Hay noches en la que tú quieres dormir pero tu cerebro tiene
otros planes. Todos hemos tenido una noche de esas: nos vamos a la cama, nos
acomodamos, cerramos los ojos y entonces empieza el show neuronal: ¿He apagado
el termo?¿Debería ir mañana al banco?¿Por qué mi vecino me ha mirado así en el
ascensor?¿Sabrá que soy yo la que le roba los calcetines?¿No hace mucho que no
visito a mis padres? Preguntas, preguntas, preguntas…con las preguntas llega la
angustia, y empezamos a dar vueltas como pollos en un asador. Si no sabes cómo
ponerle freno vas listo, toca noche en vela. Pasarse la noche en blanco cuando
tienes un buen motivo todavía puede tolerarse, pero llevo una larga racha de
ellas y empiezo a estar cansada en más de un sentido.
Si le dices a tus amigos y familiares que sufres de insomnio
todos te van a decir lo mismo “pues tómate algo”, como si las pastillas para
dormir fuesen juanolas. El médico casi que también se pone en esta línea, solo
que él te receta ese algo (o te recetaba, ya no sé cómo está la cosa; si me pongo a
pensar en el estado actual de la seguridad social no volveré a dormir en mi
vida) Soy un poco reticente con la química, en especial con la química que
causa adición y además no creo que lo mío sea tan grave como para tirar de
valium, tranxilium u otros fármacos acabados en um. Así que le pregunté a una
amiga psicóloga y ella, en su inmensa sabiduría, me dio unos consejos bastante
buenos y me recomendó unos simpáticos ejercicios de yoga, que igual no sirven
para nada, pero quedan de lo mas new age.
Anoche, como tantas otras noches me di cuenta de que no iba
a pegar ojo, probé las técnicas para “bloquear pensamiento” que la psicóloga me
había recomendado y bueno, fue como intentar parar un tsunami con un folio,
pero me sirvió para acordarme de la clave del contestador automático del móvil,
algo es algo.”Nada de tretas mentales” me dije ”voy a tirar del yoga” Me siento
en la cama, postura básica del loto y tal como me han aconsejado me concentro
en la respiración. Todo muy sencillo: inspirar, aspirar, inspirar, aspirar,
inspi…”¿Eso que me ha zumbado en el oído es un mosquito?”Abro un ojo,
evidentemente ni rastro del bicho. Vale, no voy a perder el hilo, si me quiere
picar que me pique, tampoco es tan grave. Vuelvo al ejercicio: inspirar,
aspirar, inspirar, aspiaaaatchuuuuus. De repente la nariz me hormiguea cosa
mala. No, no me hormigue, me mosquitea, porque se me acaba de meter dentro el
maldito nematócero. Comienzo un bucle de
estornudos contundentes. Cuando acaba estoy sentada en la cama, casi sin aire y
con todo el pelo por la cara. Con la recuperación de la conciencia llega el
horror y descubro instalado en mi flequillo el cadáver de un mosquito de gran calibre, bien cubierto de mocos. Me levanto de la cama a toda velocidad camino del
cuarto de baño, apartándome el mechón de pelo contaminado y muriéndome de asco.
Por supuesto el suelo está limpio y pulido, desliza que da gusto ¿Por qué
privarme del placer de un buen costalazo para acabar de redondear tan sublime
momento? Pues al suelo que voy.
Ya en el cuarto de baño me lavo el pelo, me froto las
costillas y bostezo. Ni yoga , ni leches, no hay nada como una buena subida de
adrenalina para que te entre sueño. Vuelvo a la cama. Mañana ya veré que me
invento, esta noche doy gracias a la evolución por crear al mosquito.