lunes, 3 de marzo de 2008

Donde se explica la discreción de los burdeles y se habla con buenos amigos

Siempre se ha dicho que cuanto más caro es un burdel, más discreto es el edificio donde está, según esta regla de tres el local de Marsias debía ser carísimo, porque por no tener no tenía ni nombre. Los habituales del negocios solían decir que iban a “darse un baño” o “donde Marsias” y no era necesario añadir nada más. El local estaba tan cerca de los jardines de palacio que desde dentro se podían escuchar el trino de los pájaros o el cantar de los grillos. Se trataba de una casa antigua protegida por un muro pintado de color albero algo desconchado por el que trepaban las hiedras y las parras. La puerta era una verja verde que daba a un patio con baldosas de barro cocido, adornado con macetas y setos pulcramente podados. En el centro una fuente de mármol dejaba ver a un fauno de expresión burlona que vaciaba su vejiga sin parar. Tras aquel patio había una gran pared encalada, balcones con las persianas cerradas cal y canto, jazmines y una gran puerta de roble con un aldabón bastante impresionante.
Nicasia conocía aquel sitio de sobra, en parte se había construido gracias a ella y en parte estaba ligada a ciertos recuerdos de esos de los que no gusta hablar. Aun así cuando agarró el aldabón para llamar, no dejaba de pensar en qué demonios se iba a encontrar dentro, la casa de Marsias era un pozo de sorpresa y esta vez no iba a ser una excepción. Mesalina se encargó de abrir la puerta y la nocker se quedo totalmente pasmada al verla.
-¿De qué cojones vas vestida?-logró preguntar cuando consiguió recuperarse de la impresión.
-¿Te gusta?-Mesalina se aparto el pelo de la cara con una sonrisa coqueta-Es algo de los humanos, tengo un cliente al que le encanta…
-¿Se supone que esas cosa ridícula que llevas encima es lo que yo creo?
-¿Una armadura? pues sí, se ve que los humanos no han visto muchas.
-¿Y tenía que ser tan jodidamente…rosa?
-Insistió mucho en lo del rosa, en eso y en las cadenas- Comentó haciéndolas tintinear
-Cojones, y yo pensaba que las cadenas eran lo único normal de tu atuendo.
-Exigencias del cliente-Comentó invitándola a pasar -¿vienes a ver a Marsias? Estas de suerte, es su noche libre.
Ambas empezaron a andar, tras la puerta había un jardín muy extenso, lleno de arboles y senderos de tierra, iluminado por algunas linternas discretamente colgadas de las ramas, Nicasia estaba muy orgullosa de aquellas luces tenues, las había diseñado con cariño, a simple vista parecían lámparas de papel llenas de luciérnagas y daban un encanto especial a la escena. Entre los árboles se alzaban algunos edificios bajos, de color rojo terroso con varias puertas, los moradores del burdel los llamaban “los aposentos” y dentro ocurrían cosas tan sumamente jugosas que cualquier chantajista se habría dejado mutilar con gusto solo para poder espiar varios segundos detrás de una de ellas. Nicasia jamás los usaba, sabía que uno de los negocios de la casa era el chantaje, sobre todo porque las mirillas secretas también eran cosa suya. Mientras caminaba su acompañante no dejaba de cotillear sobre su nuevo y exótico cliente, al los diez segundo la nocker había dejado de escucharla. Mesalina era una sátira increíblemente hermosa, tenía la piel morena y los ojos castaños como la madera vieja, el cabello le caía hasta la cintura en una cascada de rizos de color miel y caminaba como si sus pezuñas no tocasen el suelo. Había nacido para ejercer el oficio más antiguo del mundo, le encantaba, realmente era viciosa hasta la medula pero sabía cubrir sus vicios con tanta gracia que resultaba intoxicante. Ella y Marsias eran un equipo terrible y habían convertido un burdel del tres al cuarto en un negocio tan rentable que era casi respetable. Tras un corto paseo en el que su acompañante no se quedo callada ni un segundo, llegaron hasta el rincón del jardín donde solía descansar el patrón.
-Os dejo a solas-comento Mesalina con una sonrisa picara que Nicasia odiaba con toda su alma-tengo que teñirme el pelo de verde.
-No des tantos puñeteros detalles. Puede que esto sea una casa de putas, pero vosotros dos lo acabareis convirtiéndolo en un manicomio.
-Te veo gruñona, bueno seguro que eso lo puede arreglar Marsias- la sátira le guiñó un ojo con picardía mientras se marchaba.
-No creo que se pueda ser mas zorra- Murmuró la nocker sin estar segura de que porque estaba tan enfadada. Aquella muchachuela la sacaba de quicio.
-Pues yo espero que si se pueda- Lo voz que pronunció estas palabras era ronca y grave, cargada de malicia. Nicasia se dio la vuelta hacia quien había dicho semejante burrada, Marsias estaba cómodamente instalado en su hamaca. Era un sátiro gordo y corpulento, que solía preferir llevar encima la menor cantidad ropa posible, no importaba el frío que hiciese. Tenía una densa barba negra, a juego con su pelo largo, muy rizado y lucía pintoresca colección de tatuajes por todo el cuerpo. No era lo que podía llamarse un tipo guapo, pero tenía algo ancestral y salvaje que podía volver loco a cualquiera. El sátiro se incorporó rascándose, al tiempo que ahogaba un bostezo.
-Hacía mucho tiempo que no venias a verme, te he echado de menos.
-Guarda esas imbecilidades para los clientes a los que necesitas engañar. Yo sé de sobra lo que hay.
-Y tú guarda el veneno para alguien que se lo merezca más que yo, eres mi amiga, no mi clienta. ¿Te he cobrado alguna vez?
-¿Te he cobrado yo?-Contestó Nicasia echando chispas
-Vaya, si que estas enfadada. Entremos en casa, empezaremos la conversación de nuevo. ¿Te apetece beber algo?
-Absenta
-Te diría que es un poco temprano para empezar tan fuerte, pero… ¿Quién soy yo para moderar los vicios de nadie?
-Eso, cállate y no jodas.
En contra de lo que pudiese parecer, el sátiro tenía su casa muy ordenada y llena de libros. Aquel rincón era su santuario, dentro no se ejercía bajo ningún concepto, allí podía desconectar, su santuario, como solía llamarlo. El patascabra sacó una botella de barro y dos vasos, los puso sobre la mesa y acercó unas sillas de aspecto confortable, ofreciéndole asiento a su invitada con un gesto galante.
-Lo de que hacía mucho que no venías es totalmente cierto-dijo Marsias mientras quemaba su azucarillo-Y la última vez no estuvo mal.
-Tengo mucho trabajo y otros asuntos que no son trabajo pero que joden como si lo fuesen. Además Dujal ha estado en casa y me ha robado, tengo que encontrarle.
El sátiro suspiró dramáticamente y le dio un sorbo a su vaso.
-¿Ya estáis los dos otra vez? Lo hace porque adora picarte y tú te dejas. Es una historia de nunca acabar.
-Quiere retarme una y otra vez, y yo nunca lo dejaré ganar.
-Drógalo y mételo en tu cama de una vez, veras como te deja en paz.
Nicasia dio un golpe en la mesa.
-Una gilipollez más y te tragas el vaso-Le dijo en un tono que no admitía bromas.
-Vale ¿en qué te puedo ayudar?-Contestó su amigo conciliador.
-Me ha robado la cabeza de una mis marionetas, si quiere venderla tarde o temprano tú te enterarás.
-Puede que la gente sea retorcida ¿pero para qué sirve media marioneta?
-Sé que quien la compre no querrá nada bueno para mí.
-Creo que estas un pelín paranoica ¿Cuánto haces que no duermes?-Marsias la miró con preocupación
-¿Y a ti qué coño te importa?

