Mientras Marsias decidía marcharse en busca de su majestad, ocurrieron otras cosas. El amor tiene un lado amargo y otro amable
Nicasia deshizo los lazos del jubón cegada por los besos de la gata, sus manos lucharon durante un momento interminable con unos lazos atados a conciencia. Maldijo entre dientes mientras Manx se moría de risa. Por fin los nudos cedieron y la prenda se aflojó totalmente vencida, dejando a la vista unos pechos perfectos, redondos y cubiertos por una difusa lluvia de pecas cobrizas. La knocker los acaricio, eran cálidos como la arena al sol. Todo lo que había bajo la tela era precioso, la piel acaramelada que se cubría de furtivas rayas doradas a la alturas de los hombros, el suave hueco entre sus clavículas y el cuello largo y flexible que vibraba con un ronroneo feliz respondiendo a cada una de las caricias que dejó caer sobre el. Le quitó la prenda con un movimiento brusco e impaciente. La phoka se tumbo bocarriba sobre el camastro y le acaricio la nuca, atraiéndola hacia ella.
-Nunca pensé que te atreverías a hacerlo-Le susurró juguetona al oído.
-Ya somos dos-Contestó con la voz ahogada mientras sentía como los pezones de Manx se ponían duros entre sus dedos-Eres la cosa más jodidamente bonita que he visto jamás.
Su amante empezó a desabrocharle la camisa, mordiéndose la punta de la lengua. En sus pupilas alargadas había un brillo travieso.
-Es increíble haberte encontrado en mitad de una guerra-Le dijo la gata
-Olvídate de esa mierda. Esta noche no.
Manx le acaricio un hombro y entreabrió los labios, incitante.
-Hazme olvidarla tu- Susurró en un tono que hizo que se le erizara el pelo.
Nicasia se soltó las correas de su aparato ortopédico y lo lanzó a la otra punta de la habitación. Manx le abrió la camisa y dejó escapar una carcajada. La ingeniera no tenía nada que mereciera la pena sostener, así que e lugar de corpiños o sostenes usaba una sencilla camiseta de tirantes a modo de ropa interior. Antes de que le diera tiempo a avergonzarse por aquel detalle la gata se pegó a su boca.
-Eres el hada más extraña que he conocido jamás-dijo después de besarla.
-¿Como tengo que tomarme eso?-Pregunto la knocker alzando una ceja.
-Luego lo piensas-Contestó Manx mientras le guiaba las manos entre las enaguas hasta ponérselas sobre los muslos con impaciencia. La knocker pasó las yemas de los dedos sobre aquel terciopelo finísimo sintiendo que se le secaba la garganta. Le alzó la falda para descubrir un imposible laberinto de encajes. Resopló y volvió a soltar una palabrota, tras un momento de lucha solo había conseguido deshacerse de la ropa interior. La falda se presentó como un obstáculo insalvable, dispuesta a no dejarse entretener ni un minuto más metió la cabeza bajo la testaruda carpa encarnada y recorrió aquellas piernas que tantas veces había visto saltar de tejado en tejado. La respiración de la gata se convirtió en un mar de suspiros. La ingeniera se movía en una ceguera de color escarlata. Dejó caer los labios sobre el sexo de Manx. La phoka se tensó como una ballesta y dejó escapar un maullido suave. Nicasia cerró los ojos, una paz inmensa la inundó de pies a cabeza. No había otro sitio donde quisiera estar. Cuando resurgió de entre los pliegues de la falda la reclamaron una sonrisa agradecida y unos brazos extendidos.
-Te amo- Manx le lamió una mejilla con su lengua de lija-Nunca pensé que le diría esto a nadie. Pero no puedo guardármelo. Es demasiado grande para mí.
La ingeniera sonrió timidante, aquella frase se le enganchó en las entrañas como un anzuelo y la hizo dolorosamente feliz. Nadie jamás le habían dicho algo así.
- Podría morirme ahora mismo- contestó la ingeniera mirando al techo-Y no me importaría.
-Espera un poco para morirte-replicó burlona la otra
Manx logró bajarle los pantalones hasta las rodillas con una facilidad insultante, y su ropa interior tampoco opuso ninguna resistencia. Antes de que le diera tiempo a asombrarse unos dedos ágiles se le escurrieron entre las piernas domando cualquier intento de resistencia con una caricia tan hábil que pensó que la piel se le derretiría sobre las sabanas. Busco la boca de la gata con un ansia desconocida para que sus gemidos se ahogaran entre sus labios.
-Antes me precipité, es ahora cuando me puedo morir-Dijo en cuanto recuperó el aliento-Mañana no me importará nada de esta estúpida guerra.
-No pienses en mañana. Mañana queda muy lejos y la noche es larga.
-Es difícil no pensarlo- Nicasia se quitó los pantalones del todo y apoyó la frente en el frescor de la pared-Podría pasar cualquier cosa.
-Tienes razón. Podría pasar cualquier cosa, pero pasará mañana. Ahora estamos aquí.
-Quédate a dormir conmigo-rogó la peliblanco entrecerrando los ojos.
-¿Dormir?-contestó su amante algo decepcionada- Aun es pronto para irnos a dormir. Hay una cosa que quiero oírte decir.
-¿A qué te refieres?
La gata la obligó a poner las manos en la espalda con un movimiento mimoso. Al principio pensó que estaba la acariciando las manos, pero cuando intentó devolverle el mimo se dio cuenta de que tenía las muñecas atadas con uno de los lazos de los que tanto le había costado librarse. La knocker se revolvió asustada pero una larga caricia en la cara interna del muslo hizo que el miedo desapareciese.
-Sabes a que me refiero. Quizás creas que no…pero lo sabes- La voz de Manx tenía un tono malicioso.
Antes de dejarla contestar paseó una mano furtivamente entre sus piernas rozándola a penas. Tocándola sin tocar. Nicasia gimió y la mano repitió la maniobra algo más audaz pero también más sutil. Jugado con su ansiedad.
-Dioses- suspiró sin darse cuenta.
-Deja a los dioses. No están con nosotros.
La yema de un dedo suave se quedó inmóvil en un punto clave. La knocker cerró los ojos y se humedeció los labios.
-Te quiero –le digo con voz ahogada
El dedo hizo un movimiento lento, circular y húmedo.
-Te, quiero, te amo, te deseo-gimió totalmente desarmada-Joder, he estado soñando contigo desde que te vi luchar en la Batalla de los Tejados y desde entonces he querido tenerte a mi lado y desnudarte y amarte. Quiero que te quedes conmigo. Ahora. Siempre.
Manx la desató y le dio un besó largo y tierno, húmedo de lágrimas. Nicasia se lo devolvió en los mismos términos y después demostró que las palabras que había dicho eran ciertas, esa noche se amaron hasta quedar agotadas y el sol las sorprendió abrazadas y medio desnudas. La guerra continuaba, pero ahora era un poco menos cruel y algo más peligrosa.