Hace pocos días, la vicepresidenta del gobierno, Soraya
Saenz de Santamaría, tuvo la desfachatez de decir que los españoles tenemos que
resignarnos a la idea de que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros.
Hay una frase que suelo usar mucho: “no achaques a la maldad
lo que puede ser culpa de la estupidez”. Suelo abrazarme a ella, porque me
resulta más fácil pensar que algunas cosas se dicen o se hacen sin pensarlas
demasiado. En este caso no me vale el consuelo, porque para ser una puñalada en toda regla, a esta
frase de la señora Vicepresidenta solo le falta una coletilla: “y os jodeos
porque es lo que hay”. A ella le importa muy poco lo que tenga que sufrir una
serie de generaciones de españoles, porque gracias a nuestros impuestos puede
pagarse un ejército de niñeras que cuiden a su retoño mientras va a trabajar en
coche oficial. Sabe que a su hijo no le van a faltar universidades privadas, ni
médicos, ni empleo, ni una pista de padle. Si el resto no puede pagarse lo
mismo, que se busque la vida, que para eso está el capitalismo salvaje.
Soy tan gilipollas que me ofende la desfachatez de nuestros políticos,
que disparan este tipo de frases a sangre fría sin que se les pase por la
cabeza por un solo momento que algo de lo que suelten por la boca vaya a
pasarles factura, y solo tengo en cuenta lo que dicen porque si me pongo a
pensar en lo que hacen (o no hacen) no reúno fuerzas para terminar de escribir
esto. Porque está claro que hace mucho tiempo que a la clase política no les
preocupamos. No sé si es que han perdido por completo el sentido de la realidad
y se piensan que hemos vuelto a la sociedad estamental donde unos tienen que
partirse el lomo para que a otros no les falte de nada porque el orden
democrático de las cosas es ese; o si sencillamente es que mientras ellos
llenen la saca lo demás no les preocupa en absoluto.
La señora Saenz de Santamaría dice que mis hijos vivirán peor
que yo. Déjeme explicarle: Tengo 34 años, una carrera, un doctorado, hablo
inglés, lengua de signos. No he tenido hijos porque no he querido, pero tampoco
habría podido hacerlo porque en toda mi vida jamás he tenido un sueldo que
alcanzase los 1000 euros, ni un contrato fijo. ¡Qué carajo!, ni siquiera he
tenido contratos dignos de ese nombre, solo porquerías “por obra y servicio”
que no me permitían ni cobrar el paro. Nunca he tenido derecho a unas
vacaciones pagadas, tengo cotizada tal ridiculez de tiempo que probablemente jamás
me jubile. Parece ser que mi única opción es marcharme fuera, pero resulta que
no quiero. Esta es mi vida. He visto cómo
iban recortando derechos laborales año tras años, el curriculum me ha servido
de poco y los sindicatos… bueno de los sindicatos prefiero ni hablar.
Y parece ser que nuestros hijos lo van a tener peor.
Dependerá de quienes sean sus padres…