His hammer all in his hand he looked so brave and clever,
And if I was with my love, I would live forever.
"Blacksmith" Loreena McKennit
Era uno de esos días de invierno en los que el sol brilla sin fuerza tras una fina cortina de nubes grises, el viento soplaba en rachas frías a ras de suelo, acariciando la hierba húmeda. Con semejante clima lo normal sería que el jardín del santuario estuviese desierto, pero a Yirkash el nublado no lograba desanimarlo, alguien le había prestado un grueso abrigo de lana que le estaba enorme para que pudiese salir a dar su ineludible paseo matinal. Se había sentado al pie de un álamo, sobre un lecho de hojas caídas, de cara al sol. Allí acurrucado debía parecer una extraña criatura lanuda pero la verdad es que no su aspecto no le preocupaba demasiado. Allí sentado, sintiendo los débiles rayos del sol en la cara era momentáneamente feliz. Para el herrero, el sol y el viento habían sido unos maravillosos descubrimientos, él rara vez había salido de la Ciudad de Piedra y desde luego nunca de día. La luz aun le molestaba en los ojos pero estaba dispuesto a acostumbrarse y la brisa, incluso la más helada, era tan distinta del soplo débil y húmedo que solía correr en el aire viciado de las cuevas que le resultaba increíble que pudiese arrastrar tantos olores, cada ráfaga de viento era distinta. Los árboles nunca parecían susurrar dos veces las mismas cosas. Allí fuera todo era nuevo y el goblin sentía que le quedaban miles de cosas por descubrir, en esos momentos de paz comprendía perfectamente porqué los primeros nockers se habían marchado de la Ciudad de Piedra y lo que debían haber sentido en sus primeros días en la superficie. Sus heridas se curaban lentamente y aun se sentía débil y enfermo pero a al mismo tiempo le parecía que nunca había estado tan vivo. No necesitaba beber, antes bebía para no pensar de más pero ahora le parecía que no había nada que lo preocupase tanto como para no querer pensarlo, pese a que en aquel momento tenía mas problemas de los que podía contar, por primera vez se sentía con fuerza para afrontarlos, solo necesitaba encontrar el modo de hacerlo.
Para empezar se había convertido en un paria entre los goblins, realmente no era algo que le molestará demasiado, estaba decidido a no volver jamás a ninguna de las Ciudades de Piedra, pero ahora tendrá que ser prudente, la traición se castigaba con la muerte, cualquier duende que lo encontrase tenía el deber de matarlo y no tenía manera de saber si habían puesto precio a su cabeza ni si la noticia se había extendido mucho. La única solución era evitar a los goblins, considerando que tenía prohibida la entrada en casi todas ciudades importantes y que dudaba mucho que le diesen la bienvenida en alguna aldea la soledad parecía ser su futuro más probable a largo plazo. Sabía que no podría quedarse en el Santuario de Fuegovivo, allí la mayoría de las hadas lo miraban con cierta hostilidad y estaba claro que en cuanto estuviese curado lo invitarían a marcharse. No podía culparlos, al parecer los goblin atacaron duramente aquellos bosques durante la guerra, aun así no podía evitar que la desconfianza le doliese, él estaba profundamente agradecido a aquella gente, que pese a no apreciarlo, cuidaban de sus heridas y le daban refugio, quería encontrar el modo de expresar su gratitud pero a nadie parecía interesarle demasiado su agradecimiento, de hecho nadie se molestaba en escucharlo ni en hablarle, era demasiado parecido a su vida anterior, le resultaría mas sencillo de soportar si alguien le diese al menos noticias de Nanyalín, pero nadie lo hacía. No sabía si seguía viva, si estaba en el santuario, no sabía nada. Cuando preguntaba por su hermana las miradas se volvían especialmente hostiles. “Creen que yo le hice esas cosas horribles” ¿Si lo hice para que querría traerla aquí? ¿Qué clase de monstruo creen que soy?”Al pensarlo la rabia y la impotencia hacían que se le revolviese el estomago. Tenía que averiguar algo sobre ella antes de salir allí fuese como fuese.
Un trueno resonó a la lejos, Yirkash abandonó sus pensamientos y abrió los ojos sobresaltado. Al descubrirse asustado como un crío por semejante tontería estuvo a punto de echarse a reír, estaba demasiado nervioso. Las emociones de los últimos días le habían dejado más huella de la que quería reconocer. Se puso en pie torpemente, empezaba a sentirse algo entumecido y decidió muy a su pesar que lo mejor sería regresar al santuario. La perspectiva de una tarde larga y desocupada arrancó un suspiro desganado de los labios del herrero, si al menos pudiese trabajar aunque solo fuese para matar el rato. No veía el momento de quitarse las vendas de las manos y poder librarse del cabestrillo, quizás así pudiese demostrar que era útil.
Emprendió el camino de regreso a paso lento, arrastrando los pies como si la desgana los volviese pesados. A pesar del frío prefirió dar un rodeo enorme, la tarde anterior había descubierto un rinconcillo donde el río hacía una especie de poza profunda, se había propuesto ir a visitarla a menudo por si tenía suerte y podía ver algún animal que fuese a beber. Yirkash conocía muy poco de la fauna del exterior, le ilusionaba la posibilidad de ver cualquier cosa que no fuese una rata o un murciélago.
La poza estaba rodeada por unos espesos arbustos espinosos, el invierno los había dejado convertidos en una maraña de ramas quebradizas y punzantes de color castaño, salpicadas aquí y allá por unas pequeñas hojas redondas manchadas de amarillo. Parecían totalmente imposibles de atravesar, por eso le sorprendió mucho ver a Rizel agachada junto al borde de la poza. Yirkash se ocultó tras un tronco sin saber exactamente cual el motivo de su alarma. No podía ver que estaba haciendo la dríade allí y no estaba muy seguro de si debía saludarla. Rizel era la única en todo el santuario que hablaba amablemente con él aunque lo cierto era que el hada era extremadamente sociable y hablaba con todo el mundo, Era un hada extraña y Yirkash no sabía cual era su función en el santuario, donde todos se dedicaban a alguna rama de la medicina o a la fabricación de pociones y ungüentos curativos, menos ella, cuyo único interés real parecía ser dibujar.
Cuando Yirksha recuperó el conocimiento y se descubrió en una habitación desconocida, solo y desnudo tuvo tal ataque de pánico que se puso de pie desvariando, acosado por algún tipo de amenaza invisible. Fue una idea nefasta, no estaba en condiciones de hacer nada, la herida del hombro se le abrió y se desplomó en el suelo dándose un terrible golpe en la cabeza. Alguien debió decir que no era buena idea dejarlo solo y en su siguiente despertar descubrió a Rizel sentada cerca de su cama, totalmente enfrascada en su pequeña libreta. El herrero sospechaba que había aceptado la tarea porque mientras él dormía ella podía dedicarse por completo a emborronar su libreta sin que nadie la molestase. Las dríades no necesitan dormir, en cambio aquellos primeros días Yirkash apenas hizo otra cosa, eso dejaba a su enfermera mucho tiempo libre. En cuanto estuvo un poco mejor, y después de asegurarle que nadie pensaba entregarlo a la reina y que ejecutarlo no estaba en los planes del santuario se atrevió a salir de su habitación. Aun no era capaz de dar paseos largos y por eso cogió la costumbre de sentarse a observar como el hada ultimaba los detalles del gran mural que estaba pintando en el recibidor de Fuegovivo. Representaba un enorme dragón rojo con las fauces abiertas, luchando contra el abrazo de un enredadera. Al herrero le entretenía ver como se iba desarrollando el trabajo y cuando el hada se detenía a descansar se sentaba a su lada a charlar un rato. El goblin odiaba cada vez mas los ratos de trabajo de su única amiga. Ahora que ya estaba bastante mejor prefería salir al jardín mientras ella estaba ocupada. Pero seguían compartiendo los descansos, no se los perdería por nada.
-¡Yirkash¡- Lo saludó la driade al descubrirlo- ¿Qué haces ahí detrás?
Los arbusto se separaron para dejar paso a Rizel, como era común entre las suyas el hada no usaba ningún tipo de ropa, solo una enredadera de hiedra que abrazaba su cuerpo. Yirkash no sabía que las driades cambian de color con las estaciones, ahora su piel era de un verde amarillento algo apagado y su pelo tenía un color ciruela muy oscuro, casi negro. No era su mejor estación. En primavera se volvía de un verde brillante y se llenaba de delicadas flores rosa pálido, entonces su pelo se aclaraba y toda ella era una sinfonía de colores, un canto ilusionado a la vida. Eso el herrero no lo sabía y no le importaba, incluso con sus tonos invernales le parecía tremendamente hermosa y su mirada inteligente lo acobardaba un poco. A su lado se sentía muy poca cosa.
-Perdona- Contestó con una sonrisa avergonzada-No sé si estas trabajando, no quería molestarte.
Rizel se acercó, llevaba un cuenco de madera en la mano y los brazos embadurnados hasta los codos de arcilla roja.
-Esa arcilla es estupenda para hacer color ocre- Dijo enseñándole el cuenco lleno de barro rojizo-Mi dragón es hijo de esta poza. ¿Qué haces tan lejos del santuario?
-Estaba dando un paseo.
La pintora le ofreció su brazo para volver juntos. Yirkash sintió algo muy parecido a un calambre de felicidad al aceptar el ofrecimiento, volvieron al sendero uno junto al otro. No demasiado lejos otro trueno hizo temblar el jardín. La dríade se estremeció.
-No me gustan los rayos-Reconoció temblando-Cuanto antes volvamos mejor.
-Me parece buena idea, aunque si llueve mucho voy a pasar una tarde muy aburrida.
-Hoy acabaré un poco antes de trabajar y empezaré a enseñarte a hablar algo que no sean esos gruñidos goblin, fuera del santuario lo vas a necesitar y a juzgar por lo rápido que te estas curando te iras muy pronto.
La driade dejó escapar un suspiro suave y apoyó la cabeza en el hombro del herrero. Yirkash sintió como se le plantaba en la cara la sonrisa más idiota del mundo.
-Tal vez deberías intentar no parecer tan sano…fingir un poco. Por aquí el invierno es duro, y además aun no sabes nada de tu amiga.
-Es más que una amiga, yo la considero mi hermana.
El herrero acarició disimuladamente la mano de Rizel, era como una corteza de madera lisa, tenía una extraña suavidad y a la vez un ligero tacto rugoso. Nanyalín no era la única razón por que la que no quería dejar el santuario. Estaba harto de la soledad, no recordaba la última vez que había sentido el calor de otro cuerpo contra el suyo. Miles de frases cruzaron por su cabeza y murieron aterradas en su lengua. Temía decir cualquier cosa que pudiese hacer que la driade se alejase de él.
-Intentaré hablar con el anciano para que te deje quedarte hasta que Nanyalín esté bien. Así pasarás el invierno aquí.
-¿Sabes algo de ella?
Rizel negó con la cabeza.
-No he logrado enterarme de nada, pero la vi al llegar. Estaba muy grave, tardará mucho mas que tu en recuperarte. Así los dos pasareis el invierno aquí. Dentro de nada empezaré otro mural. Creo que está vez dibujare algo que no tenga escamas. Un narval tal vez.
-¿Qué es un narval?-Preguntó Yirkash imaginándose toda clase de monstruos horribles
-Tendrás que ver el dibujo para averiguarlo. Tendrás que quedarte todo el invierno. Hablaré con el maestro.-Respondió decidida el hada.
-No quiero que te metas en líos…No hables por mi. Siempre he sabido apañármelas solo, estaré bien.
-¿Y si quiero hacerlo por mi y no por ti?
Yirkash se detuvo casi al mismo tiempo que otro trueno llenaba el aire y contempló a Rizel, el hada lo miraba de un modo que no era capaz de descifrar. Una gota de agua helada cayó sobre la frente del herrero y le recorrió la nariz. Tras esa cayó otra y otra y otra de repente los dos se vieron en mitad de un inesperado aguacero.
-¿Qué has querido decir con eso?-preguntó confuso el herrero-No entiendo que tienes que ver tu con mi marcha.
La driade se acercó a él y busco refugio entre los pliegues de su abrigo.
-¿Todos los goblisn sois así de idiotas? ¿O tú eres un caso particular?
El goblin no pudo evitar la tentación de rodearle la cintura. Hacía tanto desde la última vez que alguien se había acercado de ese modo a él, recordaba unos ojos azules y una larga trenza blanca bailando bajo la luz de una vidriera. La driade se dejó abrazar, el herrero encontró una mirada que hablaba por si sola bajo un flequillo empapado, olía a arcilla y tenia una mancha ocre que se deshacía sobre la mejilla derecha. Yirkash agarró el rostro de Rizel por la barbilla y lo contempló. No quería decir nada. No se le ocurría nada que pudiese decir para estar a la altura de sus sentimientos. Rizel se puso de puntillas y sus labios se encontraron como si llevasen siglos buscándose.
