miércoles, 26 de diciembre de 2012

Os presento a León Alcázares

¿Qué quien es León Alcázares? Pues el protagonista de "El extraño caso de la mujer transparante" ¿Qué es eso? Bueno, echadle paciencia que os queda mucho tiempo aun para averiguarlo.



“La limpieza es la única dignidad que se puede permitir un pobre”, solía decirle su mujer. El saloncito estaba reluciente. Una patrulla de vecinas y parientes henchidas de caridad cristiana, se habían prestado a ayudar desde el primer momento, y lo habían preparado como si fuese un escenario. La habitación relucía modestamente, limpia, con unas cortinas nuevas que engalanaban el pequeño balconcito y algunos adornos de flores en torno a una mesita preparada a conciencia para que pareciese un pequeño altar. No hubo tantos lujos cuando se casaron, aquel día, del que le separaban dos años, parecía tan lejano e irreal como un recuerdo de la infancia.

No se podía decir que se hubieran casado felices; se conocían poco y el noviazgo había sido formal y corto. Pero al menos se casaban confiados en que unían sus vidas según los deseos familiares y que tenían toda la vida para conocerse. Así que empezaron una vida en común intimidados y llenos de esperanza. La felicidad vino después, aunque fue breve, y solo con el nacimiento del pequeño Daniel, parecía haber revivido de alguna manera. El niño reposaba sobre su cunita. La habían pintado de blanco la noche anterior y el olor pringaba la estrechez de las cuatro paredes.Olía a algo más, pero era mejor no pensar en eso. Centró la vista en su hijo: tenía apenas dos semanas de vida, había nacido pequeño y frágil y las vecinas habían tenido que arrancárselo de las manos a la madre para poder vestirlo como a un pequeño príncipe con una ropita bautismal blanca, adornada con cintas y encajes.  Todo estaba listo. Limpio y, al parecer, carente de lujos, aunque la foto en sí misma les había costado sus magros ahorros y la ropa del crío era algo que apenas nadie en el barrio podía permitirse. Pero su mujer siempre insistía en recordarle que sus ojos eran pobres y que era su culpa que ella no pudiese tener ningún lujo.

León Alcázares centró su atención en el cuerpecillo que reposaba en la cunita. Era su hijo, aunque en los dos últimos días de pesadilla apenas había sido una sombra que molestaba todo el ajetreo de comadres ocupadas en sacar brillo. Cuando las mujeres insistieron que su lugar estaba en la taberna con los otros hombres tuvo el impulso de echarlas a todas de su casa y quedarse tranquilo de una vez, a ver si así podía salir de aquel estado de incredulidad que le embalsamaba el alma. Era su hijo, pero tenía la sensación de que su papel en aquello había sido insignificante, apenas unos jadeos y algo de sudor, un espasmo de placer obligado y ya está. Después solo le quedó observar y esperar. Su alegría y sus inquietudes, todos sus sentimientos, quedaban empequeñecidos por el vínculo entre la madre y el hijo. “Tú qué sabrás lo que se sufre”, le había dichoella una vez  acariciándose el vientre en un gesto con el que tomaba posesión absoluta del fruto de sus entrañas. Su trabajo no era otro que proveer. Y eso había hecho. Y se había comportado en todo momento como un hombre cabal y un caballero. Había visitado a todos los fotógrafos de Barcelona, haciendo números con el corazón encogido y los ánimos tan anestesiados por el deber que apenas ahora, frente a la cunita del niño con el que casi no había podido compartir nada, empezaban a despertarse de su letargo. Se levantó de la silla en la que se había dejado caer y se fue acercando con pasos vacilantes hasta la cuna. Él habría querido que tuviese su nombre, León, para que llegase a convertirse en un hombre fuerte. Pero su madre quiso darle nombre de profeta, de un profeta que había vencido a los leones y a la muerte.

León sacó de la cama al niño con toda la delicadeza que le permitieron las manos temblorosas. No había tenido muchas ocasiones de cogerlo en brazos, ni de mecerlo. Su niño, con la carita redonda y abotargada de los recién nacidos y sus ojitos firmemente cerrados, pesaba menos que un gato y olía a flores y a cera. Le apoyó la cabecita sobre el hombro, con la ridícula idea de que estuviese cómodo. Su niño, que nunca había sido suyo y nunca más lo sería. Su niño, que solo en aquel instante lo era. Tras dos semanas de agonía, rompió a llorar en silencio sin saber si lloraba por él mismo o por la miseria del momento. Lloró agarrándose al cuerpecito con una desesperación que le destrozaba el pecho.

Un rumor de voces empezó a desbordar el pasillo. Irrumpieron en el salón como lo habrían hecho si estuviese vació, sin delicadeza, rompiendo el alivio de su llanto. Alguien le quitó al niño de los brazos y le proporcionó unas sosas palmaditas de consuelo en la espalda.

-Baje usted a beber algo, hombre -le dijo alguien.

León no había bebido en su vida y no empezaría ahora. Se giró para ver al desconocido que entraba seguido de dos jovencitos que cargaban una caja negra con los cantos dorados. Reconoció al fotógrafo, un hombre bajito y repeinado, vestido solemnemente con ropas de duelo.

-¿Dónde han pensado colocar al difunto? –preguntó reconociendo la habitación con la rutina del experto-. 
No ahí no. Hay que cambiar la mesa de sitio, no hay buena luz. El niño está muy bien, no hace falta maquillarlo.

Una vecina colocó de nuevo al niño en su cuna y recompuso la ropa. Los ayudantes del fotógrafo empezaron a mover la mesa según las indicaciones de su jefe. Su mujer entró en la habitación del brazo de su madre, ambas enlutadas, serias, teatrales. Sintió una oleada de asco y de odio que lo hizo salir de la habitación sin mirar a quién empujaba. Él era prescindible en aquel drama de pantomima. Cogió su abrigo, en la calle refrescaba. Dejó la casa sin hacer ruido. Y se marchó sin que nadie lo echase en falta. Como si fuese transparente.





domingo, 9 de diciembre de 2012

Feliz Hannukah



En hebreo Hanukka quiere decir "consagración”. Esta celebración también es conocida como fiesta de las luminarias o fiesta de los macabeos. Son ocho días para conmemorar el milagro de la purificación del Templo de Jerusalén. Algunos se preguntarán: ¿qué milagro?¿Qué templo?¿Quienes son los macabeos? A ver si os lo puedo explicar:

Había una vez un rey llamado Antíoco IV Epífanes que, allá por el 175 a, C decidió helenizar al pueblo de Israel. Helenizar no quiere decir pasar por detergente a los israelitas, sino educarlos en las buenas costumbres griegas de la época. Surgieron entonces los macabeos, un grupo de judíos liderados por Yehuda Macabí,  que se enfrentaron a los griegos negándose a realizar cualquier acto que fuese en contra de su propia religión  (Siendo esta la religión judía seguro que la lista de actos irrealizables era larga y extensa) . Surgieron supuestos mártires como Hannah y sus siete hijos, que fueron torturados y asesinados por negarse a comer cerdo. Así que se inició una larga y cruel guerra, casi de desgaste, que acabó por darles buenos frutos, porque finalmente  ganaron y regresaron a Jerusalén.

A la vuelta encontraron  que sus templos estaban destrozados y que no había manera de celebrar los cultos como dios manda (Y Yahvé manda un montón). En el gran templo apenas había aceite para  el altar. Si encendían las luces solo les duraría un día. Pese a todo, decidieron celebrar la ceremonia y consagrar de nuevo el altar para festejar la victoria y encendieron la menorá , el famoso candelabro de siete brazos que todos habréis visto alguna vez. Cómo sería de bueno el aceite, que ardió durante ocho días seguidos, dando tiempo a los macabeos a reponer las reservas.  Esto se consideró una señal de que Dios bendecía su victoria. Macabeos (10:6-8), «lo celebraron con alegría durante ocho días, a la manera de la fiesta de los Tabernáculos... toda la asamblea aprobó y publicó un decreto en el que se ordenaba que todo el pueblo judío celebrara cada año estos días de fiesta».

