Este pasado sábado hablaba con unos amigos de fantasmas y
casas encantadas. Soy más bien escéptica con ese tema, por eso cuando sale en
la conversación yo siempre suelo hablar de fraudes y falsas leyendas urbanas,
aunque tengo que reconocer que me encantan ese tipo de cuentos. Supongo que a
todos nos gusta pasar un poco de miedo y que aceptar que no todo lo que brilla
bajo el sol es completamente racional le da una dosis de misterio a la vida que
la hace más interesante.
Desgranando anécdotas y leyendas recordé una vieja casa en
la Avenida de la Cruz de Campo, la clínica del Dr Guija (os juro que se llamaba
así) que cuando yo era una intrépida adolescente estaba en un estado
lamentable. Había sido una institución psiquiátrica hasta principios de los
años setenta, cuando se cierra y cae en el abandono. Tras eso se convirtió en
carne de leyenda urbana y una especie de tradición para los jóvenes de Nervión
era colarse dentro alguna noche a explorar “la casa maldita” de la que se decía
lo típico: gritos, apariciones en las ventanas, cuerpos enterrados en el
jardín. Las distintas historias hablaban de horribles experimentos
psiquiátricos sembrados de muertes efectistas y almas de chiflados que volvían
del más allá para quejarse del tratamiento médico. Igual que los jubilados,
pero versión paranormal.
Como buena nervionense me colé una noche en la casa del mal
con mis amigos, el peligro real por aquel entonces era que las ruinas eran la
residencia habitual de muchos drogadictos y sin techo, que dejaban aquello
sembrado de porquería y que además no eran cariñosos con las visitas. Además el
sitio estaba en un estado lamentable. En resumen: pa habernos matao. Recuerdo
que quitando el miedo típico y la risa tonta, nadie sintió nada (el hormigueo
típico de las hormonas, cosas de la edad) no escuchamos nada, y que aunque es
cierto que a la luz de la linterna la vieja clínica era más tétrica que un
decorado del Resident Evil, allí pasó bien poca cosa digna de comentarse. Se
quedó justamente en lo que fue: un recuerdo de nuestras alocadas
juventudes. A principios de siglo XXI el
ayuntamiento lo convierto el sede del distrito y hoy es un sitio precioso, en
el que nadie ha visto nunca un mal fantasma. Con las obras no parecieron restos
humanos de ningún tipo y si hay mal karma entre sus paredes es por motivos muy
mundanos. El caso es que la casa del Dr Guija me llevó a pensar en las tablas
de la oija, un elemento perturbador y casi obligatorio para una buena historia
de fantasmas. Un objeto muy curioso, que en EEUU se vende en las jugueterías y
con un origen casi desconocido para la mayoría.
La tabla de la oija es patentada el 28 de mayo de 1890 en
Baltimore, Impulsada por el interés que habían despertado en EEUU dos farsantes
de cuidado: las hermanas Fox (que años después confesaron que tenían montado un
buen tinglado con trucos de luces y demás parafernalia para limpiar bolsillos)
. La patente declara a Elijah J Bond como su inventor y a William H. A Muapin y
Charles W Kennard como sus socios capitalistas. En 1891 se funda la Novel
Kennard Company que comienza a comercializar las tablas. Los americanos
aprovechaban así el gusto por el espiritismo y las sociedades esotéricas que
reinaba en el s XIX. Se limitaron a copiar una de las famosas “planchetts” que
se usaban ya en Europa para comunicarse con los muertos. La más famosa fue
diseñada por M. Planchette, un espiritista francés, en 1853 y consistía en un
pequeño corazón de madera dotado de ruedecitas y con un lápiz en la punta que
servía para escribir los mensajes
recibidos del más allá entrando en estado de escritura automática. Ni que decir
tiene que los mensajes eran en su mayor parte ilegibles y cuando lo eran
resultaban un poco crípticos. A la Pitia la dejaban a la altura del betún.
Artilugio de Planchette
Los americanos usaron como nombre la palabra “Ouija”,
supuestamente oui y ja, que significan
“Si” en francés y en alemán. Aunque ellos aseguraban que era una palabra de
origen indio. También aseguraron, al igual que los espiritistas europeos, que
los orígenes de su tabla se remontaban a los tiempos del antiguo Egipto (la egiptología
estuvo muy del modo en el siglo XIX y muy ligada a lo esotérico) Al parecer los
egipcios usaban un péndulo que hacían oscilar sobre una tabla grabada con
símbolos jeroglíficos. Aunque no hay constancia de ningún tipo de semejante
artificio, como no la hay del que, también supuestamente, inventó en el año 540
A.C Pitagoras, y que es idéntico al de Planchette.
El caso es que el invento empezó a venderse con tanto éxito
que llegaron a hacerse joyas e incluso se vendía con una mesa “apta” para la
mejor canalización de las energías del más allá. Ya no necesitabas ser un
médium, cualquier hijo de vecino podía hablar con el espíritu de su difunta
abuela y preguntarle donde había dejado escondidos los ahorros. Las historias
que empezaron a circular respecto a tal artilugio, la mayoría espeluznantes, no
hicieron sino aumentar su popularidad, las ventas crecieron como la espuma
hasta la llegada de la 1º Guerra Mundial, entonces por primera vez después de
muchos años de prospero negocio comenzaron a decaer…la muerte se había vuelto
algo demasiado real y la gente ya no tenía ganas de jugar con ella. A pesar de
eso nunca dejaron de venderse.
Joyeria vintage inspirada en la ouija. Diseño de Miss Nebel
¿Es real la Ouija? Decididlo vosotros. Me limito a dejaron
un dato: en los años setenta los experimentos del psiquiatra Larry Bayou
demostraron que si en una sesión de ouija, tapas los ojos a sus participantes,
o les impides ver las letras del tablero las secuencias de palabras son
erráticas y no formaban ni una sola palabra. Y otro dos datos curiosos:
-No se forman palabras si no hay dedos sobre el cursor
-Las palabras se forman más deprisa cuando su significado
empieza a quedar claro para “los
médiums”
A esto se le llama efecto “ideomotriz o miokinetico” y ya
fue descrito por otro psiquiatra, William Carpenter en 1882, cuando la ouija
aun no existía como tal, pero ya había muchos tunantes de lo paranormal.
A día de hoy la empresa que posee la patente de la ouija es
Hasbro, que la vende como juguete apto para todas las edades.