Un trueno retumbó sin que ninguno de los dos lo escuchara, y la lluvia parecía haber dejado de caer y el jardín dejó de existir. Solo estaban ellos dos.
-Si te vas, me iré contigo-Dijo Rizel y volvió a ponerse de puntillas
A blacksmith courted me nine long months and better,
He stole my heart away, wrote to me a letter,
His hammer all in his hand he looked so brave and clever,
And if I was with my love, I would live forever.
"Blacksmith" Loreena McKennit
Era uno de esos días de invierno en los que el sol brilla sin fuerza tras una fina cortina de nubes grises, el viento soplaba en rachas frías a ras de suelo, acariciando la hierba húmeda. Con semejante clima lo normal sería que el jardín del santuario estuviese desierto, pero a Yirkash el nublado no lograba desanimarlo, alguien le había prestado un grueso abrigo de lana que le estaba enorme para que pudiese salir a dar su ineludible paseo matinal. Se había sentado al pie de un álamo, sobre un lecho de hojas caídas, de cara al sol. Allí acurrucado debía parecer una extraña criatura lanuda pero la verdad es que no su aspecto no le preocupaba demasiado. Allí sentado, sintiendo los débiles rayos del sol en la cara era momentáneamente feliz. Para el herrero, el sol y el viento habían sido unos maravillosos descubrimientos, él rara vez había salido de la Ciudad de Piedra y desde luego nunca de día. La luz aun le molestaba en los ojos pero estaba dispuesto a acostumbrarse y la brisa, incluso la más helada, era tan distinta del soplo débil y húmedo que solía correr en el aire viciado de las cuevas que le resultaba increíble que pudiese arrastrar tantos olores, cada ráfaga de viento era distinta. Los árboles nunca parecían susurrar dos veces las mismas cosas. Allí fuera todo era nuevo y el goblin sentía que le quedaban miles de cosas por descubrir, en esos momentos de paz comprendía perfectamente porqué los primeros nockers se habían marchado de la Ciudad de Piedra y lo que debían haber sentido en sus primeros días en la superficie. Sus heridas se curaban lentamente y aun se sentía débil y enfermo pero a al mismo tiempo le parecía que nunca había estado tan vivo. No necesitaba beber, antes bebía para no pensar de más pero ahora le parecía que no había nada que lo preocupase tanto como para no querer pensarlo, pese a que en aquel momento tenía mas problemas de los que podía contar, por primera vez se sentía con fuerza para afrontarlos, solo necesitaba encontrar el modo de hacerlo.
Para empezar se había convertido en un paria entre los goblins, realmente no era algo que le molestará demasiado, estaba decidido a no volver jamás a ninguna de las Ciudades de Piedra, pero ahora tendrá que ser prudente, la traición se castigaba con la muerte, cualquier duende que lo encontrase tenía el deber de matarlo y no tenía manera de saber si habían puesto precio a su cabeza ni si la noticia se había extendido mucho. La única solución era evitar a los goblins, considerando que tenía prohibida la entrada en casi todas ciudades importantes y que dudaba mucho que le diesen la bienvenida en alguna aldea la soledad parecía ser su futuro más probable a largo plazo. Sabía que no podría quedarse en el Santuario de Fuegovivo, allí la mayoría de las hadas lo miraban con cierta hostilidad y estaba claro que en cuanto estuviese curado lo invitarían a marcharse. No podía culparlos, al parecer los goblin atacaron duramente aquellos bosques durante la guerra, aun así no podía evitar que la desconfianza le doliese, él estaba profundamente agradecido a aquella gente, que pese a no apreciarlo, cuidaban de sus heridas y le daban refugio, quería encontrar el modo de expresar su gratitud pero a nadie parecía interesarle demasiado su agradecimiento, de hecho nadie se molestaba en escucharlo ni en hablarle, era demasiado parecido a su vida anterior, le resultaría mas sencillo de soportar si alguien le diese al menos noticias de Nanyalín, pero nadie lo hacía. No sabía si seguía viva, si estaba en el santuario, no sabía nada. Cuando preguntaba por su hermana las miradas se volvían especialmente hostiles. “Creen que yo le hice esas cosas horribles” ¿Si lo hice para que querría traerla aquí? ¿Qué clase de monstruo creen que soy?”Al pensarlo la rabia y la impotencia hacían que se le revolviese el estomago. Tenía que averiguar algo sobre ella antes de salir allí fuese como fuese.
Un trueno resonó a la lejos, Yirkash abandonó sus pensamientos y abrió los ojos sobresaltado. Al descubrirse asustado como un crío por semejante tontería estuvo a punto de echarse a reír, estaba demasiado nervioso. Las emociones de los últimos días le habían dejado más huella de la que quería reconocer. Se puso en pie torpemente, empezaba a sentirse algo entumecido y decidió muy a su pesar que lo mejor sería regresar al santuario. La perspectiva de una tarde larga y desocupada arrancó un suspiro desganado de los labios del herrero, si al menos pudiese trabajar aunque solo fuese para matar el rato. No veía el momento de quitarse las vendas de las manos y poder librarse del cabestrillo, quizás así pudiese demostrar que era útil.
Emprendió el camino de regreso a paso lento, arrastrando los pies como si la desgana los volviese pesados. A pesar del frío prefirió dar un rodeo enorme, la tarde anterior había descubierto un rinconcillo donde el río hacía una especie de poza profunda, se había propuesto ir a visitarla a menudo por si tenía suerte y podía ver algún animal que fuese a beber. Yirkash conocía muy poco de la fauna del exterior, le ilusionaba la posibilidad de ver cualquier cosa que no fuese una rata o un murciélago.
La poza estaba rodeada por unos espesos arbustos espinosos, el invierno los había dejado convertidos en una maraña de ramas quebradizas y punzantes de color castaño, salpicadas aquí y allá por unas pequeñas hojas redondas manchadas de amarillo. Parecían totalmente imposibles de atravesar, por eso le sorprendió mucho ver a Rizel agachada junto al borde de la poza. Yirkash se ocultó tras un tronco sin saber exactamente cual el motivo de su alarma. No podía ver que estaba haciendo la dríade allí y no estaba muy seguro de si debía saludarla. Rizel era la única en todo el santuario que hablaba amablemente con él aunque lo cierto era que el hada era extremadamente sociable y hablaba con todo el mundo, Era un hada extraña y Yirkash no sabía cual era su función en el santuario, donde todos se dedicaban a alguna rama de la medicina o a la fabricación de pociones y ungüentos curativos, menos ella, cuyo único interés real parecía ser dibujar.
Cuando Yirksha recuperó el conocimiento y se descubrió en una habitación desconocida, solo y desnudo tuvo tal ataque de pánico que se puso de pie desvariando, acosado por algún tipo de amenaza invisible. Fue una idea nefasta, no estaba en condiciones de hacer nada, la herida del hombro se le abrió y se desplomó en el suelo dándose un terrible golpe en la cabeza. Alguien debió decir que no era buena idea dejarlo solo y en su siguiente despertar descubrió a Rizel sentada cerca de su cama, totalmente enfrascada en su pequeña libreta. El herrero sospechaba que había aceptado la tarea porque mientras él dormía ella podía dedicarse por completo a emborronar su libreta sin que nadie la molestase. Las dríades no necesitan dormir, en cambio aquellos primeros días Yirkash apenas hizo otra cosa, eso dejaba a su enfermera mucho tiempo libre. En cuanto estuvo un poco mejor, y después de asegurarle que nadie pensaba entregarlo a la reina y que ejecutarlo no estaba en los planes del santuario se atrevió a salir de su habitación. Aun no era capaz de dar paseos largos y por eso cogió la costumbre de sentarse a observar como el hada ultimaba los detalles del gran mural que estaba pintando en el recibidor de Fuegovivo. Representaba un enorme dragón rojo con las fauces abiertas, luchando contra el abrazo de un enredadera. Al herrero le entretenía ver como se iba desarrollando el trabajo y cuando el hada se detenía a descansar se sentaba a su lada a charlar un rato. El goblin odiaba cada vez mas los ratos de trabajo de su única amiga. Ahora que ya estaba bastante mejor prefería salir al jardín mientras ella estaba ocupada. Pero seguían compartiendo los descansos, no se los perdería por nada.
-¡Yirkash¡- Lo saludó la driade al descubrirlo- ¿Qué haces ahí detrás?
Los arbusto se separaron para dejar paso a Rizel, como era común entre las suyas el hada no usaba ningún tipo de ropa, solo una enredadera de hiedra que abrazaba su cuerpo. Yirkash no sabía que las driades cambian de color con las estaciones, ahora su piel era de un verde amarillento algo apagado y su pelo tenía un color ciruela muy oscuro, casi negro. No era su mejor estación. En primavera se volvía de un verde brillante y se llenaba de delicadas flores rosa pálido, entonces su pelo se aclaraba y toda ella era una sinfonía de colores, un canto ilusionado a la vida. Eso el herrero no lo sabía y no le importaba, incluso con sus tonos invernales le parecía tremendamente hermosa y su mirada inteligente lo acobardaba un poco. A su lado se sentía muy poca cosa.
-Perdona- Contestó con una sonrisa avergonzada-No sé si estas trabajando, no quería molestarte.
Rizel se acercó, llevaba un cuenco de madera en la mano y los brazos embadurnados hasta los codos de arcilla roja.
-Esa arcilla es estupenda para hacer color ocre- Dijo enseñándole el cuenco lleno de barro rojizo-Mi dragón es hijo de esta poza. ¿Qué haces tan lejos del santuario?
-Estaba dando un paseo.
La pintora le ofreció su brazo para volver juntos. Yirkash sintió algo muy parecido a un calambre de felicidad al aceptar el ofrecimiento, volvieron al sendero uno junto al otro. No demasiado lejos otro trueno hizo temblar el jardín. La dríade se estremeció.
-No me gustan los rayos-Reconoció temblando-Cuanto antes volvamos mejor.
-Me parece buena idea, aunque si llueve mucho voy a pasar una tarde muy aburrida.
-Hoy acabaré un poco antes de trabajar y empezaré a enseñarte a hablar algo que no sean esos gruñidos goblin, fuera del santuario lo vas a necesitar y a juzgar por lo rápido que te estas curando te iras muy pronto.
La driade dejó escapar un suspiro suave y apoyó la cabeza en el hombro del herrero. Yirkash sintió como se le plantaba en la cara la sonrisa más idiota del mundo.
-Tal vez deberías intentar no parecer tan sano…fingir un poco. Por aquí el invierno es duro, y además aun no sabes nada de tu amiga.
-Es más que una amiga, yo la considero mi hermana.
El herrero acarició disimuladamente la mano de Rizel, era como una corteza de madera lisa, tenía una extraña suavidad y a la vez un ligero tacto rugoso. Nanyalín no era la única razón por que la que no quería dejar el santuario. Estaba harto de la soledad, no recordaba la última vez que había sentido el calor de otro cuerpo contra el suyo. Miles de frases cruzaron por su cabeza y murieron aterradas en su lengua. Temía decir cualquier cosa que pudiese hacer que la driade se alejase de él.
-Intentaré hablar con el anciano para que te deje quedarte hasta que Nanyalín esté bien. Así pasarás el invierno aquí.
-¿Sabes algo de ella?
Rizel negó con la cabeza.
-No he logrado enterarme de nada, pero la vi al llegar. Estaba muy grave, tardará mucho mas que tu en recuperarte. Así los dos pasareis el invierno aquí. Dentro de nada empezaré otro mural. Creo que está vez dibujare algo que no tenga escamas. Un narval tal vez.
-¿Qué es un narval?-Preguntó Yirkash imaginándose toda clase de monstruos horribles
-Tendrás que ver el dibujo para averiguarlo. Tendrás que quedarte todo el invierno. Hablaré con el maestro.-Respondió decidida el hada.
-No quiero que te metas en líos…No hables por mi. Siempre he sabido apañármelas solo, estaré bien.
-¿Y si quiero hacerlo por mi y no por ti?
Yirkash se detuvo casi al mismo tiempo que otro trueno llenaba el aire y contempló a Rizel, el hada lo miraba de un modo que no era capaz de descifrar. Una gota de agua helada cayó sobre la frente del herrero y le recorrió la nariz. Tras esa cayó otra y otra y otra de repente los dos se vieron en mitad de un inesperado aguacero.