Desde entonces, el 25 de Kislev (paralelo a los meses gregorianos de noviembre y diciembre, según el año) los judíos celebran este Milagro del Templo durante los ocho días que se mantuvo encendido el candelabro. No hay que confundir la menorá con el candelabro de Hanukkah; este tiene nueve brazos en lugar de siete. Las luces deben ponerse en un lugar que pueda verse desde la calle para hacer público el milagro que se celebra; salvo en periodo de persecución, que las velas pueden encenderse en la intimidad de las casas. Los brazos se van encendiendo a razón de uno por día y, a continuación, se entona una bendición:
בָּרוּך אַתָּה ה', אֱ-לֹהֵינוּ מֶלֶךְ הָעוֹלָם, אֲשֶׁר קִדְּשָׁנוּ בְּמִצְוֹתָיו, וְצִוָּנוּ לְהַדְלִיק נֵר חֲנוּכָּה. (נוסח אחר: נֵר שֶׁל חֲנוּכָּה או שֶׁלַּחֲנוּכָּה).

Baruj Ata Adonai Eloheinu Melej haOlam Asher Kidshanu beMitzvotav veTzivanu Lehadlik Ner Janucá (otras versiones: Ner Shel Janucá o Shel Janucá).

Bendito eres tu Adonai, Dios nuestro, Rey del universo, que nos santificó con sus preceptos y nos ordenó el encendido de la vela de Janucá.

Luego se entonan canticos tradicionales conocidos como Maoz Tzur. El primer día se celebra una comida familiar y se intercambian regalos.

Entre los niños es muy popular una peonza llamada dreidel, en cuyas caras están inscritas las letras iniciales de la frase Nes Gadol Hayah Sham («Gran Milagro Ocurrió Allí») si es fuera de Israel, o bien Nes Gadol Hayah Poh («Gran Milagro Ocurrió Aquí») si la peonza es para un niño israelí. Con esa peonza, los niños juegan con caramelos a «tomo todo, pongo la mitad, tomo la mitad, no hago nada», dependiendo de qué cara de la peonza caiga al hacerla girar.

martes, 20 de noviembre de 2012

Consoladores a vapor




Durante siglos, el simple hecho de ser mujer significaba que, en términos legales, dependerías durante toda tu vida de la autoridad de un varón. Esto se justificaba gracias al “carácter débil” y la “mentalidad inestable” que las mujeres poseían por naturaleza. La locura ha sido atribuida al sexo femenino hasta tal punto que la palabra “histeria” significa “útero” en griego.

Galeno pensaba que la privación de relaciones sexuales provocaba peligrosos desordenes de conducta en las mujeres más apasionadas. La cura perfecta era el matrimonio, puesto que la seguridad y las responsabilidades de la vida conyugal ayudaban estabilizar a  sus débiles sistemas nerviosos: la rutina y la sencillez de las tareas hogareñas eran perfectas para que tuviesen vidas plenas y felices. Las mujeres dominantes, o con un apetito sexual demasiado activo, eran rápidamente consideradas “histéricas”, así como solteronas, monjas, vírgenes… Cualquiera que viviese lejos de la sombra de un varón y por lo tanto (supuestamente) careciese de una vida sexual satisfactoria. Cuidado; cuando digo satisfactoria me refiero al varón, el orgasmo femenino ni se contemplaba. No era importante y durante largos periodos de la historia era condenado por la iglesia como “pecado” y “vicio”. El sexo no era una actividad recreativa, o al menos no debía serlo para las mujeres. Y así seguiría siendo durante siglos.


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En época victoriana, la histeria era un trastorno bien conocido y habitualmente diagnosticado. Algunos de sus síntomas eran: retención de líquidos, espasmos musculares, insomnio, dificultad para respirar, irritabilidad, pérdida del apetito, y mi favorito: “tendencia a causar problemas”. Un tratado de la época lo refleja del siguiente modo:

"Los trastornos motores son convulsiones o parálisis. Tradicionalmente, la crisis empieza por un aura, conformada por dolores abdominales, palpitaciones, sensación de atragantamiento y alteraciones visuales (ceguera parcial o completa). A continuación, se experimenta una aparente pérdida del conocimiento y en una caída controlada. Luego sobreviene la fase epileptoide, compuesta de paro respiratorio, tetanización, convulsiones y, finalmente, una resolución en forma de fatiga general y respiración ruidosa. Como fase final, se producen contorsiones (movimientos desordenados y gritos) y un periodo de trance, con remedo de escenas eróticas o violentas. El final de la crisis implica el retorno de la consciencia, acompañado de contracciones leves y expresión de palabras o frases inconexas relativas a temas pasionales”.

En 1859 se llegó a asegurar que una de cada cuatro mujeres sufría algún tipo de trastorno histérico, algo que no es demasiado extraño, ya que casi cualquier síntoma que padeciese una mujer se acababa relacionando con la histeria. Los tratamientos iban desde recomendar el matrimonio a las solteras a los más radicales, en los que se extirpaba a la paciente el útero y los ovarios. Por supuesto, en casi todos los casos, este último tratamiento era innecesario y tenía consecuencias nefastas en las desafortunadas que lo sufrieron.

Un tercer tratamiento, el más común y popular, era el “masaje pélvico”, que no era otra cosa que la estimulación manual de los genitales por parte de un médico o comadrona hasta que la paciente alcanzaba el “paroxismo histérico” (orgasmo). Estos masajes, como no, eran un tratamiento muy solicitado, e incluso existían balnearios y centros médicos donde se utilizaba un chorro de agua a presión para “aliviar” a las pacientes.
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Como dato curioso, os diré que entre las mujeres de “clase trabajadora”, si es que este termino se puede aplicar a la época victoriana, sufrían mucha menos histeria que las damas de buen nivel económico. Se ve que la que tenía que fregar suelos, lavar ropa, planchar, zurcir, cocinar y cuidar de sus hijos no tenían tiempo para preocuparse por el estado de sus nervios. O tal vez la cura más efectiva contra la histeria era trabajar de sol a sol.

Así que las histéricas damiselas acudían a la consulta de sus médicos, acompañadas de su marido o algún otro pariente cercano, para recibir un terapéutico masaje pélvico. Alcanzar el “paroxismo histérico” delante de tu señora madre no debía tener precio. Además, las histéricas eran consideradas pacientes crónicas, lo que, pese a que aseguraba a los médicos y comadronas una buena fuente de ingresos, no debía ser una tarea demasiado agradable, ya que en 1868, un doctor americano, George Taylor, inventó el primer consolador a vapor para aliviarse de una carga de trabajo que le consumía mucho tiempo y energía. Este primer artilugio era incomodo y no se hizo demasiado popular.

El consolador nacería en 1880 gracias al médico inglés Joseph Mortimer Granville. El aparato de Granville tenía forma fálica y funcionaba con pilas. Su patente sí fue muy bien recibida y abriría las puertas de un negocio millonario.





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Los vibradores se anunciarían como “instrumentos para combatir la tensión y la ansiedad femenina” en periódicos y revistas de venta por catálogo. Se vendían como aparatos médicos, alcanzaban las 1500  pulsaciones por minuto y tenían todo tipo de modelos: portátiles, con pie de apoyo, a vapor, a pilas y un largo etcétera. La revolución definitiva llegaría cuando el americano Hamilton Beach lanzó en 1902 el primer vibrador eléctrico para venta comercial, convirtiendo al vibrador en el sexto aparato doméstico en ser electrificado. Los vibradores llegaron a las casas mucho antes que electrodomésticos que hoy consideramos vitales, como el aspirador, que no se comercializó hasta 1910, o la plancha eléctrica, que lo haría en 1911.

Al ser considerados como instrumentos terapéuticos, se vendieron de forma respetable hasta mediados del siglo XX. Se podían comprar por catálogo, pero también estaban a la venta en grandes almacenes como la cadena americana Sears. En1952, la Asociación Americana de Psiquiatría declaró oficialmente que la histeria femenina no era una enfermedad legítima, sino un mito anticuado. Esto y su aparición como juguete sexual en películas pornográficas, acabó haciendo que el consolador dejara de ser un respetable electrodoméstico para pasar a convertirse en un tabú sexual. Aunque jamás ha dejado de ser un negocio muy lucrativo.

domingo, 14 de octubre de 2012

El Collar Maya






Me leí la primera versión de “El collar Maya” en Febrero, entonces se llamaba “El Collar del Maya”. Teo Palacios me pasó la versión explicándome que era una novela con fecha de caducidad, que la había escrito para pasárselo bien “No es como mi otras novelas”, me dijo con cierta cautela. En realidad quería decir: “No es tan buena como las otras”, como si uno tuviese que disculparse por abandonar el género histórico, que es serio y respetable, por el thriller. La verdad es que la mala propaganda consiguió intrigarme y empecé a leérmela en cuanto acabé de descargarme el archivo.

