Hubo una vez un hombre y una máquina voladora. Una noche mientras atravesaba un denso campo de bruma el hombre se perdió. Tenía altímetros y monitores, tenía todo tipo de agujas, botones y mandos para deslizarse sobre el cielo pero ni la danza de los indicadores ni los trazados mapas podían decirle donde estaba. Volaba sin rumbo, perdido en la niebla, sin distinguir otra cosa que retazos de mar bajo él y nubes cegándole todas las rutas. El combustible se agotaba poco a poco, y aunque el piloto no quería aceptar la muerte como una certeza escribió una ultima carta a su familia, esa carta que muchos soldados escriben sin saber si quiera si alguien llegará a leerla alguna vez. No se despidió porque quería dejar tras de sí un resquicio de esperanza. Les contó que había aterrizado en una ciudad increíble hecha de piedra, hierro, cristal y estaño. Una ciudad donde las casas se alzaban en un equilibrio imposible hasta el mismo cielo. Donde no había dos edificios remotamente parecidos. Los había feos y toscos, mientras otros eran hermosas filigranas salpicadas de pinturas y estatuas, algunos eran tan ligeros que se podían cambiar de sitio solo con empujarlos, otros tenían patas y otros flotaban gracias a hélices colocadas como molinillos en los tejados. Otros en lugar de alzarse a cielo abierto se hundían en la tierra. Era la ciudad con la que habían soñado alguna vez los sabios de todas las épocas, los soñadores, los locos, los artistas, los necios… Por sus calles torcidas los borrachos caminaban en línea recta. Antaño hubo muchas puertas para llegar a esa ciudad que acogía a cualquiera que fuese capaz de imaginarla, se podía llegar andando o subido a las espaldas de un hada verde. Pero la humanidad dejó de pensar en ella y los caminos se cerraron. Se perdió la magia y con ella los hombres perdieron la cordura, fue un tiempo de sin razón y de guerras crueles, hombre contra hombre, hermano contra hermano. Él había encontrado la ciudad y su misión era volver a abrir los caminos y deshacer el daño hecho por el olvido. Sería una ardua tarea, tardaría mucho en volver, si es que alguna vez volvía. Tenía que quedarse en la ciudad y soñar, tenía que crear nuevas puertas.
El combustible se agotó. El hombre no regresó a su casa. La máquina no fue encontrada.
Algunos creen que Retrópolis ya existía y que el piloto llegó hasta ella gracias a un camino perdido. Otros piensan que Retrópolis fue naciendo mientras la imaginaba un hombre que no quería morir. La mayoría nunca ha oído hablar de ella, ni lo harán mientras vivan. Y sin embargo todos hemos paseado alguna vez por sus calles torcidas y silenciosas. Todos hemos estado alguna vez en la ciudad que sale en los márgenes de los mapas, la que está a orillas del tiempo, al filo de nuestra memoria.
5 comentarios:
Me ha encantado!
Sobre todo la descripción de los edificios.
Por cierto, tengo una curiosidad; es una idea peregrina que se me vino a la cabeza cuando me lo pasaste hace tiempo pero no me había acordado de preguntártelo:
El hada verde no será, por casualidad, el absenta? Porque entonces el texto tiene otras interpretaciones muy interesantes! XDD
Lyris te mereces un azucarillo (para echarlo en la absenta) Buenoa Uruk Hai, observadora. Sin duda eres el orgullo de Mordor
Nebel tengo ideas para Retropolis, muchas ideas.
Walaaa! es peciosoooo !! me encanta y esta super interesante! consigues q entre dentro de la historia...y empaticemos cn el prota ^^ kiero leer mas!
**Lyris menea la colita**
Pero me darás otro azucarillo mientras espero a que se queme el primero?? ein, ein?? *O*
Me ha gustado mucho el texto. Breve, pero intenso y cautivador desde sus inicios. Me gusta también la crítica a la forma de vida post-moderna que subyace a él, así como las reminiscencias a La Historia Interminable, con los caminos rotos entre el Hombre y el mundo de los sueños, las esperanzas y la imaginación (espero no haberlo entendido mal, o habré quedado a la altura del betún ^^U).
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