-¿Qué has querido decir con eso?-preguntó confuso el herrero-No entiendo que tienes que ver tu con mi marcha.
La driade se acercó a él y busco refugio entre los pliegues de su abrigo.
-¿Todos los goblisn sois así de idiotas? ¿O tú eres un caso particular?
El goblin no pudo evitar la tentación de rodearle la cintura. Hacía tanto desde la última vez que alguien se había acercado de ese modo a él, recordaba unos ojos azules y una larga trenza blanca bailando bajo la luz de una vidriera. La driade se dejó abrazar, el herrero encontró una mirada que hablaba por si sola bajo un flequillo empapado, olía a arcilla y tenia una mancha ocre que se deshacía sobre la mejilla derecha. Yirkash agarró el rostro de Rizel por la barbilla y lo contempló. No quería decir nada. No se le ocurría nada que pudiese decir para estar a la altura de sus sentimientos. Rizel se puso de puntillas y sus labios se encontraron como si llevasen siglos buscándose.
Un trueno retumbó sin que ninguno de los dos lo escuchara, y la lluvia parecía haber dejado de caer y el jardín dejó de existir. Solo estaban ellos dos.
-Si te vas, me iré contigo-Dijo Rizel y volvió a ponerse de puntillas
domingo, 14 de febrero de 2010
El duelo
Este es mi regalo de San Valentin para todos vosotros. El amor romantico está bien, pero hay muchos otros tipos de amor y también merecen ser contados. De todos modos mañana colgare otras dos cositas para completar el regalillo de San Valentin
En la Carbonería era costumbre que los empleados se tomasen de descanso un día de cada cinco jornadas de trabajo. La idea se le había ocurrido a Costurina, al acabar la guerra el negocio empezó a prosperar poco a poco, el refugio se fue convirtiendo en posada a medida que la ciudad empezaba a rehacerse y dejaba a tras un largo periodo de miserias. Siguieron visitando la Carbonería pero ahora pagaban sus almuerzos, agradecidos por la ayuda inestimable que la boggan les había prestado en tiempos de necesidad. Casi sin darse cuenta Costurina se vio al frente de una cantina que cada vez tenía mas clientes, su fama como cocinera, su sonrisa infatigable y unos bonitos ojos azules ayudaron bastante en el proceso. Entonces no se permitió ni un minuto de descanso, si trabajaba de sol a sol era más por la necesidad que tenía de mantener la cabeza ocupada que por el deseo de hacer prosperar el negocio. Nicasia la dejó hacer, ella ocupó el sótano y empezó a trabajar en su taller. Ambas hadas tenían demasiadas cosas en las que no querían pensar, demasiados recuerdos que preferían dejar en un rincón y usaron el trabajo para cerrar sus heridas. Ninguna de las dos interfería en los asuntos de la otra a no ser que alguna solicitase ayuda, cosa que rara vez pasaba. Impusieron sus reglas: la ingeniera tendría total libertad en su reino subterráneo, sobre que el nunca se le harían preguntas ni se le impondrían condiciones, a cambio ella dejaría que la boggan ocupase el resto del enorme edificio para lo que quisiera. No se molestarían la una a la otra bajo ninguna circunstancia. Era un trato mas que razonable y además ella no tenía ningun otro sitio al que ir. La huraña nocker nunca podría sustituir a su familia, ni lo pretendía, pero era la única que se había preocupado por ella. Costurina le estaba agradecida y no pensaba dejar sola a su protectora que por otro lado era un total desastre con las tareas domesticas mas sencillas y necesitaba una mano invisible que la ayudase a vivir con cierta decencia. Así fue como comenzaron a convivir, la cantina pasó a ser posada cuando se habilitaron dormitorios en los inmensos corredores vacíos. Los viajeros no tardaron en aclamar la Carbonería como la mejor posada de la Corte y ni siquiera el hecho de que se pusiera a raya a los alborotadores trabuco en mano, consiguió empañar su reputación.
Fue entonces cuando pudo contratar a otros camareros, estableció las jornadas de descanso y comenzó a buscarse ratos libres a lo largo del día. Se aficionó a leer y le dedicó tiempo a perfeccionar unas dotes de repostera que la habían hecho famosa en toda la región, hasta el punto de que incluso en palacio solicitaban sus dulces con bastante frecuencia. La felicidad había vuelto a su vida y los recuerdos ya no le dolían tanto.
Así que aquel día le tocaba descansar, no se había levantado temprano y en lugar de desayunar en su habitación como hacía la mayoría de las veces se había dado un buen baño y había salido de la posada dispuesta a compartir la hora del desayuno con una buena amiga.
Alcanzar al aldabón de la puerta verde era una tarea imposible incluso para el más alto de los boggan, una vez había intentado ponerse de puntillas y alcanzarlo con la punta de los dedos, pero solo logró sentirse ridícula. Estaba fuera de su alcance, así que dio un par de enérgicos tirones de la cadena que hacia repicar la campanilla dorada, al hacerlo pensó que lo mas seguro es que su amiga aun estuviese en la cama. No era ninguna madrugadora cuando tenía que trabajar, cuando decidía darse un descanso podía darle la hora del almuerzo en brazos del sueño. Una sonrisa traviesa acudió a los labios de Costurina, iba a ser muy divertido…
La mirilla de la puerta se descorrió con un crujido de madera mal engrasada
-¿Quién es?-Preguntó la voz adormilada de Rashid
-Aquí abajo- Exclamó Costurina alejándose de la puerta unos pasos para que el muchacho pudiese verla- Hola Rashid.
-Hola Costurina…¿Vienes a preguntar por alguien? Creo que Mesalina está durmiendo.
-Me están esperando. ¿Me dejas pasar?
Rashid cerró la mirilla y abrió la puerta, el muchacho iba vestido con una sencilla tunica blanca que se notaba que se había puesto a toda prisa y trataba de espantarse el sueño de los ojos, frotándose la cara sin mucho empeño. Costurina pasó al patio de Marsias , no se veía ni un alma, todo eran ventanas cerradas y silencio.
-Ya va siendo hora de estar en pie ¿no crees?
Rashid sonrió y se frotó la cabeza con un gesto perezoso
-No para este tipo de negocio-Contestó el muchacho ahogando un bostezo al tiempo que arqueaba la espalda y estiraba los brazos con un movimiento lento y perezoso.
La boggan abrió la cesta que llevaba colgada del brazo y le puso una magdalena en la mano al chico.
-Anda ve desayunando, a ver si te espabilas. Voy a sacar a Mesalina de sus dominios.
-Ve sin miedo, está en su habitación-Le contestó Rashid antes de morder la magdalena.
Costurina conocía el camino y se alejó despidiéndose con la mano.
En casa de Marsias todo era bastante caótico, a pesar de ser un burdel no tenía demasiadas habitaciones porque preferían tender carpas de tul entre los árboles. Era habitual que tanto a clientes como al personal les sorprendiese el día aun en sus labores. A primera hora de la mañana parecía que sobre el jardín hubiese caído una lluvia de cuerpos desnudos. Hadas de todas las razas y posición dormían placidamente, juntas entre los árboles. La boggan se fue directamente a las habitaciones sin poder evitar un suspiro de desaprobación. El negocio del sátiro no la escandalizaba, pero no dormir en una buena cama le parecía una costumbre muy poco saludable.
Marsias y Mesalina eran los únicos del personal que usaban sus aposentos privados con regularidad, ambos tenían unas reglas muy similares. No trabajaban en sus respectivas habitaciones y las visitas, salvo contadas y selectas excepciones, no eran bienvenidas. Ambos sátiros tenían unas ideas muy curiosas sobre la intimidad, eran muy reservados para cosas que el resto de las hadas consideraría terriblemente normales. Apenas nadie sabía que Marsias coleccionaba libros, al perecer tenía una nutrida biblioteca. Costurina sabía que debía ser cierto, Nicasia solía regalarle libros con frecuencia y Mesalina se lo había mencionado alguna vez, pero ni ella ni nadie habían visto al patacabra leer una línea. Por su parte Mesalina jamás dormía con los clientes, ni la suma mas jugosa conseguía hacerla cambiar de idea. En cuanto empezaba a amanecer se marchaba del jardín y se iba a su cama sola. “Hay que conservar parte del misterio” le había confesado una vez “recién levantada es muy difícil parecer encantadora”.
Costurina llamó a la puerta del dormitorio de su amiga, no contestó nadie, ni siquiera cuando volvió a llamar con más energía. Giró el picaporte y para su sorpresa, la llave no estaba echada y la puerta se abrió con un suave crujido. En ciertos cuentos, las habitaciones de las cortesanas son estancias fastuosas y esplendidas, llenas de lujo y exotismo. Mesalina no cumplía con este tópico poético. Era cierto que su habitación era amplia y daba a una gran terraza, pero las paredes estaban pintadas con un tosco color albero, y el techo dejaba las vigas al descubierto. El desorden reinaba por la habitación como si un pequeño torbellino se hubiese dedicado a abrir todos los armarios para esparcir su contenido. Justo ante la puerta había un discreto tocador casi sepultado entre ropa abandonada, joyas y tarritos de contenido misterioso, la pequeña banqueta que reposaba ante el mueble no corría mejor suerte. Sobre el suelo, reposaban algunas de las carísimas prendas del ajuar de trabajo de la sátira, placidamente olvidadas junto a otras mucho más modestas.
La responsable de aquel desastre dormía a pierna suelta protegida por un sencillo dosel de tul carmesí, que colgaba de una de las vigas y caía sobre la cama ocultando en parte a su ocupante. Al verla Costurina entendió porque Mesalina ponía tanto empeño en mantener la privacidad de sus horas de sueño. Pese a que dormía desnuda, no era precisamente una visión de ensueño, estaba tumbada boca arriba con las manos sobre el estomago y las piernas separadas, roncando feliz como una criatura. La boggan no pudo contener la risa, acababa de descubrir un dato desconocido de su amiga. Se acercó a la cama con paso decidido y tiró de las sabanas. Mesalina se tumbó de costado con un sonoro resoplido y la ignoró totalmente. La camarera no quería ser brusca, pensó un momento y sonriendo se acercó a la oreja de su amiga.
-Dujal acaba de llegar- Le susurró.
Mesalina abrió los ojos de golpe y se incorporó con torpeza mientras su cabeza trataba de asimilar la noticia. Tardó unos segundos en fijar la vista en Costurina y darse cuenta de su presencia.
-¿Qué haces aquí?-Le preguntó ahogando un bostezo
-Es mi día libre y decidí hacerte una visita.
La patacabra se desplomó sobre el colchón y se tapó la cara con las manos.
-Sabes que aquí siempre eres bienvenida ¿pero tenias que venir tan temprano? Anda se buena y vuelve a la hora de almorzar, invito yo.
-Eso supondría pasar la mañana sola y desperdiciar la mitad de mi día libre.
Mesalina se tapó la cara con la almohada y ahogó un gruñido
-¡Don del sol¡ Tienes suerte de que me toquen unos días de descanso…sino ahora mismo te tiraba por la terraza.
-No creo que lo lograrás-Replicó Costurina divertida
-Lo averiguaremos en otra ocasión, cuando esté algo mas despejada- La sátira se enrolló las sabanas alrededor de la cintura, estiro el cuerpo con la lenta pereza de los gatos y finalmente se puso en pie sin demasiadas ganas-Vale, yo voy a asearme un poco, tú mientras ve poniendo la mesa, a ver que apañamos de desayuno.
La sátira desapareció tras una mesa y dejó a su amiga totalmente desconcertada. Paseó los ojos por aquel intolerable desorden ¿Dónde iba a poner la mesa? No había ni un solo mueble, que no estuviese totalmente cubierto de trapos y trastos, para Costurina aquello era como la antesala del infierno. Tras mucho dudar despejó una pequeña mesa que encontró abandonada en un rincón, totalmente cubierta de frascos de cristal vacíos que aun desprendían sospechosos aromas. Costurina los dejó todos en el suelo y sacó la mesa a la terraza, para poder desayunar al sol. La boggan gruñó al contemplar la mesa a la luz del día, la superficie estaba intolerablemente sucia. Tras buscar un poco recogió del suelo lo que parecía un trapo usado, y tras invocar una suave lluvia sobre el mueble se puso a secarlo concienzudamente. El grito horrorizado de la sátira evitó que dejase el mueble inmaculadamente limpio.
-¡Don del sol¡! Esa tunica es de raso y además de muy cara, es el regalo de un cliente muy importante ¡
-¿De que tunica hablas? –preguntó la posadera
-¡De la que tienes en la mano¡
Costurina contempló el trapo y lo estiró con gestó asombrado. Era una tunica pero la tela era tan escasa y el corte tan inverosímil que costaba creer que realmente fuese una prenda de ropa.