Teo tenía razón; no era como sus otras novelas. Eso no quería decir que fuese mala; tenía la principal virtud que debe tener un thriller: engancha y se lee casi de una sentada. Acostumbrada al rigor histórico con el que había trabajado en “Hijos de Heracles” (Edhasa, 2010) y “La predicción del astrologo”(Ediciones B, 2013) no me extrañó encontrar documentación rigurosa, lo que me sorprendió gratamente es que no entorpecía la narración. Las escenas de la catedral casi puedes verlas, la descripción y la acción están perfectamente integradas y eso ayuda mucho a meterse situación. Yo soy de Sevilla y además he trabajado bastante tiempo de guía turístico, y me encantó; hay algo de fotográfico en los textos de “El Collar Maya”, de buena fotografía, cuando las sombras toman forma y lo sugerido es más interesante que lo que muestra la luz.

Y aun así, tengo que revelar que no es lo más me ha gustado. Lo que más me ha gustado tiene nombre propio: Ireri Dávila. Tengo debilidad por las protagonistas femeninas, sobre todo si están bien construidas. Tal vez cumpla un poco el tópico de la mujer hermosa y solitaria que se ve enfrentada a una situación extrema (se ve que las protagonistas feas son cosa mía), pero Ireri no es una dama en apuros. Aunque no sea una heroína de acción es inteligente, es resuelta y está emocionalmente muy bien desarrollada como personaje. Es verosímil y te llega al corazón. Sus compañeros masculinos no se quedan atrás, pero Ireri te llega, es el motor de la novela.

Teo decía que la novela tenía una necesaria fecha de caducidad debido a la fecha de apocalipsis maya. Yo no lo creo, porque su protagonista trasciende la profecía. Querrás conocer el desenlace de su aventura incluso cuando el 21 de Diciembre de este año quede muy lejos.

Es además una gran compra, por 4.50€ euros te llevas: La novela en varios formatos (PDF, epub, movi), un archivo con el making off de cómo se editó la novela, un plano de la catedral de Sevilla y parte del material con el que Teo dio forma a la obra, incluyendo la ficha de alguno de sus personajes o el resumen original de los capítulos. Un material que completa la novela, los extras son interesantes y te revelan mucho de ese entramado que se construye cuando escribimos. Así que creo que el “El collar Maya” da mucho por muy poco. Se agradece en los tiempos que corren.

El Collar Maya es una extraña boda entre thriller y novela histórica, quizás esa sea la clave del éxito.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Que todos los días sean días de boda


El sábado veintidós de Septiembre se casó una de mis mejores amigas y la muy incauta me pidió que dijese algunas palabras en su boda. Seguramente no os lo creeréis pero lo de hablar en público no es lo mío.  Una cosa es charlar sobre libros, que es un tema que manejo y otra muy distinta arruinar una boda delante de un montón de desconocidos…Además estaba el problema de pensar que decir. Me pasé casi un mes dándole vueltas, desechando borradores. Al final escribí esto varias horas antes de la ceremonia, hay palabras que no deben pensarse demasiado porque viven con nosotros, son sinceras, son honestas y no necesitan adornos.

No creo que lo supieran cuando eligieron su fecha de boda pero coincide con una de las celebraciones más importantes de calendario celta: el Mabon, la fiesta de la cosecha (y con el cumpleaños de Bilbo Bolsón, si alguien se hace invisible en mitad de la fiesta, que nadie se extrañe)
El caso es que los celtas celebraban esta fecha por todo lo alto, es el momento de disfrutar de lo que se ha sembrado durante el verano. Es una fecha de buena fortuna, una fecha propicia. Tampoco es que importe mucho porque ellos no necesitan buenos augurios, basta con conocerlos un poco para saber que es una de esas parejas que envejecerán juntas. Porque se cosecha lo que se siembra y ellos han sembrado bien.
No puedo deciros gran cosa, estoy convencida de que ni siquiera deberíais haberme escogido para hablar en una boda. Porque todos esperan que en estas ocasiones de hable del amor, se digan cosas sentimentales y se hagan halagos de la pareja. Y yo del amor sé que muy pocas cosas, sé lo que no es. Que no os mientan los poetas ni las canciones románticas: las mariposas en el estomago no duran, los fuegos se doman, los años pasan, la rutina es el enemigo. Pero vosotros eso ya lo sabéis, sabéis que el amor está al volver a casa día tras día y saber que tu casa no son las cuatro paredes que te acogen, si no la persona que vive contigo. Ese el amor que habéis sembrado. Esa es vuestra cosecha, y lo será año tras año. Cuando os miréis a los ojos y veáis vuestro hogar en ellos.
No es hoy el día de vuestra primera cosecha, pero será la que más recordéis. Y os darán calor si el invierno acecha en vuestras vidas.
No voy a desearos que seáis muy felices porque no hace falta. Ya lo sois. Y lo seguiréis siendo.
Solo voy a desearos que tengáis muchos años por delante para disfrutarlos.

Y yo, que no tengo casa, que ando sin rumbo ni cosecha admiro lo que habéis logrado.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Curiosidades en torno a la Ouija



Este pasado sábado hablaba con unos amigos de fantasmas y casas encantadas. Soy más bien escéptica con ese tema, por eso cuando sale en la conversación yo siempre suelo hablar de fraudes y falsas leyendas urbanas, aunque tengo que reconocer que me encantan ese tipo de cuentos. Supongo que a todos nos gusta pasar un poco de miedo y que aceptar que no todo lo que brilla bajo el sol es completamente racional le da una dosis de misterio a la vida que la hace más interesante.

Desgranando anécdotas y leyendas recordé una vieja casa en la Avenida de la Cruz de Campo, la clínica del Dr Guija (os juro que se llamaba así) que cuando yo era una intrépida adolescente estaba en un estado lamentable. Había sido una institución psiquiátrica hasta principios de los años setenta, cuando se cierra y cae en el abandono. Tras eso se convirtió en carne de leyenda urbana y una especie de tradición para los jóvenes de Nervión era colarse dentro alguna noche a explorar “la casa maldita” de la que se decía lo típico: gritos, apariciones en las ventanas, cuerpos enterrados en el jardín. Las distintas historias hablaban de horribles experimentos psiquiátricos sembrados de muertes efectistas y almas de chiflados que volvían del más allá para quejarse del tratamiento médico. Igual que los jubilados, pero versión paranormal.

Como buena nervionense me colé una noche en la casa del mal con mis amigos, el peligro real por aquel entonces era que las ruinas eran la residencia habitual de muchos drogadictos y sin techo, que dejaban aquello sembrado de porquería y que además no eran cariñosos con las visitas. Además el sitio estaba en un estado lamentable. En resumen: pa habernos matao. Recuerdo que quitando el miedo típico y la risa tonta, nadie sintió nada (el hormigueo típico de las hormonas, cosas de la edad) no escuchamos nada, y que aunque es cierto que a la luz de la linterna la vieja clínica era más tétrica que un decorado del Resident Evil, allí pasó bien poca cosa digna de comentarse. Se quedó justamente en lo que fue: un recuerdo de nuestras alocadas juventudes.  A principios de siglo XXI el ayuntamiento lo convierto el sede del distrito y hoy es un sitio precioso, en el que nadie ha visto nunca un mal fantasma. Con las obras no parecieron restos humanos de ningún tipo y si hay mal karma entre sus paredes es por motivos muy mundanos. El caso es que la casa del Dr Guija me llevó a pensar en las tablas de la oija, un elemento perturbador y casi obligatorio para una buena historia de fantasmas. Un objeto muy curioso, que en EEUU se vende en las jugueterías y con un origen casi desconocido para la mayoría.

