jueves, 18 de agosto de 2011

El broche

“Creo en las hadas” decía cuando era niña, y a su alrededor los adultos se reían y halagaban su inocencia, pensando en sus propias infancias, en sus juegos secretos, en los amigos invisibles que habían creado y perdido con el paso de los años. Y la niña creía en las hadas, en el ratoncito Pérez y en los Reyes Magos porque ese es el derecho y el privilegio de la infancia. Le regalaban libros de cuentos con vistosos dibujos, escuchaban sus historias y halagaban su imaginación desbordante, la chispa de su vivacidad.

Fue creciendo, casi a traición dejó de ser una niña

Y ella aun creía en las hadas, no del mismo modo. No esperaba encontrar un círculo de setas, ni una diminuta danza a la sombra de un jardín misterioso. Pero creía en la magia de contar una historia, de crear un mundo solo con palabras. Algo que preocupaba a sus padres y ya que casi nadie encontraba divertido “Esto no te lleva a ninguna parte” le decían muy serios “Céntrate, no puedes pasarte la vida con la cabeza en las nubes” Ya no le regalaban libros de cuentos, aunque ella los compraba de todas formas, porque seguía necesitando sucesos extraordinarios de vez en cuando. Aunque nunca decía en que creía, ni que esperaba. Guardaba esos pensamientos para si misma, solo decía lo que esperaban que dijera una mujer de su edad.

Un día encontró un broche en una tienda. Era la fotografía de un hada vestida únicamente con sus cabellos, con unas alas de mariposa listas para echar a volar, enmarcado con un bonito marco de plata. Compró el broche de inmediato y se lo puso en la solapa de su abrigo, sobre el corazón. Y en silencio, a pesar de los años, siguió creyendo en las hadas.

2 comentarios:

Alberto Zeal dijo...

Menuda tragedia la del ser humano, ¿verdad? Tener que abandonar todo eso para crecer. Siento sonar un poco a lo Peter Pan, pero supongo que es así... O no, porque muchos sabemos sobrevivir en ese mundo de adultos y luego, en nuestros hogares y en los escasos momentos de tranquilidad, disfrutar de esas pequeñas ilusiones que realmente son las que alegran la vida. La imaginación es un poderoso torrente que nos empuja a mejorar, a progresar, a alcanzar nuevas cotas. Los sueños que brotan de nuestra mente, o que bebemos de las mentes de otros, nos convierten en mejores personas, nos elevan.

Yo jamás dejaré de imaginar. Ojalá el resto del mundo hiciera lo mismo. Viviríamos todos más felices.

Lyris dijo...

Me pasaba lo mismo de pequeña, sabes?
Me haces sentir la mar de identificada XDD

Pero bueno, supongo que por eso soy tan aficionada a a fantasía de cualquier clase: porque me niego a "asumir" todo lo que conlleva hacerse adulta, por lo menos la parte de perder la ilusión y la fantasía por todo.

Ponte mucho ese broche, gorrinilla!! X3