-¿Qué se supone que tapa esto?
-Nada- Contestó la sátira mirando desolada la prenda- Ahí está la gracia… en que no tapa nada.
-Oh pues si todo su encanto es ese…yo puedo prestarte unas enaguas mias y te quedaran tan ridículas como esto.
Las dos amigas se miraron un instante. Costurina desafiante con la tunica que Mesalina contemplaba perdida en sus propios pensamientos. Las dos hadas se miraron a los ojos un instante y la misma idea les pasó por la cabeza. Ambas dejaron escapar una sonora carcajada.
-¿Me imaginas?
-Creo que el único modo de que te tapasen algo sería que las usases de sombrero.
Fiel a su idea de que la mejor manera de empezar el día era con el estomago satisfecho, Costurina había traído en la cesta suficientes magdalenas como para alimentar a todo el burdel, de todas las clases y texturas. Además de una jarra llena de chocolate, media bizcocho de manzanas y nueces, un barra de pan, mantequilla y dos tipos de mermelada. El tamaño de la boggan era inverso a su apetito, la pequeña hada parecía ser toda estomago. Comía de un modo lento, haciendo galas de unos estupendos modales pero ella sola dio buena cuenta de una bandeja de magdalenas entera y dos tazas de chocolate. Mesalina ya no podía más cuando Costurina tras haber devorado un par de tostadas decidió que le apetecía probar el bizcocho.
-¿Cómo es posible que aun tengas hambre?-Preguntó la sátira dejando su servilleta sobre la mesa. Ella ni siquiera tenía costumbre de desayunar, solía tomar un almuerzo ligero que por las horas casi era una merienda. El apetito de su amiga era algo que la fascinaba.
-Nos espera un día duro, es mejor coger energías- Respondió tras apartar su plato con gesto satisfecho.
-¿Cómo que un día duro? ¿Es que no vamos a dar una vuelta por el mercado como hacemos siempre?
-Nada de eso, me apetece romper un poco la rutina y salir de la Corte para variar. He pensado que podríamos hacer una excursión. Me gustaría coger flores para decorar el comedor de la posada.
Mesalina contempló de reojo la colección de frascos vacíos que reposaban sobre el suelo.
-Bueno estoy en mi descanso del ciclo y la verdad es que no me vendría mal ir a recoger algunos ingredientes, me saldría mas barato que ir al herbolario. ¿Cómo vamos a ir? Porque si tú idea es ir andando ahora mismo vuelvo a la cama.
-¡No¡ Tengo que enseñarte algo estupendo. ¡Vamos a la puerta¡
Lo que Costurina quería enseñarle esperaba tranquilamente a la puerta del burdel, se trataba de un carro verde de paseo, de dos ruedas, llevaba al tiro a un pony robusto de color paja, con las crines cortas que esperaba tranquilamente comiéndose la hiedra de la pared. La boggan se acercó al animal resplandeciente de felicidad y le palmeó la cabeza.
-¿Te gusta? Me lo ha regalado Nicasia.
-¿Ella? –Mesalina torció la boca sin tratar de disimular su desagrado-No la hacía tan generosa
-No se te ocurra hablar mal de Nicasia delante mía-Advirtió la boggan en un tono repentinamente seco-Nunca he entendido que tienes contra ella, puede que no tenga un carácter fácil, pero es buena a su manera. Tu solo has visto la fachada.
La sátira resopló y se mordió los labios para no hablar. Detestaba el modo en que la ingeniera trataba a Marsias. No se le escapaba como la miraba el sátiro, miradas encendidas que desbordaban cariño. No le cabía la menos duda de que sátiro amaba a la peliblanco como no había amado a nadie jamás, se daba cuenta en los pequeños gesto cariñosos que tenía con ella. Pero Nicasia era otra historia, en sus ojos solo había hielo, jamás se encendían, jamás demostraban nada, jamás hacia un gesto de acercamiento. Parecía que en su corazón no había sitio para los sentimientos y Mesalina la odiaba porque estaba seguro de que a Marsias aquella frialdad le hacía dañó. Le costaba mucho trabajo creer que la ingeniera albergase esos buenos sentimientos de los que hablaba Costurina, pero sabia que una mala réplica podía echar el día a perder y prefirió guardarse las palabras.
-¿Hay algún motivo para el regalo o siempre es así de desprendida?-pregunto tratando de sus palabras no sonasen demasiado venenosas.
-Fue el aniversario de mi primer día de sol- Respondió sin dejarle de hacerle cariños al pony-Ya sabes que siempre me regala algo.
-Pensé que solían ser cacharros mecánicos, muñecas y cachivaches de los que hace ella.
-Normalmente lo son, pero dice que a ver si empiezo a salir de la Corte. Y bueno…¿Nos vamos de excursión o no?
-Nos vamos- Contestó con una sonrisa-Voy a coger un par de cosas y vuelvo ahora mismo.
Mesalina volvió a entrar en el burdel y al cabo de un rato salió con un viejo capazo de mimbre y un paquete bastante grande metido en una funda de cuero relucientemente nueva
-¿Y eso?-La boggan estiró el cuello sin poder reprimir su curiosidad.
-Ya lo sabrás-Contestó la sátira metiendo las cosas en el carro-Venga coge la riendas y vamos a ponernos en marcha.
Tardaron muy poco en salir de la Corte, hacía un perfecto día de sol. Tras consultar la lista de ingredientes de Mesalina decidieron acercarse al bosque, estaban en temporada para recoger unas setas llamadas “uñas de troll” que la sátira necesitaba para sus potingues. Solían crecer bajo las piedras, cerca de los arroyos. A Costurina el sitio le daba igual mientras hubiese flores. Aprovecharon buena parte del trayecto para ponerse al día de los cotilleos de la Corte. Solía competir por ver cual de las dos conocía la noticia más jugosa, posadas y burdeles son lugares excelentes para soltar la lengua, aunque Mesalina casi siempre llevaba las de ganar y esta vez no era ninguna excepción. Finalmente llegaron al arroyo. Costurina dejó suelto al pony para que pastase a sus anchas y las dos cogieron sus respectivos capazos.
Decidieron parar cerca del molino, en aquella zona aun había bastante ajetreo ce carros y viajeros y no sería necesario adentrarse demasiado en el bosque. No era buena idea hacerlo, el invierno había sido duro y había vuelto audaces a los lobos, que por primera vez en años habían bajado de la montaña hasta el mismo valle. Por si los lobos pareciesen poca amenaza, otros habitantes del bosque también habían pasado hambre y estos últimos tenían menos escrúpulos que los lobos. De todos modos el paisaje allí era perfecto para una pequeña acampada; bajo unos densos almendros cuajados de flores blancas el arroyo ensanchaba su cauce y saltaba alegre entre las ruedas del molino salpicando con el agua del deshielo los primeros narcisos, que ya doblaban sus tallos bajo el peso de sus elegantes cabezas amarillas. Las hadas cogieron sus capazos y empezaron con su tarea. Al cabo de un rato Costurina tenía Narcisos de sobra para alfombrar varias habitaciones y se prefirió coger algunas varas de almendro, Mesalina no parecía tener la misma suerte, bajo las piedras solo encontró musgo y al levantar un tronco muerto, un montón de niscalos la saludaron temblorosos. Las “uñas de troll” brillaban por su ausencia.
-Bueno-Gruñó cortando las setas- Al menos esta noche podremos hacernos una tortilla. No entiendo que ha pasado, el año pasado este sitio estaba lleno.
-Tal vez se te han adelantado-Aventuró Costurina dejando su capazo rebosante de flores en el suelo.
-Lo dudo, esas setas no se comen y para aprovechar sus propiedades afrodisiacas hace falta un proceso de destilación muy largo. No sé para que iba a quererlas nadie. Lo que pasa es que la última vez vine a buscarlas con Dujal, ni te imaginas como se agradece un buen olfato para ciertas cosas.
-Si que me imagino, respecto a Dujal soy capaz de imaginarme muchas cosas –Respondió atando un haz de varas de almendro.
Mesalina se mordió los labios, había elegido un mal tema de conversación.
-Costurina…si te molesta que Dujal venga a buscarme, le diré de deje de hacerlo…No me gustaría que el gato nos distanciara.
La boggan dejó sus labores y se arrojó a los brazos de la sátira con tal ímpetu que ambas hadas rodaron por el suelo, la sátira se vio de repente metida en un torbellino de besos y flores aplastadas faltó muy poco para que las dos acabasen en el agua.
-¿Qué esto de besuquearme gratis?-Digo la sátira medio ahogada por la risa-Señorita yo para el cuerpo a cuerpo tengo una tarifa.
-Espero que el almuerzo que he traído sea paga suficiente, porque el monedero me lo he dejado en casa.
Los giros habían desecho las trenzas de la posadera. Para las jornadas de trabajo solía recogerse el pelo con única trenza, gruesa y larga, porque era mas cómodo para el trabajo, pero los días de descanso, en un pequeño gesto de coquetería se hacía dos. Ahora una cascada de pelo rubio la cubría por completo, salpicada de hojas, briznas de hierba y pétalos amarillos. Mesalina se quedó muda de asombro. Nunca había visto la melena de Costurina suelta, la cubría por completo, como un traje dorado. La boggan se pasaba los dedos entre los cabellos tratando de quitarse todo lo que se le había quedado enredado. Tratando inútilmente de arreglar aquel desastre
-¡Don del sol¡ ¿Cuánto hace que no te cortas el pelo?-preguntó la sátira cuando se recuperó del asombro
-Desde que murieron mis padres, nosotros, los boggans, hacemos el luto así-Dijo agobiada, sus ojos azules temblaron a punto de desbordarse en lágrimas.
-Desde la guerra…pero eras una cría…dios cunado lo llevas recogido no parece tan largo.
-Uso un hechizo-Gimió Costurina tirándose del pelo-Por eso me hago las trenzas. Tengo unas horquillas especiales y así no me arrastra por el suelo, ni pesa. No te imaginas lo molesto que es esto.
-¡Deja de darte tirones!
Mesalina fue el carro y volvió con su bolsita de viaje, tras hurgar un poco en su interior sacó peine de hueso con un gesto de triunfo.
-Vamos a arreglar este desastre-Dijo cogiendo un mechón de pelo de su amiga-¿Por qué no te lo cortas aunque sea un poco? Tus padres no te lo tendrían en cuenta.
La boggan se secó los ojos.
-No es por solo por mis padres, los he echado de menos cada día. Nicasia no es una persona fácil, el cariño no es lo suyo.
-¿De verdad?-Mesalina sacó una ramita seca de entre un montón de cabello rubio-¿Por que será que no me sorprende?
-No seas cruel, lo intenta. Siempre se acuerda de mis “días del sol”, se preocupó de que no me faltase nada, nada material. Pero nunca me ha dado un abrazo. Cuando tenía pesadillas se quedaba sentada al borde de mi cama y me decía que no me asustase pero ni me tocaba. A veces me leía cosas hasta que me dormía, pero me leía lo primero que pillaba. Una vez me leyó un tratado de magia geomántica. No sé como viviría antes de la guerra pero siempre he tenido muy claro que dentro de Nicasia hay algo terriblemente roto, y lo de Manx no la ayudó nada.
Pero me acostumbré ¿sabes? Me acostumbré y salí adelante. Y cuando creía que podía cortarme el pelo y empezar a vivir por apareció Dujal y me enamoré como una idiota-Costurina dio un respingo-¡Hey eso duele¡
-Lo siento-Se disculpó la sátira concentrada en sus labores de peinado-Menudo enredo tienes aquí. ¿Y que tiene que ver Dujal con tu pelo?
-Que Dujal me dio dos besos y yo me creí que estaba enamorado. Él me advirtió que no me hiciese ideas equivocadas pero creí- la boggan sollozó-Creí que con el tiempo el también me amaría, creí que al final se quedaría conmigo. Lo metí en mi cama como una tonta. Y Dujal es Dujal. Solo se quiere a si mismo. Cuando se fue me dí cuanta de que aun echaba de menos que alguien me quisiera, aun necesito que alguien me quiera. No puedo cortarme el pelo. No estoy lista para olvidar.
-Te advirtió- Dijo Mesalina tras un suspiro de resignación-Sé que no es excusa, pero si te sirve de consuelo no creo que actúe de mala fe. Tampoco quiero excusarlo, simplemente no está en su naturaleza atarse a la cama de nadie.