La tabla de la oija es patentada el 28 de mayo de 1890 en Baltimore, Impulsada por el interés que habían despertado en EEUU dos farsantes de cuidado: las hermanas Fox (que años después confesaron que tenían montado un buen tinglado con trucos de luces y demás parafernalia para limpiar bolsillos) . La patente declara a Elijah J Bond como su inventor y a William H. A Muapin y Charles W Kennard como sus socios capitalistas. En 1891 se funda la Novel Kennard Company que comienza a comercializar las tablas. Los americanos aprovechaban así el gusto por el espiritismo y las sociedades esotéricas que reinaba en el s XIX. Se limitaron a copiar una de las famosas “planchetts” que se usaban ya en Europa para comunicarse con los muertos. La más famosa fue diseñada por M. Planchette, un espiritista francés, en 1853 y consistía en un pequeño corazón de madera dotado de ruedecitas y con un lápiz en la punta que servía para escribir los  mensajes recibidos del más allá entrando en estado de escritura automática. Ni que decir tiene que los mensajes eran en su mayor parte ilegibles y cuando lo eran resultaban un poco crípticos. A la Pitia la dejaban a la altura del betún.

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Artilugio de Planchette 


Los americanos usaron como nombre la palabra “Ouija”, supuestamente oui y ja,  que significan “Si” en francés y en alemán. Aunque ellos aseguraban que era una palabra de origen indio. También aseguraron, al igual que los espiritistas europeos, que los orígenes de su tabla se remontaban a los tiempos del antiguo Egipto (la egiptología estuvo muy del modo en el siglo XIX y muy ligada a lo esotérico) Al parecer los egipcios usaban un péndulo que hacían oscilar sobre una tabla grabada con símbolos jeroglíficos. Aunque no hay constancia de ningún tipo de semejante artificio, como no la hay del que, también supuestamente, inventó en el año 540 A.C Pitagoras, y que es idéntico al de Planchette.

El caso es que el invento empezó a venderse con tanto éxito que llegaron a hacerse joyas e incluso se vendía con una mesa “apta” para la mejor canalización de las energías del más allá. Ya no necesitabas ser un médium, cualquier hijo de vecino podía hablar con el espíritu de su difunta abuela y preguntarle donde había dejado escondidos los ahorros. Las historias que empezaron a circular respecto a tal artilugio, la mayoría espeluznantes, no hicieron sino aumentar su popularidad, las ventas crecieron como la espuma hasta la llegada de la 1º Guerra Mundial, entonces por primera vez después de muchos años de prospero negocio comenzaron a decaer…la muerte se había vuelto algo demasiado real y la gente ya no tenía ganas de jugar con ella. A pesar de eso nunca dejaron de venderse.
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Joyeria vintage inspirada en la ouija. Diseño de Miss Nebel


¿Es real la Ouija? Decididlo vosotros. Me limito a dejaron un dato: en los años setenta los experimentos del psiquiatra Larry Bayou demostraron que si en una sesión de ouija, tapas los ojos a sus participantes, o les impides ver las letras del tablero las secuencias de palabras son erráticas y no formaban ni una sola palabra. Y otro dos datos curiosos:

-No se forman palabras si no hay dedos sobre el cursor
-Las palabras se forman más deprisa cuando su significado empieza a  quedar claro para “los médiums”

A esto se le llama efecto “ideomotriz o miokinetico” y ya fue descrito por otro psiquiatra, William Carpenter en 1882, cuando la ouija aun no existía como tal, pero ya había muchos tunantes de lo paranormal.
A día de hoy la empresa que posee la patente de la ouija es Hasbro, que la vende como juguete apto para todas las edades.


viernes, 27 de julio de 2012

Insomnio


Hay noches en la que tú quieres dormir pero tu cerebro tiene otros planes. Todos hemos tenido una noche de esas: nos vamos a la cama, nos acomodamos, cerramos los ojos y entonces empieza el show neuronal: ¿He apagado el termo?¿Debería ir mañana al banco?¿Por qué mi vecino me ha mirado así en el ascensor?¿Sabrá que soy yo la que le roba los calcetines?¿No hace mucho que no visito a mis padres? Preguntas, preguntas, preguntas…con las preguntas llega la angustia, y empezamos a dar vueltas como pollos en un asador. Si no sabes cómo ponerle freno vas listo, toca noche en vela. Pasarse la noche en blanco cuando tienes un buen motivo todavía puede tolerarse, pero llevo una larga racha de ellas y empiezo a estar cansada en más de un sentido.
Si le dices a tus amigos y familiares que sufres de insomnio todos te van a decir lo mismo “pues tómate algo”, como si las pastillas para dormir fuesen juanolas. El médico casi que también se pone en esta línea, solo que él te receta ese algo (o te recetaba, ya no sé cómo está la cosa; si me pongo a pensar en el estado actual de la seguridad social no volveré a dormir en mi vida) Soy un poco reticente con la química, en especial con la química que causa adición y además no creo que lo mío sea tan grave como para tirar de valium, tranxilium u otros fármacos acabados en um. Así que le pregunté a una amiga psicóloga y ella, en su inmensa sabiduría, me dio unos consejos bastante buenos y me recomendó unos simpáticos ejercicios de yoga, que igual no sirven para nada, pero quedan de lo mas new age.
Anoche, como tantas otras noches me di cuenta de que no iba a pegar ojo, probé las técnicas para “bloquear pensamiento” que la psicóloga me había recomendado y bueno, fue como intentar parar un tsunami con un folio, pero me sirvió para acordarme de la clave del contestador automático del móvil, algo es algo.”Nada de tretas mentales” me dije ”voy a tirar del yoga” Me siento en la cama, postura básica del loto y tal como me han aconsejado me concentro en la respiración. Todo muy sencillo: inspirar, aspirar, inspirar, aspirar, inspi…”¿Eso que me ha zumbado en el oído es un mosquito?”Abro un ojo, evidentemente ni rastro del bicho. Vale, no voy a perder el hilo, si me quiere picar que me pique, tampoco es tan grave. Vuelvo al ejercicio: inspirar, aspirar, inspirar, aspiaaaatchuuuuus. De repente la nariz me hormiguea cosa mala. No, no me hormigue, me mosquitea, porque se me acaba de meter dentro el maldito nematócero.  Comienzo un bucle de estornudos contundentes. Cuando acaba estoy sentada en la cama, casi sin aire y con todo el pelo por la cara. Con la recuperación de la conciencia llega el horror y descubro instalado en mi flequillo el cadáver de un mosquito de gran calibre, bien cubierto de mocos. Me levanto de la cama a toda velocidad camino del cuarto de baño, apartándome el mechón de pelo contaminado y muriéndome de asco. Por supuesto el suelo está limpio y pulido, desliza que da gusto ¿Por qué privarme del placer de un buen costalazo para acabar de redondear tan sublime momento? Pues al suelo que voy.
Ya en el cuarto de baño me lavo el pelo, me froto las costillas y bostezo. Ni yoga , ni leches, no hay nada como una buena subida de adrenalina para que te entre sueño. Vuelvo a la cama. Mañana ya veré que me invento, esta noche doy gracias a la evolución por crear al mosquito. 

