Conozco a un escritor al que
admiro. No solo lo admiro por su obra, aunque ese sea el motivo principal, sino
por su incansable capacidad de trabajo. Las pocas veces que hablo con él vía
facebook suele cortar la cháchara con su típica frase de despedida: “Te dejo,
querida, sigo con la novela”. “Te dejo, prima, voy a seguir o pierdo el hilo”.
Y no me cuesta nada imaginarlo delante del ordenador echando horas, desgranando
su historia palabra a palabra.
Hay otro escritor, un culo
de mal asiento. “Me estoy haciendo una página web”. ”Ando con un artículo para
tal o cual revista”. “Estoy buscando documentación”, y te habla de sus descubrimientos, de las novelas que tiene mente con el entusiasmo de un niño que entra en una tienda de juguetes. Son gente que vive para escribir, que
consideran que la mejor tarjeta de presentación para un escritor es su trabajo,
sus novelas, sus artículos… Gente que cuando se reúne habla de lo que andan
perpetrando, de los extraños senderos del proceso editorial, de cine, o de lo
que ha subido la factura de la luz.
Y luego está el ruido.
Los que creen que basta con proclamarse escritor
para serlo y que despotricará de la injusticia del mundo editorial porque nadie
les hace caso, poniendo verde a cualquiera que tenga más éxito que ellos. Gente
que se sube al carro del “todo vale” con tal de vender un libro. Eso el que aún
pretende editar por lo clásico; los que se han pasado directamente al mercado
digital se dedican a lanzar dardos sobre la caduca industria editorial, a
reventar sobre los amiguismos de las redes sociales, que los condenan al
ostracismo fuera de las cumbres de la fama, a proclamar su libertad como
creadores. A cualquier cosa menos a escribir. Son los escritores del ruido, de
la polémica para rellenar horas, de los debates vacíos e interminables, de los
argumentos repetidos hasta el asco. De la crítica feroz, de la envidia y, al
mismo tiempo, de la hipocresía más patética. Quiero y no puedo. Todos ellos
victimas a las que se les ha arrebatado su status
de autores, o lo que ellos imaginan que debe ser eso. Flores de un día que
pasarán sin pena ni gloria. Como un bocinazo en un atasco.
Ruido.
Frente a ese ruido pongo a
aquellos que saben que corren tiempo duros para el mercado editorial y que la
única salida es ignorar a la marabunta, refugiarse en casa y escribir, dejar
que sea su trabajo el que hable por ellos. Gente que no envidia a nadie porque
hace lo que les gusta y se sienten privilegiados. Gente que rara vez se llaman
a sí mismos escritores, pero que realmente lo son.
La calma frente al ruido.