-¿Ni siquiera a la tuya?-Preguntó Costurina secándose los ojos
-¡Los hados me libren! No te voy a decir que no me gusta para un rato - La patacabra dividió la melena de su amiga en dos y empezó a trenzar una de las mitades- Pero él y yo nos parecemos demasiados, él no quiere arrimarse a nadie demasiado tiempo y a mi no me apetece tener a nadie pegado a mis faldas
-Dicho así parecéis la pareja ideal.
-Nada de eso, somos demasiado iguales. Acabaría en fracaso y no me gusta fracasar en nada.
Mesalina necesitó un buen rato para acabar de trenzar la interminable melena rubia y aun así cuando terminó descubrió desolada que las trenzas arrastraban por el suelo. Costurina se limitó a encogerse de hombros con resignación y ha enrollarse parte de las trenzas formaban dos curiosos moños que le daban un curioso aire de princesa de tiempos remotos.
-No creo que encontremos tus horquillas entre las flores ¿no te pesa la cabeza?
-Estoy acostumbrada-La boggan había perdido todo el buen humor de golpe, intentaba parecer tan feliz como antes, pero hablaba en un forzado tono monocorde y hasta los ojos se le habían apagado.
La sátira no quería llevarse la tristeza de vuelta a casa, se fue hasta el carro y sacó el bulto envuelto en cuero. Conocía demasiado bien a su amiga como para no saber que la curiosidad sería mucho más fuerte que sus ganas de lamentarse. No se equivocó, Costurina le lanzó una mirada fugaz, encendida de curiosidad y luego trató de disimular su interés fingiendo que buscaba sus desaparecidas horquillas entre la hierba. Mesalina ocultó una sonrisa de satisfacción y le tendió el paquete a la posadera.
-Mi regalo de tu “día del sol”-Dijo mientras le tendía el paquete
La boggan la miró sorprendida. Era un paquete alargado, no demasiado grueso, por la forma le resultaba imposible hacerse una idea de que podía ser.
-La mejor manera de que lo averigües es abriéndolo-Fue su respuesta
Costurina no se hizo de rogar, soltó los dos pequeños cierres de madera y desenrolló el cuero, tan finamente curtido y tan suave que parecía una tela oscura. Algún artesano especialmente hábil había perfumado la piel con un discreto toque a sándalo. Cuando desenrolló el paquete salió a la luz un precioso arco corto, tallado en una única pieza de hueso gris y pulido hasta conseguir arrancarle al material un precioso brillo. Era un arma esplendida, ligera y calibrada, con un discreto tallado en las puntas. Un carcaj con veinte flechas completaban el regalo. La posadera necesito un momento para reaccionar, salvo los cuchillos de su cocina nunca había sostenido un arma en sus manos, no entendía el porqué de un regalo como aquel.
-¿A que viene esto?-Acariciaba el hueso con la punta de los dedos, tan fascinada como extrañada.
-Es un hueso hecho con parte de la costilla de un leviatán-Aclaró Mesalina-Me lo regaló un marinero hace mucho tiempo y nunca lo he usado, creo que a ti te hará mejor servicio que mi.
-¿A mi?-Costurina no entendía nada-No veo como…
-Porque eres demasiado inofensiva. No te lo tomes a mal pero nosotras necesitamos dientes y garras más que cualquier macho, el mundo es cruel para nuestro sexo.
-¿Crees que esto me dará mas seguridad en mi misma?
-Creo que te divertirá. Necesitas algo que te saque de tus cacerolas y tus labores domesticas. Algo más contundente que recoger flores.
-Me gusta recoger flores-Protestó la boggan.
-Y no seré yo quien te lo impida, pero nunca está de más tener otras vías de escape…
Costurina meditó un segundo las palabras de su amiga. Una enorme sonrisa le iluminó la cara
-¿Me enseñas?
-¿Yo? No soy ningún portento y tú tienes una experta en casa.
-No creo que Nicasia tenga tiempo ni paciencia para enseñarme…
-Nunca llegué a probar ese arco…busquemos algo que sirva de diana- Mesalina no estaba por la labor de hacerse rogar.
Eligieron el tronco seco de un chopo como blanco de sus prácticas de tiro, estaba lo bastante lejos del camino como para no tener que preocuparse por las flechas perdidas, pero sin adentrarse demasiado en el bosque. Mesalina era buena tiradora, era habitual que los niños de Fuegovivo hiciesen competiciones de de tiro, poner la flecha contra la cuerda y sentir la tensión de la cuerda en los dedos le trajo buenos recuerdos. La flecha silbó al salir disparada y acertó casi en el centro de la diana, después le pasó el arma a su amiga y tras explicarle la postura básica y los trucos imprescindibles para no hacerse daño, la dejó tirar. Los primeros intentos acabaron con el proyectil tristemente caído a sus pies, cuando por fin logró disparar algunos se perdieron entre los árboles pasando de largo la diana. La boggan no se dejó llevar por desaliento, pasaron bastante rato practicando, comieron bajo los árboles. El tiempo, que siempre se pone en contra de los que se divierten, pasó volando y muy a su pesar las dos amigas tuvieron que emprender el regreso mucho antes de lo que les hubiese gustado.
De vuelta a su cocina, Costurina dejo el capazo lleno de flores sobre la mesa con desgana, aquella mañana, mientras preparaba la comida para la excursión, pensaba en lo estupendo que sería dedicar las ultimas horas de día a hacer pequeños ramos de flores. Pero ahora la idea ya no le parecía tan atractiva, volvió a sacar el arco de su funda y lo contempló encantada. Le dolían los dedos y estaba bastante segura de que acabarían por salirle ampollas, aunque la verdad es que no le importaba demasiado. Recordó que en un rincón de la despensa había una vieja diana de madera, muy machacada por el uso. Seguramente sería de Nicasia, pero hacia siglos que nadie la usaba y la boggan estaba bastante segura de que a la ingeniera no le importaría que la usase. Fue a recogerla y la colgó de la pared del patio. Aun quedaba algo de tiempo antes de que oscureciese por completo.
Las dos primeras flechas chocaron contra la pared, la tercera estuvo a punto de clavarse en el borde de la diana, Costurina dio un pequeño saltito de triunfo, recogió la flecha, respiró hondo y se concentró en el maltratado disco de madera, mirando el circulo de pintura desconchada que ocupase en el centro como si no hubiese otra cosa en el mundo. Soltó la cuerda, la flecha silbó cortando el aire y se clavó en la diana, muy cerca del centro.
A sus espaldas sonó un aplauso. La posadera se dio la vuelta tan sobresaltada e inquieta como si la hubiesen pillado desnuda en la bañera. Nicasia aplaudía, llevaba puesto su mandil de cuero y la camisa remangada hasta los codos. Costurina no tenía ni idea de cuanto tiempo podía llevar mirando, se había centrado tanto que lo demás simplemente había desaparecido, y ahora bajo la gélida mirada de su tutora, con el arco en la mano se sentía estupida, totalmente fuera de lugar.
-Excelente disparo- Nicasia solo ponía énfasis a sus palabras cuando estaba enfadada, era imposible saber si hablaba en serio o se burlaba de ella.
-Estas de broma-Dijo asombrada, involuntariamente escondió el arma a sus espaldas.
La ingeniera se acercó y la boggan no pudo dejar de asombrarse, ¿Cómo era posible que antes no hubiese escuchado el tap, tap metálico de sus pasos?¿Tan concentrada estaba?
-No era broma.¿Me dejas el arco?
Costurina se lo tendió con un mano temblorosa, sin comprender porque estaba tan nerviosa. Nicasia lo admiró en silencio un segundo, con esa sonrisa discreta que sus labios rojos dibujaban cuando algo le gustaba. Puso una flecha contra la cuerda y el disparo acertó con tal certeza en el blando que la posadera se sintió profundamente humillada, parecía tan sencillo cuando lo hacía la peliblanco.
-Un arma excelente-Murmuró Nicasia casi como si hablase sola, después subió el tono-¿Sabes que esa diana era de tu padre? Él me enseñó a disparar.
Los ojos de la boggan se abrieron como platos.
-¿Mi padre era arquero?-Preguntó asombrada-No lo sabía
-Tu padre era el mejor tirador de la Corte ¿A que te crees que fue a la guerra?¿a hacer pan?
-Bueno era panadero-murmuró confusa-Nunca hablaba de la guerra.
La nocker la contempló un momento, pareció a punto de decir algo, pero la frase murió en sus labios. En lugar se hablar volvió a tenderle el arco.
-Vuelve a intentarlo.
Costurina obedeció, la ingeniera se colocó a sus espaldas y le agarró el brazo izquierdo. Parecía que tenía las manos hechas de cuero viejo y tenia los dedos fríos. A la boggan el corazón le dio un vuelco.
-Mantén firme este brazo-Le aconsejó Nicasia- No aflojes el codo en ningún momento.
La flecha no acertó el centro de la diana pero se quedo a muy poco. La boggan soltó una carcajada y Nicasia volvió a aplaudir.
-Ya está muy oscuro para seguir con esto, pero si quieres otro día podemos seguir practicando.
-¿De verdad me enseñarías?-Preguntó Costurina casi no se podía creer lo que estaba oyendo.
-¿Por qué cojones no iba a hacerlo? A tu padre le hubiese gustado-Respondió Nicasia volviendo a su habitual tono brusco ¿Me necesitas para algo mas? Si no me necesitas me voy a mi cuarto.
-No, no vete. Guardaré la diana hasta el próximo día.
Nicasia se marchó sin decir nada mas y la posadera descolgó la diana de la pared. Había pertenecido a su padre, acarició las cicatrices que las prácticas de tiro habían dejado sobre la madera, algunas de aquellas marcas eran de su padre, que era algo más que un simple panadero. Su padre que tenía bajo su mando un batallón de arqueros, su padre que murió y la dejó sola. Dejo la diana en la pared.
Tal vez no tan sola
Costurina llamó delicadamente a la puerta de Nicasia y asomó la cabeza con cierto reparo. La ingeniera estaba sentada tras su mesa, garabateando unas cuentas.
-¿Podrías hacerme un favor?
-¿Qué ocurre?-Preguntó sin levantar la vista.
La posadera se pasó la lengua por los labios con un gesto nervioso, se quedó en silencio un segundo y por fin reunió valor. La decisión estaba tomada y tenía la certeza de no estar equivocándose, le daba algo de miedo como pudiese reaccionar su tutora, pero si se quedaba callada nunca lo sabría.
-¿Podrías cortarme un poco el pelo?- La voz le tembló al hacer la pregunta.
Nicasia alzó la vista del cuaderno y le lanzó una larga mirada inquisitiva, en la que no faltaba cierta sombra de sorpresa.
-¿Estas segura?
-Solo un poco, creo que va siendo hora. Pero solo podré si lo haces tu.
Nicasia se le señaló una banqueta.
-Súbete ahí y vete soltando el pelo. Voy a por un peine y unas tijeras.
Ninguna de las dos dijo nada. En la habitación solo se escuchaba el chasquido de las tijeras. Al terminar Costurina se rehizo las trenzas, el pelo ya no le arrastraba y al recogerlo se le quedó a un palmo del suelo. La boggan se acercó a su tutora y le puso un grueso mechon dorado en la mano.
-Es un regalo para ti-Le dijo
Nicasia acarició el regaló y se rascó la coronilla con ese curioso gesto incomodo que solía hacer cuando no sabía que decir. Costurina sonrió y sin pensarselo dos veces le soltó un beso en la mejilla. La peliblanca se quedó inmóvil un momento, tensa como si ella misma fuera la cuerda de arco a punto de romperse. Despues abrazó a la boggan.
-Me alegro por ti- Le dijo.
-¿Y tu? ¿Te dejaras crecer el pelo algún día?
Nicasia negó con la cabeza.