viernes, 20 de julio de 2012

Como NO escribir novela fantástica




A veces, por muy bueno que sea el libro que estás leyendo, te apetece leer algo ligero. Anoche estaba intentando leer “shogun”, la maravillosa novela de James Clavell, y tuve que desistir al poco tiempo; no estaba concentrada, los diálogos se me escapaban y estaba pasando las hojas sin apenas notarlas. Eso, cuando tienes un buen libro por delante, como era el caso, es un delito. Estaba desperdiciando el placer de una buena lectura y eso debería considerarse pecado; a día de hoy no abundan. Cada vez estoy más convencida de que las editoriales están apostando por inundar el mercado de material, a la caza del best seller sin primar para nada que el libro sea digno de ser leído. Cantidad, antes que calidad. Quizás me tiro piedras al tejado, porque a veces pienso que, a título personal, me ha beneficiado esta política editorial del “todo vale” y que gracias a ella voy a publicar una novela sobre la que albergo toda clase de dudas y alguna más. En fin…
El caso es que anoche no tenía la cabeza ni el ánimo para disfrutar de las aventuras de John Blacthorne y pensé en algo más ligero. Sobre la mesa tenía un libro por el que sentía cierta curiosidad. Adoro la literatura fantástica y tal vez un poco de magia era lo que necesitaba.
La verdad es que me decepcioné muy rápido. Soy una ávida lectora de novelas fantásticas; es mi género, el que más me gusta leer, el que mejor conozco y, precisamente por eso, al que más le exijo. Al cuarto capítulo la historia me tenía de mala hostia. Porque es un libro que jamás se habría publicado sin la estela de Harry Potter, que tantos hijos mediocres ha engendrado.
La protagonista es una niña rica, huérfana (esta vez solo de madre ¿o tal vez no es huérfana y su madre no era del todo humana?) y solitaria de la que todas sus compañeras de colegio se ríen porque es diferente.
Primero: me niego a tenerle pena a una millonaria. Una adolescente que vive en una mansión, y cuyo amantísimo padre la cubre de regalos caros en todos sus cumpleaños, me inspira poca lástima.
Segundo: una novela escrita en el 2008 no puede pretender que me crea que chicas de esa edad se rían de otra por llevar pintas extrañas, cuando hoy lo raro es encontrar a una adolescente que no le dé a su vestuario o a su aspecto un toque exótico.
Tercero: técnica de la cáscara vacía ¡Otra vez! ¿Cómo es la protagonista? Pues no lo sabemos; sabemos que es una adolescente insegura, que se siente fea, lo que encaja con el 95% de las adolescentes. No sabemos si es alta, baja, si es delgada… Nada de nada. Tampoco sabemos qué música escucha, ni qué le gusta leer (solo que, como es una solitaria, adora leer, los libros son sus únicos amigos. Que original, de verdad que es la primera vez que leo algo así). Eso sí, está plagadita de sentimientos, inseguridades y complejos que la llevan a portarse como una autentica gilipollas. Sí, esto es lo que yo llamo un personaje femenino bien trabajado.
Cuarto: Todo cambia cuando, ¡oh, que giro de argumento más inusual!, recibe un regalo, herencia de su difunta madre, que resulta ser, maravilla de maravillas, un objeto mágico que cambiará su vida para siempre, hará que olvide sus sufrimientos y deje de ser una triste marginada para convertirse en alguien super guay.
En serio, estoy cansada de las niñas tristes cuyas vidas cambian a mejor gracias a su herencia sobrenatural, o a un encuentro sobrenatural o a un amor sobrenatural. Hartita. Porque, además, la vida no es así; nadie acude nunca al rescate de las niñas tristes y solitarias. Ni siquiera la magia. En “La Historia Interminable” Bastian no deja de ser un niño gordito, lo que sí gana es a su padre. Siempre me ha parecido uno de los finales más hermosos de la literatura fantástica; esa vuelta a la normalidad, en la cocina de casa, delante del desayuno, mientras padre e hijo hablan de verdad por primera vez en su vida. Y tú ya intuyes que las cosas van a cambiar a mejor. Aunque se sigan riendo de él en el colegio, porque al final del día tendrá a su padre.
Creemos erróneamente que la literatura fantástica es un género de menor, de evasión, dirigido a adolescentes, al que no hace falta exigirle demasiado. No puedo estar menos de acuerdo. No son tontos, no puedes acostumbrarles a leer libros que no exijan pensar un poco. Las lecturas fáciles no están mal de vez en cuando, pero al cerebro también hay que desafiarlo, no importa la edad del lector. Los adolescentes merecen, igual que cualquiera de nosotros, una literatura de calidad. Y no hace falta que los protejamos de nada con argumentos almibarados. Ellos ya saben que el mundo está ahí fuera y que no es fácil. Saben que la magia no va a salvarlos. No esperan que lo haga, solo esperan que los libros les ofrezcan algo. Ese algo debería ser más que argumentos pobres y palabras vacías.











domingo, 17 de junio de 2012

Desfachatez


Hace pocos días, la vicepresidenta del gobierno, Soraya Saenz de Santamaría, tuvo la desfachatez de decir que los españoles tenemos que resignarnos a la idea de que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros.
Hay una frase que suelo usar mucho: “no achaques a la maldad lo que puede ser culpa de la estupidez”. Suelo abrazarme a ella, porque me resulta más fácil pensar que algunas cosas se dicen o se hacen sin pensarlas demasiado. En este caso no me vale el consuelo, porque  para ser una puñalada en toda regla, a esta frase de la señora Vicepresidenta solo le falta una coletilla: “y os jodeos porque es lo que hay”. A ella le importa muy poco lo que tenga que sufrir una serie de generaciones de españoles, porque gracias a nuestros impuestos puede pagarse un ejército de niñeras que cuiden a su retoño mientras va a trabajar en coche oficial. Sabe que a su hijo no le van a faltar universidades privadas, ni médicos, ni empleo, ni una pista de padle. Si el resto no puede pagarse lo mismo, que se busque la vida, que para eso está el capitalismo salvaje.
Soy tan gilipollas que me ofende la desfachatez de nuestros políticos, que disparan este tipo de frases a sangre fría sin que se les pase por la cabeza por un solo momento que algo de lo que suelten por la boca vaya a pasarles factura, y solo tengo en cuenta lo que dicen porque si me pongo a pensar en lo que hacen (o no hacen) no reúno fuerzas para terminar de escribir esto. Porque está claro que hace mucho tiempo que a la clase política no les preocupamos. No sé si es que han perdido por completo el sentido de la realidad y se piensan que hemos vuelto a la sociedad estamental donde unos tienen que partirse el lomo para que a otros no les falte de nada porque el orden democrático de las cosas es ese; o si sencillamente es que mientras ellos llenen la saca lo demás no les preocupa en absoluto.
La señora Saenz de Santamaría dice que mis hijos vivirán peor que yo. Déjeme explicarle: Tengo 34 años, una carrera, un doctorado, hablo inglés, lengua de signos. No he tenido hijos porque no he querido, pero tampoco habría podido hacerlo porque en toda mi vida jamás he tenido un sueldo que alcanzase los 1000 euros, ni un contrato fijo. ¡Qué carajo!, ni siquiera he tenido contratos dignos de ese nombre, solo porquerías “por obra y servicio” que no me permitían ni cobrar el paro. Nunca he tenido derecho a unas vacaciones pagadas, tengo cotizada tal ridiculez de tiempo que probablemente jamás me jubile. Parece ser que mi única opción es marcharme fuera, pero resulta que no quiero. Esta es mi vida.  He visto cómo iban recortando derechos laborales año tras años, el curriculum me ha servido de poco y los sindicatos… bueno de los sindicatos prefiero ni hablar.
Y parece ser que nuestros hijos lo van a tener peor.
Dependerá de quienes sean sus padres…

martes, 29 de mayo de 2012

Falsas cuestiones de género


De vez en cuando voy a jornadas o congresos literarios.  Lo primero que suelo hacer es mirar el programa con lupa, porque es lo que va a  determinar si hago la maleta o me quedo en casa.  Pero de vez en cuando me dejo arrastrar por el entusiasmo y voy a los sitios sin saber donde me meto.

Error.

Las buenas costumbres no deben perderse y los programas se miran sí o sí, porque si no te encuentras sorpresas desagradables y conferencias infumables. De todas estas las que más odio, sin duda, son las charlas de género y literatura. Estoy harta,  estoy cansada de  encontrar cosas con títulos como: “mujeres que escriben” “escritoras y personajes femeninos” “ellas también escriben” “ellas se miran la vulva con un espejito” (fijaos que he dicho vulva, este fin de semana me han aconsejado que modere mi lenguaje).
Es que siempre se dice lo mismo: que si las mujeres tienen una sensibilidad especial para describir sentimientos, que si les resulta más fácil crear personajes femeninos creíbles, que si no escribe igual una mujer que un hombre. Y, por supuesto, se acaba hablando de discriminación en el sector editorial. ¿Pero a estas alturas de la película esto se lo cree alguien? El 95% de las agencias editoriales las llevan mujeres. Jefes de prensa, comerciales, editoras… todas son mujeres. En este país el mundo editorial es femenino. Y no sé si hay más escritores que escritoras, ni me importa. Porque se trata de leerte un libro no de llevártelo al huerto.

