Tengo una hermana viviendo en Berlín, hoy mi hermano se va a Londres dos semanas a echar curriculms. Se va sin saber si va a volver, porque está dispuesto a lo que sea. Los entiendo a los dos; es descorazonador tener formación, talento y ganas de hacer cosas y que tú única perspectiva sea poner cafés en un bar, o repartir periódicos en bicicleta, o machacarte como monitor en un gimnasio donde te ningunean a pesar de que tienes más títulos que el dueño.
Nos hemos ido convirtiendo poco a poco en un país gris y mediocre donde el talento y la iniciativa se ven casi como una amenaza. Aquí solo interesa que vayas a currar, te mates a echar horas y no pienses demasiado. Para pensar ya está tu jefe, y por encima suyo otro jefe y por encima un banco al que no le interesa la rentabilidad ni los planes de futuro ni la calidad de vida de nadie. Ellos solo miran los balances de cuentas. Los hijos de estos mandamases no tienen que coger la maleta para buscarse las papas fuera de nuestras fronteras. Ellos no ven las despedidas en los aeropuertos, las lágrimas, los anhelos y el resentimiento de los que se van. O peor, las ven y no les importa. Es mejor que la gente que piensa más de la cuenta se vaya a ser inteligente fuera, no sea que aquí cambien las cosas y a ellos se le acabe el chollo.
Es una sensación agridulce despedirte de un hermano, deseas que le vaya bien, desearías que no tuviese que irse, comprendes que aquí no hay nada para él. Hay que tener mucho valor para decidir marcharse y dejar todo un mundo atrás. Lo sé porque yo también me fui. Lloré al irme y lloré al volver (porque fracasé y tuve que regresar) Pero aquella experiencia y mis posteriores desventuras laborales me abrieron los ojos. Respeto y animo a todos los que deciden marcharse, admiro su valor y su iniciativa. Con ellos están mis mejores deseos.
Yo me quedo.
Me quedo porque estoy harta de que este sea un país gris, porque aquí hay mucho que hacer, mucho que luchar. Porque quiero que las cosas sean distintas. Alguien tiene que mover al cambio. No digo que vaya ser yo, no me llega el ego para tanto. Soy poca cosa y mis proyectos son humildes. Pero es lo único que tengo: esperanzas en mis proyectos, esperanza en que es mejor hacer poco que no hacer nada, esperanzas para que otros se animen a empezar a hacer. No me resigno al gris, no puedo, mis convicciones no me lo permiten. Aquí me quedaré y montaré un biblioforum, diez si hace falta, y escribiré aunque tenga que pagar para hacerlo. La cultura no interesa a los poderosos, da igual, hay a muchos otros que si, mucha gente que busca iniciativas, que quiere hacer y es necesario crear plataformas para dar un poco de color y variedad a los que no se resignan al futbol y la prensa rosa. Pensaré, dejaré constancia de lo que pienso, no porque tenga razón, no porque me considera más lista o mejor, sino para que otros piensen conmigo. Para romper la cadena de resignación. Quizás sea un esfuerzo inútil. No lo sabré si no lo intento. Me asusta más quedarme de brazos cruzados que fracasar intentando que cambie algo. Porque si algún día tengo hijos no quiero que tengan que irse lejos a buscarse la vida.