-Aun no-Contestó con la voz rota mientras apretaba un poco mas el abrazo sobre su protegida
En la Carbonería era costumbre que los empleados se tomasen de descanso un día de cada cinco jornadas de trabajo. La idea se le había ocurrido a Costurina, al acabar la guerra el negocio empezó a prosperar poco a poco, el refugio se fue convirtiendo en posada a medida que la ciudad empezaba a rehacerse y dejaba a tras un largo periodo de miserias. Siguieron visitando la Carbonería pero ahora pagaban sus almuerzos, agradecidos por la ayuda inestimable que la boggan les había prestado en tiempos de necesidad. Casi sin darse cuenta Costurina se vio al frente de una cantina que cada vez tenía mas clientes, su fama como cocinera, su sonrisa infatigable y unos bonitos ojos azules ayudaron bastante en el proceso. Entonces no se permitió ni un minuto de descanso, si trabajaba de sol a sol era más por la necesidad que tenía de mantener la cabeza ocupada que por el deseo de hacer prosperar el negocio. Nicasia la dejó hacer, ella ocupó el sótano y empezó a trabajar en su taller. Ambas hadas tenían demasiadas cosas en las que no querían pensar, demasiados recuerdos que preferían dejar en un rincón y usaron el trabajo para cerrar sus heridas. Ninguna de las dos interfería en los asuntos de la otra a no ser que alguna solicitase ayuda, cosa que rara vez pasaba. Impusieron sus reglas: la ingeniera tendría total libertad en su reino subterráneo, sobre que el nunca se le harían preguntas ni se le impondrían condiciones, a cambio ella dejaría que la boggan ocupase el resto del enorme edificio para lo que quisiera. No se molestarían la una a la otra bajo ninguna circunstancia. Era un trato mas que razonable y además ella no tenía ningun otro sitio al que ir. La huraña nocker nunca podría sustituir a su familia, ni lo pretendía, pero era la única que se había preocupado por ella. Costurina le estaba agradecida y no pensaba dejar sola a su protectora que por otro lado era un total desastre con las tareas domesticas mas sencillas y necesitaba una mano invisible que la ayudase a vivir con cierta decencia. Así fue como comenzaron a convivir, la cantina pasó a ser posada cuando se habilitaron dormitorios en los inmensos corredores vacíos. Los viajeros no tardaron en aclamar la Carbonería como la mejor posada de la Corte y ni siquiera el hecho de que se pusiera a raya a los alborotadores trabuco en mano, consiguió empañar su reputación.
Fue entonces cuando pudo contratar a otros camareros, estableció las jornadas de descanso y comenzó a buscarse ratos libres a lo largo del día. Se aficionó a leer y le dedicó tiempo a perfeccionar unas dotes de repostera que la habían hecho famosa en toda la región, hasta el punto de que incluso en palacio solicitaban sus dulces con bastante frecuencia. La felicidad había vuelto a su vida y los recuerdos ya no le dolían tanto.
Así que aquel día le tocaba descansar, no se había levantado temprano y en lugar de desayunar en su habitación como hacía la mayoría de las veces se había dado un buen baño y había salido de la posada dispuesta a compartir la hora del desayuno con una buena amiga.
Alcanzar al aldabón de la puerta verde era una tarea imposible incluso para el más alto de los boggan, una vez había intentado ponerse de puntillas y alcanzarlo con la punta de los dedos, pero solo logró sentirse ridícula. Estaba fuera de su alcance, así que dio un par de enérgicos tirones de la cadena que hacia repicar la campanilla dorada, al hacerlo pensó que lo mas seguro es que su amiga aun estuviese en la cama. No era ninguna madrugadora cuando tenía que trabajar, cuando decidía darse un descanso podía darle la hora del almuerzo en brazos del sueño. Una sonrisa traviesa acudió a los labios de Costurina, iba a ser muy divertido…
La mirilla de la puerta se descorrió con un crujido de madera mal engrasada
-¿Quién es?-Preguntó la voz adormilada de Rashid
-Aquí abajo- Exclamó Costurina alejándose de la puerta unos pasos para que el muchacho pudiese verla- Hola Rashid.
-Hola Costurina…¿Vienes a preguntar por alguien? Creo que Mesalina está durmiendo.
-Me están esperando. ¿Me dejas pasar?
Rashid cerró la mirilla y abrió la puerta, el muchacho iba vestido con una sencilla tunica blanca que se notaba que se había puesto a toda prisa y trataba de espantarse el sueño de los ojos, frotándose la cara sin mucho empeño. Costurina pasó al patio de Marsias , no se veía ni un alma, todo eran ventanas cerradas y silencio.
-Ya va siendo hora de estar en pie ¿no crees?
Rashid sonrió y se frotó la cabeza con un gesto perezoso
-No para este tipo de negocio-Contestó el muchacho ahogando un bostezo al tiempo que arqueaba la espalda y estiraba los brazos con un movimiento lento y perezoso.
La boggan abrió la cesta que llevaba colgada del brazo y le puso una magdalena en la mano al chico.
-Anda ve desayunando, a ver si te espabilas. Voy a sacar a Mesalina de sus dominios.
-Ve sin miedo, está en su habitación-Le contestó Rashid antes de morder la magdalena.
Costurina conocía el camino y se alejó despidiéndose con la mano.
En casa de Marsias todo era bastante caótico, a pesar de ser un burdel no tenía demasiadas habitaciones porque preferían tender carpas de tul entre los árboles. Era habitual que tanto a clientes como al personal les sorprendiese el día aun en sus labores. A primera hora de la mañana parecía que sobre el jardín hubiese caído una lluvia de cuerpos desnudos. Hadas de todas las razas y posición dormían placidamente, juntas entre los árboles. La boggan se fue directamente a las habitaciones sin poder evitar un suspiro de desaprobación. El negocio del sátiro no la escandalizaba, pero no dormir en una buena cama le parecía una costumbre muy poco saludable.
Marsias y Mesalina eran los únicos del personal que usaban sus aposentos privados con regularidad, ambos tenían unas reglas muy similares. No trabajaban en sus respectivas habitaciones y las visitas, salvo contadas y selectas excepciones, no eran bienvenidas. Ambos sátiros tenían unas ideas muy curiosas sobre la intimidad, eran muy reservados para cosas que el resto de las hadas consideraría terriblemente normales. Apenas nadie sabía que Marsias coleccionaba libros, al perecer tenía una nutrida biblioteca. Costurina sabía que debía ser cierto, Nicasia solía regalarle libros con frecuencia y Mesalina se lo había mencionado alguna vez, pero ni ella ni nadie habían visto al patacabra leer una línea. Por su parte Mesalina jamás dormía con los clientes, ni la suma mas jugosa conseguía hacerla cambiar de idea. En cuanto empezaba a amanecer se marchaba del jardín y se iba a su cama sola. “Hay que conservar parte del misterio” le había confesado una vez “recién levantada es muy difícil parecer encantadora”.
Costurina llamó a la puerta del dormitorio de su amiga, no contestó nadie, ni siquiera cuando volvió a llamar con más energía. Giró el picaporte y para su sorpresa, la llave no estaba echada y la puerta se abrió con un suave crujido. En ciertos cuentos, las habitaciones de las cortesanas son estancias fastuosas y esplendidas, llenas de lujo y exotismo. Mesalina no cumplía con este tópico poético. Era cierto que su habitación era amplia y daba a una gran terraza, pero las paredes estaban pintadas con un tosco color albero, y el techo dejaba las vigas al descubierto. El desorden reinaba por la habitación como si un pequeño torbellino se hubiese dedicado a abrir todos los armarios para esparcir su contenido. Justo ante la puerta había un discreto tocador casi sepultado entre ropa abandonada, joyas y tarritos de contenido misterioso, la pequeña banqueta que reposaba ante el mueble no corría mejor suerte. Sobre el suelo, reposaban algunas de las carísimas prendas del ajuar de trabajo de la sátira, placidamente olvidadas junto a otras mucho más modestas.
La responsable de aquel desastre dormía a pierna suelta protegida por un sencillo dosel de tul carmesí, que colgaba de una de las vigas y caía sobre la cama ocultando en parte a su ocupante. Al verla Costurina entendió porque Mesalina ponía tanto empeño en mantener la privacidad de sus horas de sueño. Pese a que dormía desnuda, no era precisamente una visión de ensueño, estaba tumbada boca arriba con las manos sobre el estomago y las piernas separadas, roncando feliz como una criatura. La boggan no pudo contener la risa, acababa de descubrir un dato desconocido de su amiga. Se acercó a la cama con paso decidido y tiró de las sabanas. Mesalina se tumbó de costado con un sonoro resoplido y la ignoró totalmente. La camarera no quería ser brusca, pensó un momento y sonriendo se acercó a la oreja de su amiga.
-Dujal acaba de llegar- Le susurró.
Mesalina abrió los ojos de golpe y se incorporó con torpeza mientras su cabeza trataba de asimilar la noticia. Tardó unos segundos en fijar la vista en Costurina y darse cuenta de su presencia.
-¿Qué haces aquí?-Le preguntó ahogando un bostezo
-Es mi día libre y decidí hacerte una visita.
La patacabra se desplomó sobre el colchón y se tapó la cara con las manos.
-Sabes que aquí siempre eres bienvenida ¿pero tenias que venir tan temprano? Anda se buena y vuelve a la hora de almorzar, invito yo.
-Eso supondría pasar la mañana sola y desperdiciar la mitad de mi día libre.
Mesalina se tapó la cara con la almohada y ahogó un gruñido
-¡Don del sol¡ Tienes suerte de que me toquen unos días de descanso…sino ahora mismo te tiraba por la terraza.
-No creo que lo lograrás-Replicó Costurina divertida
-Lo averiguaremos en otra ocasión, cuando esté algo mas despejada- La sátira se enrolló las sabanas alrededor de la cintura, estiro el cuerpo con la lenta pereza de los gatos y finalmente se puso en pie sin demasiadas ganas-Vale, yo voy a asearme un poco, tú mientras ve poniendo la mesa, a ver que apañamos de desayuno.
La sátira desapareció tras una mesa y dejó a su amiga totalmente desconcertada. Paseó los ojos por aquel intolerable desorden ¿Dónde iba a poner la mesa? No había ni un solo mueble, que no estuviese totalmente cubierto de trapos y trastos, para Costurina aquello era como la antesala del infierno. Tras mucho dudar despejó una pequeña mesa que encontró abandonada en un rincón, totalmente cubierta de frascos de cristal vacíos que aun desprendían sospechosos aromas. Costurina los dejó todos en el suelo y sacó la mesa a la terraza, para poder desayunar al sol. La boggan gruñó al contemplar la mesa a la luz del día, la superficie estaba intolerablemente sucia. Tras buscar un poco recogió del suelo lo que parecía un trapo usado, y tras invocar una suave lluvia sobre el mueble se puso a secarlo concienzudamente. El grito horrorizado de la sátira evitó que dejase el mueble inmaculadamente limpio.
-¡Don del sol¡! Esa tunica es de raso y además de muy cara, es el regalo de un cliente muy importante ¡
-¿De que tunica hablas? –preguntó la posadera
-¡De la que tienes en la mano¡
Costurina contempló el trapo y lo estiró con gestó asombrado. Era una tunica pero la tela era tan escasa y el corte tan inverosímil que costaba creer que realmente fuese una prenda de ropa.
-¿Qué se supone que tapa esto?
-Nada- Contestó la sátira mirando desolada la prenda- Ahí está la gracia… en que no tapa nada.
-Oh pues si todo su encanto es ese…yo puedo prestarte unas enaguas mias y te quedaran tan ridículas como esto.
Las dos amigas se miraron un instante. Costurina desafiante con la tunica que Mesalina contemplaba perdida en sus propios pensamientos. Las dos hadas se miraron a los ojos un instante y la misma idea les pasó por la cabeza. Ambas dejaron escapar una sonora carcajada.
-¿Me imaginas?
-Creo que el único modo de que te tapasen algo sería que las usases de sombrero.
Fiel a su idea de que la mejor manera de empezar el día era con el estomago satisfecho, Costurina había traído en la cesta suficientes magdalenas como para alimentar a todo el burdel, de todas las clases y texturas. Además de una jarra llena de chocolate, media bizcocho de manzanas y nueces, un barra de pan, mantequilla y dos tipos de mermelada. El tamaño de la boggan era inverso a su apetito, la pequeña hada parecía ser toda estomago. Comía de un modo lento, haciendo galas de unos estupendos modales pero ella sola dio buena cuenta de una bandeja de magdalenas entera y dos tazas de chocolate. Mesalina ya no podía más cuando Costurina tras haber devorado un par de tostadas decidió que le apetecía probar el bizcocho.
-¿Cómo es posible que aun tengas hambre?-Preguntó la sátira dejando su servilleta sobre la mesa. Ella ni siquiera tenía costumbre de desayunar, solía tomar un almuerzo ligero que por las horas casi era una merienda. El apetito de su amiga era algo que la fascinaba.
-Nos espera un día duro, es mejor coger energías- Respondió tras apartar su plato con gesto satisfecho.
-¿Cómo que un día duro? ¿Es que no vamos a dar una vuelta por el mercado como hacemos siempre?
-Nada de eso, me apetece romper un poco la rutina y salir de la Corte para variar. He pensado que podríamos hacer una excursión. Me gustaría coger flores para decorar el comedor de la posada.
Mesalina contempló de reojo la colección de frascos vacíos que reposaban sobre el suelo.
-Bueno estoy en mi descanso del ciclo y la verdad es que no me vendría mal ir a recoger algunos ingredientes, me saldría mas barato que ir al herbolario. ¿Cómo vamos a ir? Porque si tú idea es ir andando ahora mismo vuelvo a la cama.