De hecho hay géneros en los que difícilmente verás publicado a un hombre. Las editoriales piensan que solo las mujeres pueden escribir novela romántica, argumentan que si se pone en las estanterías una novela romántica escrita por un hombre nadie la comprará. Tal vez porque no tienen esa “sensibilidad innata” que se precisa para llenar páginas y páginas  almibaradas,  llenas de dramas emocionales y escenas de sexo absurdo y tórridamente explicito. Habría que recordarles que algunos de los super ventas de este género son hombres: Nicholas Sparks, Federico Moccia y Blue Jeans, por citar solo tres. Bueno y si no siempre se puede usar pseudónimo. Algo curioso, porque eso de tirar de pseudónimo para poder publicar fue lo que tuvieron que hacer durante mucho tiempo las mujeres que deseaban dedicarse a escribir.  También está de moda la novela fantástica escrita por mujeres, siguiendo la estela de J.K Rowling y Laura Gallego. No estoy diciendo que si un escritor presenta una obra de este palo no se la vayan a coger, digo que, en este caso, hoy por hoy tiene más posibilidades de acabar impreso si está escrita por una mujer. Alguien piensa que en las portadas luce más un nombre femenino. Pero esto rara vez se menciona y si se hace salen a la palestra las dos palabras más asquerosas que lo políticamente correcto haya parido jamás: discriminación positiva.  No jodamos, la discriminación no puede ser positiva, son dos términos antagónicos, como el chocolate ligth.

De machismo hay que hablar cuando realmente toca, no puede ser el saco de los topicazos para rellenar tiempo muerto en un congreso, porque nos hace un flaco favor a todos. Usamos las mismas palabras muertas, los mismo conceptos vacios y falsos de los que echan mano los políticos para ir de progres.  Puede que a principios del siglo pasado estos debates fueran necesarios, pero a día de hoy, al menos aquí, en España, esto debería estar superado.  Ya está bien, no será porque no hay debates interesantes. No, las mujeres no tenemos nada especial que nos distinga de los hombres a la hora de escribir. O al menos yo creo que no. Somos personas, no importa lo que tengamos entre las piernas, que escribimos.

Si tengo que volver a escuchar en una charla que nosotras desarrollamos ciertas aéreas del cerebro distintas a las que desarrollan ellos, o el rollazo de que  los grandes personajes femeninos en la novela son siempre mujeres reprimidas como la Regenta o Madame Bovary,  me tiro por la ventana del congreso aunque esté en un bajo. Hablar de personajes femeninos en la novela poniendo de ejemplo obras del s.XIX y además, que casualidad, hablando siempre de estas dos es como si dijésemos que todos los grandes personajes masculinos de la literatura están como cabras y citásemos al Quijote y al capitán Ahab.  Y eso si la mesa transcurre más o menos con normalidad, si la cosa se desbarra acabas oyendo hablar de la teoría  de Andrew Dalby de que Homero pudo ser una mujer…

El mundo editorial es duro y exigente, seas del sexo que seas publicar no es fácil. Hay que enfrentarse a un montón de reglas absurdas, exigencias del mercado, etiquetas.  Es un negocio, que sinceramente, no creo que nos discrimine a nosotras más que a ellos. Lo hizo en su momento, pero eso es agua pasada. Hoy tendríamos que defender el derecho de que cualquiera puede escribir lo que sea y tener exactamente las mismas oportunidades para publicarlo en base a su talento y no a unas dudosas leyes de mercado.(Ya lo sé, soy una ingenua)

Así que sí, me desesperan las mesas  sobre escritura en femenino. Si hicieran una con el tema “hombres que escriben lo que le sale de las pelotas” se les tacharía de machistas. Existen cursos de escritura exclusivos para mujeres, di ahora que vas a hacer lo mismo solo para hombres y verás la que se monta. ¿Por qué se puede hace un “solo para ellas” pero lo contrario nos huele a campo de nabos? Me van a perdonar ustedes pero a mí la concentración de genitales de un solo bando, sea el que sea, me da mala espina. Debe ser que mi memoria genética me previene contra los ghettos. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Escena descartada


Pues eso, os dejo otro párrafo descartado de la novela. Así hago tiempo hasta que pueda daros noticias



La sorprendió abrir los ojos, tanto como si regresase de una muerte súbita; no recordaba haberse desmayado. Seguramente nunca averiguaría por sus propios medios cómo había acabado hundida en mitad de un charco de barro y sangre. Tampoco era algo que le importase demasiado. Su último recuerdo era el de un corazón que dejaba de latir en medio de la oscuridad y después nada. Absolutamente nada…
Nicasia intentó ponerse en pie y un dolor lacerante le recorrió el brazo derecho cuando intentó apoyarse en él. Los huesos de la mano volvían a estar desmadejados, y apenas era capaz de mover el hombro. Curiosamente, esto no la asustó. Ni su ropa hecha jirones, ni ella misma cubierta de hojas, tierra y sangre. No quería saber si la sangre era suya o de otro. Solo quería ponerse en pie, y en eso centró todos sus esfuerzos. Tuvo que hacer varios intentos hasta que logró coordinar el brazo y la pierna sanos para conseguirlo. Su cuerpo protestó con diversos dolores y calambres, pero la ingeniera no les prestó demasiada atención. Se mantenía en un equilibrio bastante precario,  tambaleándose como un arbolito demasiado joven a merced de un viento caprichoso; aun así, consiguió no volver a caer. No intentó caminar, el terreno era resbaladizo, blando y traicionero. Se limito a mirar a su alrededor.
“Cuántos muertos”, pensó, y casi al mismo tiempo cayó en la cuenta de que no era la primera vez que estaba en un campo de batalla. Ya había visto escenarios parecidos. No quedaba nadie en pie. Tampoco eso era nuevo. Matar se le daba bien, demasiado bien. Si había algo nuevo entre las ruinas del pantano era el silencio. No es que no oyese voces, es que no era capaz de escuchar nada, ni el viento, ni el grito de un pájaro. Estaba inmersa en un silencio denso que le llenaba los oídos con un pitido finísimo y le embotaba la cabeza. El sol le molestaba en los ojos. Miró a su alrededor:  el terreno estaba arrasado. Había restos de cadáveres por todas partes, incluso colgados en los arboles.
Entonces recordó la explosión. Así era como ella sabía matar… con fuego y pólvora. Le debía haber salido muy bien. Allí no se movía nada, no quedaba nada. Había vuelto a vencer. Lo raro de sus victorias era que nunca le parecía que las cosas hubiesen acabado bien. Solo habían acabado; y ni siquiera para siempre.
Se esforzó por dar un primer paso, por avanzar. La dirección no le importaba demasiado, solo quería moverse, sin molestarse en mirar a su alrededor, sin pensar, sin preocuparse siquiera por el zumbido en el que se estaba convirtiendo su cabeza. Cada paso era lento y fatigoso. A veces se le hundían las piernas en lodo hasta las rodillas, y aun así no se detenía.  Estaba huyendo, simple y sencillamente. Quería alejarse de aquel escenario de miseria. En realidad le gustaría dejarse a sí misma atrás. Dejar de ser Nicasia, dejar de ser la Recorretúneles, del mismo modo que había dejado de ser Nanyalín. Aunque en el fondo sabía que por muchos nombres que usase nunca dejaría de ser ella misma, y esa era la fuente de todos sus problemas.
Terminó topándose con que, poco a poco, el terreno cambiaba a peor, cada vez encontraba menos tierra sobre la que caminar. Primero fue encontrándose charcos de agua estancada que cada vez eran más grandes. Al final acabó alcanzando el centro del pantano, un lago inmenso de tranquilas aguas verdosas lleno de juncos y plantas. Un lugar extrañamente calmado. Tuvo la impresión de que era allí hasta donde había querido llegar, porque tenía sed y estaba abrasada por el calor, porque quería tranquilidad y aquel lugar era último rincón de Terralinde.
Se contempló en el espejo negro del lago. Allí estaba: casi desnuda, rota, huesos y piel sin apenas carne que le diera forma a su cuerpo. Estaba a solas con un dolor inmenso, no solo de sus heridas; sentía su corazón como si fuese un saco de mariposas muertas; ligero, frágil, abandonado…Tanto luchar… ¿Para qué? Ella nunca obtenía lo que realmente deseaba. Su reflejo le dejaba bien claro quién era: un hada flacucha y fea incapaz de hacer otra cosa que no fuese andar hacía adelante sin ningún rumbo, sin nadie que la esperase.
Se dejó caer en el agua. Ya estaba bien, no lucharía más, no sufriría más. Un abrazo extrañamente cálido la envolvió, su cuerpo perdió peso. Paz, una paz inmensa la acogió entre el liquen y las algas mientras se hundía. No sintió deseos de respirar, ella formaría parte del cieno y los peces. Todo acabaría allí.
Entonces, recordó la mirada de unos ojos.
“Malbicho, no te rindas, no me abandones”.
Supo que le quedaba un solo motivo para volver, una sola tarea. Un amor lento y paciente. 
Encontraron a la ingeniera flotando bocarriba, inconsciente, pero con una sonrisa pintada en los labios pálidos.
Ninguna historia acaba mientras el corazón no deja de latir.

domingo, 22 de abril de 2012

El extraño caso de la mujer transparente




Es difícil explicar como nacen las historias. Es mucho más fácil dar las gracias a los que te ayudan a crearlas. Gracias. 


