domingo, 17 de marzo de 2013

Incertidumbre.


Tengo un amigo que era creyente. Y practicante, además. No era católico, pero eso da igual, lo mismo daría si fuese musulmán o judío. Era un hombre de creencias firmes, convencido de que su vida formaba parte de un plan divino mucho más grande y más importante que él. También era un hombre feliz, creía en un Dios todopoderoso y amable que le hablaba de amor y justicia, que le había dado unas reglas para dirigir su vida. Caminaba por una senda segura, con la confianza de quien sabe que hallará consuelo en cualquier situación y respuesta para sus angustias. Y quería ayudar, quería compartir la felicidad de su doctrina, la única y verdadera, con todos los que no pensaban como él. Con los equivocados. Quería hacerles partícipes de su felicidad, ofrecerles la oportunidad de alcanzar la salvación en el más allá y la plenitud en vida. Se convirtió en predicador, se armó de la palabra divina y la llevó de calle en calle. Puso la otra mejilla ante cada puerta cerrada. No importaba, el mundo estaba lleno de puertas y cada alma recolectada era un tesoro.
Por supuesto, para gozar del derecho de esta vida de beatitud y seguridad era necesario seguir una reglas estrictas, unas leyes inviolables: celibato estricto antes del matrimonio, relacionarse solo con quien pertenece a tus mismas creencias, evitar ciertas y peligrosas lecturas, confiar en la palabra de los que llevaban más años que tú estudiando las escrituras y, sobre todo, huir de las dudas; las dudas son semillas plantadas por el diablo.
Él obedecía, y era feliz. Vivía con tal certeza que seguramente nunca se imaginó que un día renunciaría a sus creencias.
¿Qué pasó? ¿Qué hace que alguien que cree vivir según las reglas más correctas un día decida renunciar a ellas? Eso fue lo que le pregunté la primera vez que me contó su historia. Me sonrió, más bien estiró los labios, como la reacción amable una pregunta que ya le habían hecho muchas veces.
“Simplemente llega el día en que ya no te lo crees”, contestó, “porque miras a tu alrededor y solo ves contradicciones. Lees, aprendes…y sacas conclusiones. Quizás no fuesen correctas, pero eran mis conclusiones. Una vez que cruzas una línea y encuentras ciertas respuestas no puedes volver a ver el mundo como lo hacías antes. Una mente inquieta puede ser una autentica maldición. Quizás no he sido lo bastante inteligente como para casar mis antiguas creencias con lo que había fuera de ellas. Fui incapaz de encontrar el punto de equilibrio”.
Y su comunidad le dio la espalda. Cuando te conviertes en una oveja negra, todo el mundo tiene miedo de que despintes. Las ideas son contagiosas, la incertidumbre es una enfermedad incurable y sus síntomas son terroríficos.
Tras escuchar su historia le hice la otra pregunta de perogrullo, la que ha debido escuchar más de mil veces: “¿Y ahora qué piensas de Dios?” Me vuelvo a encontrar con la máscara de una sonrisa. “Ya lo averiguaré; antes o después, lo averiguaremos todos”.

1 comentario:

Beatriz dijo...

Gran tema, tremendamente familiar para mí... Mi propio libro sobre el tema (al menos ése es el tema que subyace): http://filocoaching.com/novela-lluvia-de-domingo/ Te sigo, gracias!! Beatriz