-¡No¡ Tengo que enseñarte algo estupendo. ¡Vamos a la puerta¡
Lo que Costurina quería enseñarle esperaba tranquilamente a la puerta del burdel, se trataba de un carro verde de paseo, de dos ruedas, llevaba al tiro a un pony robusto de color paja, con las crines cortas que esperaba tranquilamente comiéndose la hiedra de la pared. La boggan se acercó al animal resplandeciente de felicidad y le palmeó la cabeza.
-¿Te gusta? Me lo ha regalado Nicasia.
-¿Ella? –Mesalina torció la boca sin tratar de disimular su desagrado-No la hacía tan generosa
-No se te ocurra hablar mal de Nicasia delante mía-Advirtió la boggan en un tono repentinamente seco-Nunca he entendido que tienes contra ella, puede que no tenga un carácter fácil, pero es buena a su manera. Tu solo has visto la fachada.
La sátira resopló y se mordió los labios para no hablar. Detestaba el modo en que la ingeniera trataba a Marsias. No se le escapaba como la miraba el sátiro, miradas encendidas que desbordaban cariño. No le cabía la menos duda de que sátiro amaba a la peliblanco como no había amado a nadie jamás, se daba cuenta en los pequeños gesto cariñosos que tenía con ella. Pero Nicasia era otra historia, en sus ojos solo había hielo, jamás se encendían, jamás demostraban nada, jamás hacia un gesto de acercamiento. Parecía que en su corazón no había sitio para los sentimientos y Mesalina la odiaba porque estaba seguro de que a Marsias aquella frialdad le hacía dañó. Le costaba mucho trabajo creer que la ingeniera albergase esos buenos sentimientos de los que hablaba Costurina, pero sabia que una mala réplica podía echar el día a perder y prefirió guardarse las palabras.
-¿Hay algún motivo para el regalo o siempre es así de desprendida?-pregunto tratando de sus palabras no sonasen demasiado venenosas.
-Fue el aniversario de mi primer día de sol- Respondió sin dejarle de hacerle cariños al pony-Ya sabes que siempre me regala algo.
-Pensé que solían ser cacharros mecánicos, muñecas y cachivaches de los que hace ella.
-Normalmente lo son, pero dice que a ver si empiezo a salir de la Corte. Y bueno…¿Nos vamos de excursión o no?
-Nos vamos- Contestó con una sonrisa-Voy a coger un par de cosas y vuelvo ahora mismo.
Mesalina volvió a entrar en el burdel y al cabo de un rato salió con un viejo capazo de mimbre y un paquete bastante grande metido en una funda de cuero relucientemente nueva
-¿Y eso?-La boggan estiró el cuello sin poder reprimir su curiosidad.
-Ya lo sabrás-Contestó la sátira metiendo las cosas en el carro-Venga coge la riendas y vamos a ponernos en marcha.
Tardaron muy poco en salir de la Corte, hacía un perfecto día de sol. Tras consultar la lista de ingredientes de Mesalina decidieron acercarse al bosque, estaban en temporada para recoger unas setas llamadas “uñas de troll” que la sátira necesitaba para sus potingues. Solían crecer bajo las piedras, cerca de los arroyos. A Costurina el sitio le daba igual mientras hubiese flores. Aprovecharon buena parte del trayecto para ponerse al día de los cotilleos de la Corte. Solía competir por ver cual de las dos conocía la noticia más jugosa, posadas y burdeles son lugares excelentes para soltar la lengua, aunque Mesalina casi siempre llevaba las de ganar y esta vez no era ninguna excepción. Finalmente llegaron al arroyo. Costurina dejó suelto al pony para que pastase a sus anchas y las dos cogieron sus respectivos capazos.
Decidieron parar cerca del molino, en aquella zona aun había bastante ajetreo ce carros y viajeros y no sería necesario adentrarse demasiado en el bosque. No era buena idea hacerlo, el invierno había sido duro y había vuelto audaces a los lobos, que por primera vez en años habían bajado de la montaña hasta el mismo valle. Por si los lobos pareciesen poca amenaza, otros habitantes del bosque también habían pasado hambre y estos últimos tenían menos escrúpulos que los lobos. De todos modos el paisaje allí era perfecto para una pequeña acampada; bajo unos densos almendros cuajados de flores blancas el arroyo ensanchaba su cauce y saltaba alegre entre las ruedas del molino salpicando con el agua del deshielo los primeros narcisos, que ya doblaban sus tallos bajo el peso de sus elegantes cabezas amarillas. Las hadas cogieron sus capazos y empezaron con su tarea. Al cabo de un rato Costurina tenía Narcisos de sobra para alfombrar varias habitaciones y se prefirió coger algunas varas de almendro, Mesalina no parecía tener la misma suerte, bajo las piedras solo encontró musgo y al levantar un tronco muerto, un montón de niscalos la saludaron temblorosos. Las “uñas de troll” brillaban por su ausencia.
-Bueno-Gruñó cortando las setas- Al menos esta noche podremos hacernos una tortilla. No entiendo que ha pasado, el año pasado este sitio estaba lleno.
-Tal vez se te han adelantado-Aventuró Costurina dejando su capazo rebosante de flores en el suelo.
-Lo dudo, esas setas no se comen y para aprovechar sus propiedades afrodisiacas hace falta un proceso de destilación muy largo. No sé para que iba a quererlas nadie. Lo que pasa es que la última vez vine a buscarlas con Dujal, ni te imaginas como se agradece un buen olfato para ciertas cosas.
-Si que me imagino, respecto a Dujal soy capaz de imaginarme muchas cosas –Respondió atando un haz de varas de almendro.
Mesalina se mordió los labios, había elegido un mal tema de conversación.
-Costurina…si te molesta que Dujal venga a buscarme, le diré de deje de hacerlo…No me gustaría que el gato nos distanciara.
La boggan dejó sus labores y se arrojó a los brazos de la sátira con tal ímpetu que ambas hadas rodaron por el suelo, la sátira se vio de repente metida en un torbellino de besos y flores aplastadas faltó muy poco para que las dos acabasen en el agua.
-¿Qué esto de besuquearme gratis?-Digo la sátira medio ahogada por la risa-Señorita yo para el cuerpo a cuerpo tengo una tarifa.
-Espero que el almuerzo que he traído sea paga suficiente, porque el monedero me lo he dejado en casa.
Los giros habían desecho las trenzas de la posadera. Para las jornadas de trabajo solía recogerse el pelo con única trenza, gruesa y larga, porque era mas cómodo para el trabajo, pero los días de descanso, en un pequeño gesto de coquetería se hacía dos. Ahora una cascada de pelo rubio la cubría por completo, salpicada de hojas, briznas de hierba y pétalos amarillos. Mesalina se quedó muda de asombro. Nunca había visto la melena de Costurina suelta, la cubría por completo, como un traje dorado. La boggan se pasaba los dedos entre los cabellos tratando de quitarse todo lo que se le había quedado enredado. Tratando inútilmente de arreglar aquel desastre
-¡Don del sol¡ ¿Cuánto hace que no te cortas el pelo?-preguntó la sátira cuando se recuperó del asombro
-Desde que murieron mis padres, nosotros, los boggans, hacemos el luto así-Dijo agobiada, sus ojos azules temblaron a punto de desbordarse en lágrimas.
-Desde la guerra…pero eras una cría…dios cunado lo llevas recogido no parece tan largo.
-Uso un hechizo-Gimió Costurina tirándose del pelo-Por eso me hago las trenzas. Tengo unas horquillas especiales y así no me arrastra por el suelo, ni pesa. No te imaginas lo molesto que es esto.
-¡Deja de darte tirones!
Mesalina fue el carro y volvió con su bolsita de viaje, tras hurgar un poco en su interior sacó peine de hueso con un gesto de triunfo.
-Vamos a arreglar este desastre-Dijo cogiendo un mechón de pelo de su amiga-¿Por qué no te lo cortas aunque sea un poco? Tus padres no te lo tendrían en cuenta.
La boggan se secó los ojos.
-No es por solo por mis padres, los he echado de menos cada día. Nicasia no es una persona fácil, el cariño no es lo suyo.
-¿De verdad?-Mesalina sacó una ramita seca de entre un montón de cabello rubio-¿Por que será que no me sorprende?
-No seas cruel, lo intenta. Siempre se acuerda de mis “días del sol”, se preocupó de que no me faltase nada, nada material. Pero nunca me ha dado un abrazo. Cuando tenía pesadillas se quedaba sentada al borde de mi cama y me decía que no me asustase pero ni me tocaba. A veces me leía cosas hasta que me dormía, pero me leía lo primero que pillaba. Una vez me leyó un tratado de magia geomántica. No sé como viviría antes de la guerra pero siempre he tenido muy claro que dentro de Nicasia hay algo terriblemente roto, y lo de Manx no la ayudó nada.
Pero me acostumbré ¿sabes? Me acostumbré y salí adelante. Y cuando creía que podía cortarme el pelo y empezar a vivir por apareció Dujal y me enamoré como una idiota-Costurina dio un respingo-¡Hey eso duele¡
-Lo siento-Se disculpó la sátira concentrada en sus labores de peinado-Menudo enredo tienes aquí. ¿Y que tiene que ver Dujal con tu pelo?
-Que Dujal me dio dos besos y yo me creí que estaba enamorado. Él me advirtió que no me hiciese ideas equivocadas pero creí- la boggan sollozó-Creí que con el tiempo el también me amaría, creí que al final se quedaría conmigo. Lo metí en mi cama como una tonta. Y Dujal es Dujal. Solo se quiere a si mismo. Cuando se fue me dí cuanta de que aun echaba de menos que alguien me quisiera, aun necesito que alguien me quiera. No puedo cortarme el pelo. No estoy lista para olvidar.
-Te advirtió- Dijo Mesalina tras un suspiro de resignación-Sé que no es excusa, pero si te sirve de consuelo no creo que actúe de mala fe. Tampoco quiero excusarlo, simplemente no está en su naturaleza atarse a la cama de nadie.
-¿Ni siquiera a la tuya?-Preguntó Costurina secándose los ojos
-¡Los hados me libren! No te voy a decir que no me gusta para un rato - La patacabra dividió la melena de su amiga en dos y empezó a trenzar una de las mitades- Pero él y yo nos parecemos demasiados, él no quiere arrimarse a nadie demasiado tiempo y a mi no me apetece tener a nadie pegado a mis faldas
-Dicho así parecéis la pareja ideal.
-Nada de eso, somos demasiado iguales. Acabaría en fracaso y no me gusta fracasar en nada.
Mesalina necesitó un buen rato para acabar de trenzar la interminable melena rubia y aun así cuando terminó descubrió desolada que las trenzas arrastraban por el suelo. Costurina se limitó a encogerse de hombros con resignación y ha enrollarse parte de las trenzas formaban dos curiosos moños que le daban un curioso aire de princesa de tiempos remotos.
-No creo que encontremos tus horquillas entre las flores ¿no te pesa la cabeza?
-Estoy acostumbrada-La boggan había perdido todo el buen humor de golpe, intentaba parecer tan feliz como antes, pero hablaba en un forzado tono monocorde y hasta los ojos se le habían apagado.
La sátira no quería llevarse la tristeza de vuelta a casa, se fue hasta el carro y sacó el bulto envuelto en cuero. Conocía demasiado bien a su amiga como para no saber que la curiosidad sería mucho más fuerte que sus ganas de lamentarse. No se equivocó, Costurina le lanzó una mirada fugaz, encendida de curiosidad y luego trató de disimular su interés fingiendo que buscaba sus desaparecidas horquillas entre la hierba. Mesalina ocultó una sonrisa de satisfacción y le tendió el paquete a la posadera.
-Mi regalo de tu “día del sol”-Dijo mientras le tendía el paquete
La boggan la miró sorprendida. Era un paquete alargado, no demasiado grueso, por la forma le resultaba imposible hacerse una idea de que podía ser.
-La mejor manera de que lo averigües es abriéndolo-Fue su respuesta
Costurina no se hizo de rogar, soltó los dos pequeños cierres de madera y desenrolló el cuero, tan finamente curtido y tan suave que parecía una tela oscura. Algún artesano especialmente hábil había perfumado la piel con un discreto toque a sándalo. Cuando desenrolló el paquete salió a la luz un precioso arco corto, tallado en una única pieza de hueso gris y pulido hasta conseguir arrancarle al material un precioso brillo. Era un arma esplendida, ligera y calibrada, con un discreto tallado en las puntas. Un carcaj con veinte flechas completaban el regalo. La posadera necesito un momento para reaccionar, salvo los cuchillos de su cocina nunca había sostenido un arma en sus manos, no entendía el porqué de un regalo como aquel.
