Ayer fue mi primera sesión de Biblioforum. No puedo decir que sea precisamente una novata en lo que hablar en público se refiere; he sido guía turística cuatro años. Estoy acostumbrada a ser el centro de atención de un grupo de gente. Era un trabajo que disfrutaba, precisamente porque me gusta el trato con el público. Me gustaba que me hiciesen preguntas. Al acabar me sentaba en cualquier lugar tranquilo con una lata de Coca-cola y repasaba la visita: me apuntaba las preguntas a las que no había sabido responder para buscar la información, y repasaba los puntos flacos de mis explicaciones. Cuando me propusieron lo de Biblioforum pensé que no sería demasiado distinto y no se me pasó por la cabeza que hubiese algún motivo para ponerme nerviosa. Simplemente, ni se me ocurrió pensar en ello.
Lamentablemente la semana antes al “Día B” estaba hablando con Ismael del tema de la primera jornada “Libros que cambiaron nuestra vida”, la idea era que me dijese que le parecían los libros que había escogido. Fue crítico y objetivo, como siempre me dio una opinión bastante certera y algunas cosas en las que pensar. Hasta aquí todo bien, lo que no me esperaba era que el muy traidor me diese un beso en frente y soltase “Tu primera aparición como autora, que orgulloso estoy”.
Tragué saliva como quien traga hormigón a medio cuajar. Y después de eso mi presencia de ánimo se fue por el sumidero. Esa noche no pegue ojo.
No pienso en mí como una “autora” o “escritora”. Al menos mientras mis únicos méritos sean los de ser traductora de obras muy menores (por decirlo con cierta diplomacia) y módulos de rol infumables (esos ni hay modo de suavizarlos ni merecen perdón divino) me parece absurdo pensar en esos términos . De hecho me considero más una “eterna debutante” muy entusiasta y poco más. Soltarme lo de autora fue un golpe bajo. Comprendí que esto no era como enseñarle un monumento a un grupete de afables jubilados. Nadie espera gran cosa de los guías turísticos, la mayor parte del público consideran que son un grupo de enteradillos con mucha labia que cuando no saben algo se lo inventan. En un buen número de casos no les falta razón. Sin embargo lo de “autor” tiene otro peso, la gente espera que seas capaz de hacer una aportación interesante, te confieren cierta dosis de autoridad porque al parecer escribir es una cosa seria y sesuda. Y lo es. Lo malo es que yo soy cutre hasta para eso y solo escribo para sacarme cosas de la cabeza, porque me gusta la albañilería de las palabras.
Pensé en mis compañeros de aventura. Los padres fundadores del Biblioforum Fue peor el remedio que la enfermedad:
Pepe Carrasco es escritor desde antes de que yo entrase en la universidad, es autor de “El Capitán Nadie” y “El regreso del Capitán Nadie” entre otros. Sus libros se han leído en un montón de colegios e institutos, es profesor y tiene muchísima experiencia en estas lides.
Juan Antonio Caro Cals es autor de la novela que me hubiese gustado escribir a mi “Señores de godos”, además de ser una de las personas más lúcidas que he conocido y un tipo muy inteligente.
Y Francisco Pérez de la Parte es, ni más ni menos, que el flamante ganador del premio Mondadori de narrativa juvenil del año pasado. Ahí es nada.
No hay color, mi único merito en este asunto es que les ayudé a encontrar un sitio digno para que el biblioforum siguiese su andadura un año más. Algo que antes o después hubiesen conseguido sin mi ayuda. Con estas perspectivas decidí ceñirme a esa tarea, la de lograr que los efectos técnicos de la reunión fuesen impecables, que la sala fuese decente y tuviésemos a mano todo lo que nos hiciese falta. Que menos que ser útil.
“El día B” Amanecí como si me hubiese tragado un cubo de cebo vivo y los gusanillos se retorciesen en mis tripas con la saludable intención de escaparse por el agujero mas inadecuado. Para añadir un toque de alegría y de color a la jornada, mi ciclo lunar decidió empezar sus jornadas más ingratas y anunciarlo con un glorioso dolor de riñones. Mi intención era desayunar, comer acabaría con esos pequeños cabrones vermiformes. Eso siempre que hubiese algo en mi frigorífico que me apeteciese, que no era el caso. Se venía venir una mañanita de esas de subirse por las paredes, por suerte me llamaron del CICUS (otra vez) y me dijeron que necesitaban ultimar unos detalles de la sala (otra vez). En eso se me fue toda la mañana, por el lado bueno no me dio tiempo a pensar en gran cosa.
Para cuando llegó la hora, lo único que me mantenía de pie era la hiperactividad. Menos mal que mis niveles de adrenalina son inhumanos, la mayoría de las veces es una mierda. Ayer, eso y un umbral de dolor a la altura de la Giralda me vinieron de perlas. Si hubiese podido dejarme los ovarios en una caja hubiese sido perfecto. Pero la perfección no existe, es algo a los que solo podemos aspirar. De todos modos lo que me ayudó a sentarme en aquella silla, frente a unos fantásticos asistentes fueron mis compañeros. Llegado el momento los nervios brillaron por su ausencia, no me preocupaba nada, porque simplemente estaba disfrutando de su compañía y me lo estaba pasando bien.
Tal vez mis intervenciones no fuesen brillantes, no lo esperaba. Ahora estoy en fase de reflexión para adecentarlas de cara al mes que viene. Esta vez lo espero con ganas, porque sé que he encontrado a una gente maravillosa, unos compañeros de aventura que son un regalo.
No me canso de decirlo, lo mejor de escribir “La Corte de los Espejos” es la gente que me ha hecho conocer. Así que chicos, gracias por todo.