A veces aún me acuerdo de ella. Con los años, su imagen se ha convertido en una presencia constante en mi memoria, una mancha en un espejo, casi imperceptible pero imborrable. A veces su recuerdo me golpea con la fuerza del dolor reciente. Faltaría a la verdad si dijese que su caso ha llegado a obsesionarme. Es solo que ejerce un peso en mi corazón, que me provoca inexplicables remordimientos pese a que estoy convencido de que hice todo cuanto estaba en mi mano por ayudarla. Su recuerdo arrastra una profunda sensación de fracaso.  Durante algún tiempo repasé las notas y los apuntes del expediente, esperando encontrar ese detalle que pasé por alto, lo que fuera que desencadenó la desgracia. No lo hay. Sigo revisando mis papeles a veces, solo que ya no busco lo que no vi: ahora busco una explicación que le dé sentido a aquellos días terribles. Me hago viejo, empiezo a pensar que simplemente enfoqué mal la investigación; el autentico misterio de aquel caso era la propia Alma.
Entró por primera vez en mi despacho a principios de Octubre. No recuerdo si ese día llovía o era una maravillosa tarde de otoño, ciertos detalles ya han escapado de mi memoria. Sí recuerdo que la estaba esperando. Había tenido la delicadeza de pedir cita previa, aunque sin especificar los detalles que deseaba consultarme, algo que habitualmente no toleraba: me gustan las situaciones claras. Investigué un poco: una mujer decentemente casada, acomodada, pocos amigos y menos aficiones. Con estos datos creí imaginar la razón de su consulta; en mi profesión, cuando una mujer casada pide cita a última hora de la tarde siempre es por un asunto del corazón. Un marido infiel, algún arreglo para lograr un divorcio, chantaje… Debo decir que me producían cierto fastidio esos asuntos, pero el bolsillo manda y yo no podía permitirme el lujo de rechazar a un cliente sin conocer el motivo de su consulta. Así que esperaba con Momo dormitando junto la estufa encendida, el sillón de las visitas en su sitio y más fastidio que curiosidad.
 Su entrada apenas me produjo impresión alguna. Momo levantó la cabeza y olisqueó el aire con poco interés, regresando de inmediato a sus sueños, ignorando por completo a nuestra visita. A primera vista parecía una mujer tan perfectamente normal que nadie se hubiese fijado nunca en ella. Pertenecía a esa marea de seres vulgares y anónimos que pasan por nuestro lado sin que reparemos en su existencia. No era bonita ni fea, vestía un correcto y sencillo vestido gris y, en contra a lo que solía ser habitual en este tipo de visitas, no llevaba velo para ocultar su rostro. Un gesto muy dramático, muy habitual en las mujeres que intentaban pasar desapercibidas; casi ninguna caía en la cuenta de qué llama mucho más la atención una mujer velada entrando en casa de hombre soltero que una dama discreta a cara descubierta.
Se sentó  tras quitarse el abrigo. Me pareció raro que se dejase los guantes, pero pronto ese detalle dejó de llamarme la atención. Había algo mucho más extraño en la mujer que ocupaba mi destartalado sillón. En un principio fui incapaz de identificar de qué se trataba, era algo vago e indefinible… Resultaba imposible adivinar si la habían arrastrado hasta allí los celos, el deseo de venganza o el miedo, porque su expresión era hierática, inexpresiva de un modo antinatural. Tenía la sensación de estar delante de una estatua y no de un ser humano. Era pálida, o tal vez estaba pálida, como hecha de alabastro ligeramente rosado. Sus ojos destacaban sobre su piel radiante porque eran dos manchas oscuras en un rostro que no tenía nada que decir.  Frente a esa serenidad inmutable, me sentí repentinamente incomodo, fuera de lugar en mi propia casa.  No habló, sino que esperó a que fuese yo el que iniciase la conversación. Durante unos segundos, un silencio insoportable cristalizó entre nosotros y la atmosfera de la habitación se volvió dura y fría hasta lo insoportable. Con la primera impresión sentí una aversión visceral por mi invitada y decidí casi al momento que no quería escucharla, que no iba a aceptar su caso por mucho que me pagara.
-Señorita Oliver, no tengo la costumbre de recibir clientes en estas circunstancias. -Fui deliberadamente cortante con ella. Quería que se marchase. La habría echado si hubiese estado en mi mano-. Me gusta saber qué desean consultarme para poder saber a qué atenerme y no perder el tiempo.
Ella alzó los ojos solo un momento, ojos castaños como tantísimos otros, y me miró un segundo tratando de sondearme. Después volvió a bajar la mirada con el gesto de un gato acobardado.
- Yo no suelo actuar de este modo tan poco ortodoxo, señor Alcázares –contestó. Su voz vaciló menos que su mirada-. Desgraciadamente, sospecho que si le hubiese contado el motivo de mi visita no habría accedido a recibirme.
-He tenido clientes muy peculiares, señora. No se me sorprende con facilidad.
Ella no se inmutó, apenas cambio de expresión. Se limitó a volver a contemplarme con aquella mirada fija y vacía.
-Estoy segura de ello, pero mi caso es especial… en un sentido que apenas puedo explicar con palabras.
-Sería muy de agradecer que lo intentase, señora Oliver.
-Por favor, llámeme Alma. Lo hace todo el mundo. -Señaló una pequeña lámpara situada a su espalda-. ¿Le importa?
-Adelante.
Encendió la lámpara y, sin mayores preámbulos, se quitó un guante. La prenda desveló una mano femenina, de esas que no han tenido que estropearse con las labores de la casa. Durante un momento me pregunté qué era lo que pretendía. Lo averigüé muy pronto; la luz, atravesaba la carne de su mano como si fuese seda roja, enredando huesos y venas. Necesité un largo periodo de tiempo para recuperarme de la sorpresa y, por huir de la visión de aquella mano traslucida, me fije en sus ojos. Fue un  error; encontré en ellos una mirada aterrorizada que ya había visto muchos años atrás en otro rostro. Una mirada que intentaba olvidar.
-Señora -logré decir cuando recuperé el dominio de mi mismo-, no veo cómo puedo ayudarla
-Sálveme -me rogó con el tono desesperado de los desahuciados-. Se lo suplico, no puedo acudir a nadie más.
Me sentí abordado de un modo brutal. Aún trataba de sobreponerme a lo que acababa de ver
-¿Qué la salve? Señora, no se está comportando de un modo sensato. ¿Qué pretende que haga? No puedo ayudarla, ni siquiera sé por dónde empezar.  Esto es cosa de un médico. Yo soy consultor legal.
A modo de respuesta, sacó un sobre de su bolso y me lo extendió. La idea de tocarla me produjo escalofríos; evité rozarla y lo recogí haciendo acopio de sangre fría. En su interior había varios pliegues de papel rellenos con una letra pulcra y precisa que me era tremendamente familiar. Casi no necesité ver la firma para saber quién había escrito aquello: no era  la primera vez que mi amigo, el doctor Emilio Casals, me enviaba clientes. Esta vez no podía estarle demasiado agradecido. Fingí leer el informe sin demasiado interés y se lo devolví a su dueña.
-No sé por qué piensa que estos papeles pueden serme de alguna utilidad.
-No los ha leído-me reprochó-. Ahí dice que estoy perfectamente sana. No sufro un problema médico.
-Razón de más.  Aparece usted en mi casa sin dar explicaciones, me expone una situación que escapa por completo a mi entendimiento y me pide, sin preámbulos ni delicadeza, que la salve. No sé qué le ha contado el doctor Casals de mi trabajo, pero estoy seguro de que esto supera mi pobre talento.
-No sé lo que me ocurre mejor que usted. Pierdo color, no puedo decir que me deshago puesto que mi cuerpo conserva la consistencia; no me siento enferma, no estoy débil. Y, sin embargo, temo acabar convirtiéndome en un suspiro. No me pregunté por qué, pero sé que si no lo detengo terminaré por desvanecerme. ¿Le parece poco motivo para solicitar ayuda?
-No he puesto en duda que la necesite, solo le he indicado que yo no puedo prestársela. Su situación es trágica, eso ningún cristiano lo negaría. Aun así,  mis servicios suelen estar dirigidos a situaciones muy concretas. ¿Sospecha que alguien le ha hecho esto? ¿Un veneno tal vez? ¿Tiene usted enemigos? Con ese tipo de asuntos puedo serle de alguna utilidad.
Alma negó con la cabeza.
-Soy una mujer insignificante.
-¿Y su marido?
En este punto mi visita se revolvió en su asiento. La vi morderse los labios un segundo y tardó en responder. He vivido lo suficiente para saber cuándo una mujer no quiere hablar abiertamente de su esposo.
-Él no tiene nada que ver; ni gana ni pierde si me ocurre algo.
-Sentirá su perdida. Tal vez alguien trata de hacerle daño a través de usted.
Alma negó con una sonrisa triste.
-En ese caso, alguien se estaría equivocando de parte a parte.
-Entonces, déjemelo claro: ¿quiere que averigüe si alguien le está haciendo a usted eso?
-No, estoy segura de que mi problema no es de este mundo. Lo que quiero es que me ayude a detenerlo.
Llegados a este punto, mi incomodidad y mi desconcierto habían superado en mucho mi deseo de ser amable.
-Pues vaya a ver a los gitanos, señora Oliver, o a un sacerdote. Porque yo no puedo hacer nada por usted.
-Me llamo Alma. Y el doctor Casals se equivocó con usted. Me dijo que era un caballero.
-Lo soy. Podría ofrecerle mis servicios a precio de oro y no hacer absolutamente nada por usted. Me lo impiden la ética profesional y los escrúpulos. No sé qué problema la ha llevado a su condición actual. Estoy siendo honesto. No creo que pueda serle de alguna utilidad.
-¿Cómo puede saberlo si acaba de decir que no sabe lo que me pasa? -preguntó poniéndose en pie.
Tengo que reconocer que no supe qué debía contestar. Ella aprovechó mi desconcierto para ponerse el abrigo y salir de mi casa sin que yo moviese un solo dedo para impedírselo.
Recuperar la soledad fue un alivio momentáneo. Después me di cuenta de que había dejado sobre la mesa los folios de su informe médico, los que apenas había fingido leer.  Las tardes de un soltero son largas, las de un pobre son más largas aún. Había terminado con el periódico de la tarde, no tenía a donde ir y mis libros eran ya mucho más que viejos conocidos. Miré a Momo; mi perro me observó desde la alfombra, tan aburrido y desganado como yo. Lo normal hubiese sido querer olvidarme de aquella mujer antinatural, pues su recuerdo me producía escalofríos. Y, sin embargo, leí el informe médico; sin sacar nada en claro de él, apenas un rato de distracción y algo de desconcierto. Tiré los folios al interior de la estufa e invité a Momo a subir a mi regazo. Antes de quedarme dormido, ya había resuelto olvidarme por completo de Alma y de su transparencia escalofriante.