-¿A que viene esto?-Acariciaba el hueso con la punta de los dedos, tan fascinada como extrañada.
-Es un hueso hecho con parte de la costilla de un leviatán-Aclaró Mesalina-Me lo regaló un marinero hace mucho tiempo y nunca lo he usado, creo que a ti te hará mejor servicio que mi.
-¿A mi?-Costurina no entendía nada-No veo como…
-Porque eres demasiado inofensiva. No te lo tomes a mal pero nosotras necesitamos dientes y garras más que cualquier macho, el mundo es cruel para nuestro sexo.
-¿Crees que esto me dará mas seguridad en mi misma?
-Creo que te divertirá. Necesitas algo que te saque de tus cacerolas y tus labores domesticas. Algo más contundente que recoger flores.
-Me gusta recoger flores-Protestó la boggan.
-Y no seré yo quien te lo impida, pero nunca está de más tener otras vías de escape…
Costurina meditó un segundo las palabras de su amiga. Una enorme sonrisa le iluminó la cara
-¿Me enseñas?
-¿Yo? No soy ningún portento y tú tienes una experta en casa.
-No creo que Nicasia tenga tiempo ni paciencia para enseñarme…
-Nunca llegué a probar ese arco…busquemos algo que sirva de diana- Mesalina no estaba por la labor de hacerse rogar.
Eligieron el tronco seco de un chopo como blanco de sus prácticas de tiro, estaba lo bastante lejos del camino como para no tener que preocuparse por las flechas perdidas, pero sin adentrarse demasiado en el bosque. Mesalina era buena tiradora, era habitual que los niños de Fuegovivo hiciesen competiciones de de tiro, poner la flecha contra la cuerda y sentir la tensión de la cuerda en los dedos le trajo buenos recuerdos. La flecha silbó al salir disparada y acertó casi en el centro de la diana, después le pasó el arma a su amiga y tras explicarle la postura básica y los trucos imprescindibles para no hacerse daño, la dejó tirar. Los primeros intentos acabaron con el proyectil tristemente caído a sus pies, cuando por fin logró disparar algunos se perdieron entre los árboles pasando de largo la diana. La boggan no se dejó llevar por desaliento, pasaron bastante rato practicando, comieron bajo los árboles. El tiempo, que siempre se pone en contra de los que se divierten, pasó volando y muy a su pesar las dos amigas tuvieron que emprender el regreso mucho antes de lo que les hubiese gustado.
De vuelta a su cocina, Costurina dejo el capazo lleno de flores sobre la mesa con desgana, aquella mañana, mientras preparaba la comida para la excursión, pensaba en lo estupendo que sería dedicar las ultimas horas de día a hacer pequeños ramos de flores. Pero ahora la idea ya no le parecía tan atractiva, volvió a sacar el arco de su funda y lo contempló encantada. Le dolían los dedos y estaba bastante segura de que acabarían por salirle ampollas, aunque la verdad es que no le importaba demasiado. Recordó que en un rincón de la despensa había una vieja diana de madera, muy machacada por el uso. Seguramente sería de Nicasia, pero hacia siglos que nadie la usaba y la boggan estaba bastante segura de que a la ingeniera no le importaría que la usase. Fue a recogerla y la colgó de la pared del patio. Aun quedaba algo de tiempo antes de que oscureciese por completo.
Las dos primeras flechas chocaron contra la pared, la tercera estuvo a punto de clavarse en el borde de la diana, Costurina dio un pequeño saltito de triunfo, recogió la flecha, respiró hondo y se concentró en el maltratado disco de madera, mirando el circulo de pintura desconchada que ocupase en el centro como si no hubiese otra cosa en el mundo. Soltó la cuerda, la flecha silbó cortando el aire y se clavó en la diana, muy cerca del centro.
A sus espaldas sonó un aplauso. La posadera se dio la vuelta tan sobresaltada e inquieta como si la hubiesen pillado desnuda en la bañera. Nicasia aplaudía, llevaba puesto su mandil de cuero y la camisa remangada hasta los codos. Costurina no tenía ni idea de cuanto tiempo podía llevar mirando, se había centrado tanto que lo demás simplemente había desaparecido, y ahora bajo la gélida mirada de su tutora, con el arco en la mano se sentía estupida, totalmente fuera de lugar.
-Excelente disparo- Nicasia solo ponía énfasis a sus palabras cuando estaba enfadada, era imposible saber si hablaba en serio o se burlaba de ella.
-Estas de broma-Dijo asombrada, involuntariamente escondió el arma a sus espaldas.
La ingeniera se acercó y la boggan no pudo dejar de asombrarse, ¿Cómo era posible que antes no hubiese escuchado el tap, tap metálico de sus pasos?¿Tan concentrada estaba?
-No era broma.¿Me dejas el arco?
Costurina se lo tendió con un mano temblorosa, sin comprender porque estaba tan nerviosa. Nicasia lo admiró en silencio un segundo, con esa sonrisa discreta que sus labios rojos dibujaban cuando algo le gustaba. Puso una flecha contra la cuerda y el disparo acertó con tal certeza en el blando que la posadera se sintió profundamente humillada, parecía tan sencillo cuando lo hacía la peliblanco.
-Un arma excelente-Murmuró Nicasia casi como si hablase sola, después subió el tono-¿Sabes que esa diana era de tu padre? Él me enseñó a disparar.
Los ojos de la boggan se abrieron como platos.
-¿Mi padre era arquero?-Preguntó asombrada-No lo sabía
-Tu padre era el mejor tirador de la Corte ¿A que te crees que fue a la guerra?¿a hacer pan?
-Bueno era panadero-murmuró confusa-Nunca hablaba de la guerra.
La nocker la contempló un momento, pareció a punto de decir algo, pero la frase murió en sus labios. En lugar se hablar volvió a tenderle el arco.
-Vuelve a intentarlo.
Costurina obedeció, la ingeniera se colocó a sus espaldas y le agarró el brazo izquierdo. Parecía que tenía las manos hechas de cuero viejo y tenia los dedos fríos. A la boggan el corazón le dio un vuelco.
-Mantén firme este brazo-Le aconsejó Nicasia- No aflojes el codo en ningún momento.
La flecha no acertó el centro de la diana pero se quedo a muy poco. La boggan soltó una carcajada y Nicasia volvió a aplaudir.
-Ya está muy oscuro para seguir con esto, pero si quieres otro día podemos seguir practicando.
-¿De verdad me enseñarías?-Preguntó Costurina casi no se podía creer lo que estaba oyendo.
-¿Por qué cojones no iba a hacerlo? A tu padre le hubiese gustado-Respondió Nicasia volviendo a su habitual tono brusco ¿Me necesitas para algo mas? Si no me necesitas me voy a mi cuarto.
-No, no vete. Guardaré la diana hasta el próximo día.
Nicasia se marchó sin decir nada mas y la posadera descolgó la diana de la pared. Había pertenecido a su padre, acarició las cicatrices que las prácticas de tiro habían dejado sobre la madera, algunas de aquellas marcas eran de su padre, que era algo más que un simple panadero. Su padre que tenía bajo su mando un batallón de arqueros, su padre que murió y la dejó sola. Dejo la diana en la pared.
Tal vez no tan sola
Costurina llamó delicadamente a la puerta de Nicasia y asomó la cabeza con cierto reparo. La ingeniera estaba sentada tras su mesa, garabateando unas cuentas.
-¿Podrías hacerme un favor?
-¿Qué ocurre?-Preguntó sin levantar la vista.
La posadera se pasó la lengua por los labios con un gesto nervioso, se quedó en silencio un segundo y por fin reunió valor. La decisión estaba tomada y tenía la certeza de no estar equivocándose, le daba algo de miedo como pudiese reaccionar su tutora, pero si se quedaba callada nunca lo sabría.
-¿Podrías cortarme un poco el pelo?- La voz le tembló al hacer la pregunta.
Nicasia alzó la vista del cuaderno y le lanzó una larga mirada inquisitiva, en la que no faltaba cierta sombra de sorpresa.
-¿Estas segura?
-Solo un poco, creo que va siendo hora. Pero solo podré si lo haces tu.
Nicasia se le señaló una banqueta.
-Súbete ahí y vete soltando el pelo. Voy a por un peine y unas tijeras.
Ninguna de las dos dijo nada. En la habitación solo se escuchaba el chasquido de las tijeras. Al terminar Costurina se rehizo las trenzas, el pelo ya no le arrastraba y al recogerlo se le quedó a un palmo del suelo. La boggan se acercó a su tutora y le puso un grueso mechon dorado en la mano.
-Es un regalo para ti-Le dijo
Nicasia acarició el regaló y se rascó la coronilla con ese curioso gesto incomodo que solía hacer cuando no sabía que decir. Costurina sonrió y sin pensarselo dos veces le soltó un beso en la mejilla. La peliblanca se quedó inmóvil un momento, tensa como si ella misma fuera la cuerda de arco a punto de romperse. Despues abrazó a la boggan.
-Me alegro por ti- Le dijo.
-¿Y tu? ¿Te dejaras crecer el pelo algún día?
Nicasia negó con la cabeza.
-Aun no-Contestó con la voz rota mientras apretaba un poco mas el abrazo sobre su protegida
jueves, 11 de febrero de 2010
Se me pasa el arroz
O eso sostienen las amistades que quieren hacerme madre (en el buen sentidoooo)Pero si se me pasa el arroz siempre podremos comer fideos. Hace 11 años que escucho la misma cancion para autofelicitarme...
A por otros 32
A por otros 32
miércoles, 3 de febrero de 2010
Inauguramos “La Carbonería”
Inauguramos “La Carbonería”
Bueno pues ya estamos en marcha con los trabajos del master, y la verdad es que son muchos. Pero al menos tengo que escribir un montón y de eso por cojones algo aprenderé. He decidido que iré colgando los trabajos de clase en el otro blog
http://elrincondelacarboneria.blogspot.com/
Me viene bien porque escribir siempre sobre la misma temática me aburre un poco y así de cuando en cuando cambio el chip y me fuerzo a intentar otras cosas, que no solo de hadas viven las locas majaras. En breve tengo pensado colgar cuatro relatos que están ya casi, casi:
Ódiame- Un relato de desamor algo cabrón, es que menos me ha gustado escribir. Quería hacer que encajase mas con la tónica de lo que suele escribir la gente en el master.
Me dejas sin palabras- Un relato en clave de humor, sobre un curioso trío ¿amoroso?. Un pequeño homenaje al humor descabellado que tanto me gusta leer.
Kepchup- Usando la estructura de los relatos de Guy de Maupassant, es un historia que está entre el relato negro y el humor macabro.
Lo que dejo atras- Un intento de relato de terror,es un modesto spin off de “Apocalipsis Z”
Por ahora os dejo con lo primero, un microrrelato de prosa poética (que no poesía). Tambien hay que escribir poesía para el master pero eso si que no lo pienso colgar, conozco de sobra bien mi capacidad para el ripio y os apreció demasiado para daros a leer eso.
Esto no quiere decir que abandone “La Corte”, de hecho tengo una sorpresa para San Valentín.
Espero que disfrutéis mis paridas
Bueno pues ya estamos en marcha con los trabajos del master, y la verdad es que son muchos. Pero al menos tengo que escribir un montón y de eso por cojones algo aprenderé. He decidido que iré colgando los trabajos de clase en el otro blog
http://elrincondelacarboneria.blogspot.com/
Me viene bien porque escribir siempre sobre la misma temática me aburre un poco y así de cuando en cuando cambio el chip y me fuerzo a intentar otras cosas, que no solo de hadas viven las locas majaras. En breve tengo pensado colgar cuatro relatos que están ya casi, casi:
Ódiame- Un relato de desamor algo cabrón, es que menos me ha gustado escribir. Quería hacer que encajase mas con la tónica de lo que suele escribir la gente en el master.
Me dejas sin palabras- Un relato en clave de humor, sobre un curioso trío ¿amoroso?. Un pequeño homenaje al humor descabellado que tanto me gusta leer.
Kepchup- Usando la estructura de los relatos de Guy de Maupassant, es un historia que está entre el relato negro y el humor macabro.
Lo que dejo atras- Un intento de relato de terror,es un modesto spin off de “Apocalipsis Z”
Por ahora os dejo con lo primero, un microrrelato de prosa poética (que no poesía). Tambien hay que escribir poesía para el master pero eso si que no lo pienso colgar, conozco de sobra bien mi capacidad para el ripio y os apreció demasiado para daros a leer eso.
Esto no quiere decir que abandone “La Corte”, de hecho tengo una sorpresa para San Valentín.
Espero que disfrutéis mis paridas
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