jueves, 12 de abril de 2012

Gracias






Gracias


¿Por qué estoy escribiendo una carta de agradecimiento a las dos de la mañana? Porque tengo mucho que agradecer, mucho que agradeceros a todos los que durante estos años os habéis pasado por aquí a leer, a todos los que alguna vez me habéis mandado un mensaje de ánimo o me habéis metido prisa para que colgase pronto el siguiente capítulo (incluso con imaginativas amenazas de muerte).


La Corte de los Espejos ha sido una aventura larga y ardua, tremendamente dura y descorazonadora a veces. Ahora puedo deciros que he llorado de pura impotencia muchas páginas, porque no me veía capaz de continuar la historia. Una vez tuve tantas dudas y me vi tan desbordada que estuve a punto de dejarla. Pensaba que “La Corte” era demasiado proyecto para mí. Y entonces vosotros me rescatasteis, queríais saber más y mis crisis de escritora novata os importaban una santa mierda. Bendito egoísmo de lector.


Os lo he dicho muchas veces: La Corte de los Espejos es vuestra. Y no sé a dónde llegará, no sé que le espera, esto es una aventura y ya sabéis como es la buena épica, nunca deja claro el destino de sus protagonistas. Y aun así esta noche hay algo que sé. Que una vez no dejasteis que me rindiese, que siempre os habéis interesado, que he recibido vuestros dibujos y vuestros correos como lo que son: la bendición de cualquiera que cuenta una historia.


Gracias a vosotros Nicasia sigue con buen pie su camino, despacito porque correr no es lo suyo, pero sin cansarse, sin detenerse, sin miedo a lo que tenga que venir. Y llegará hasta donde pueda. Sin olvidar nunca que la apoyan vuestras manos y vuestro ánimos. Con los pies bien firmes en tierra y los ojos en el horizonte.


Gracias. Es todo lo que puedo decir.

lunes, 5 de marzo de 2012

Yo me quedo

Tengo una hermana viviendo en Berlín, hoy mi hermano se va a Londres dos semanas a echar curriculms. Se va sin saber si va a volver, porque está dispuesto a lo que sea. Los entiendo a los dos; es descorazonador tener formación, talento y ganas de hacer cosas y que tú única perspectiva sea poner cafés en un bar, o repartir periódicos en bicicleta, o machacarte como monitor en un gimnasio donde te ningunean a pesar de que tienes más títulos que el dueño.

Nos hemos ido convirtiendo poco a poco en un país gris y mediocre donde el talento y la iniciativa se ven casi como una amenaza. Aquí solo interesa que vayas a currar, te mates a echar horas y no pienses demasiado. Para pensar ya está tu jefe, y por encima suyo otro jefe y por encima un banco al que no le interesa la rentabilidad ni los planes de futuro ni la calidad de vida de nadie. Ellos solo miran los balances de cuentas. Los hijos de estos mandamases no tienen que coger la maleta para buscarse las papas fuera de nuestras fronteras. Ellos no ven las despedidas en los aeropuertos, las lágrimas, los anhelos y el resentimiento de los que se van. O peor, las ven y no les importa. Es mejor que la gente que piensa más de la cuenta se vaya a ser inteligente fuera, no sea que aquí cambien las cosas y a ellos se le acabe el chollo.

Es una sensación agridulce despedirte de un hermano, deseas que le vaya bien, desearías que no tuviese que irse, comprendes que aquí no hay nada para él. Hay que tener mucho valor para decidir marcharse y dejar todo un mundo atrás. Lo sé porque yo también me fui. Lloré al irme y lloré al volver (porque fracasé y tuve que regresar) Pero aquella experiencia y mis posteriores desventuras laborales me abrieron los ojos. Respeto y animo a todos los que deciden marcharse, admiro su valor y su iniciativa. Con ellos están mis mejores deseos.

Yo me quedo.

Me quedo porque estoy harta de que este sea un país gris, porque aquí hay mucho que hacer, mucho que luchar. Porque quiero que las cosas sean distintas. Alguien tiene que mover al cambio. No digo que vaya ser yo, no me llega el ego para tanto. Soy poca cosa y mis proyectos son humildes. Pero es lo único que tengo: esperanzas en mis proyectos, esperanza en que es mejor hacer poco que no hacer nada, esperanzas para que otros se animen a empezar a hacer. No me resigno al gris, no puedo, mis convicciones no me lo permiten. Aquí me quedaré y montaré un biblioforum, diez si hace falta, y escribiré aunque tenga que pagar para hacerlo. La cultura no interesa a los poderosos, da igual, hay a muchos otros que si, mucha gente que busca iniciativas, que quiere hacer y es necesario crear plataformas para dar un poco de color y variedad a los que no se resignan al futbol y la prensa rosa. Pensaré, dejaré constancia de lo que pienso, no porque tenga razón, no porque me considera más lista o mejor, sino para que otros piensen conmigo. Para romper la cadena de resignación. Quizás sea un esfuerzo inútil. No lo sabré si no lo intento. Me asusta más quedarme de brazos cruzados que fracasar intentando que cambie algo. Porque si algún día tengo hijos no quiero que tengan que irse lejos a buscarse la vida.