El sátiro acercó su silla a la de Nicasia y le cogió una mano. Comparada con la suya la del sátiro era enorme.
-Estas cansada y sacas las cosas de quicio. Creo que es hora de que te vayas a la cama- Le aconsejó acariciándole la mano.
-¿Pero qué mierdas estas dicie…
No pudo terminar la frase, al cogerla Marsias había susurrado un hechizo de sueño. Sabía que a veces Nicasia podía pasarse días y días sin dormir, enfrascada en un invento o en alguno de sus asuntos turbios y entonces conducta se volvía algo errática. La tumbó sobre un montón de cojines, le quitó el aparato y la tapo con una manta.
-Mañana seguirás con este jueguecito, iré a ver si me entero de algo.

El patacabra salió de la habitación con mucho cuidado de no despertar a su invitada. Si quería enterarse de que estaba pasando realmente entre aquellos dos, sería conveniente hacer algunas averiguaciones, por suerte Marsias sabía exactamente a quienes debía acudir.

Serpientes y cloacas


El otoño comenzaba a entrar con fuerza, así que las puestas de sol eran más largas y románticas, los árboles dejaban caer sus doradas hojas para cubrir el suelo con hermosas alfombras que era agradable pisar y el aire olía a tierra húmeda. Desgraciadamente, para Nicasia la llegada del otoño solo se traducía en que soplaba un viento de mil demonios, oscurecía antes y empezaba la humedad. Ni siquiera eso, en aquellos momentos solo pensaba en la mejor manera de atrapar un gato; los gatos, como todos sabemos, son rápidos y escurridizos, demasiado rápidos para alguien de movilidad limitada, además esas pequeñas bestias saben esconderse a conciencia y ocultar su rastro. Hace falta un cazador muy bueno para atraparlos y ella no lo era, pero conocía a alguien que tenía todas las cualidades necesarias y alguna más. Encontrarlo no era muy difícil, solo hacía falta llegar a un sitio discreto. En este caso se trataba del típico callejón sin salida, estrecho, oscuro y maloliente, cercado por altas paredes grises al que no daba ninguna ventana, básicamente porque nadie en sus cabales querría ver un sitio tan deprimente como ese. Encontrar dicho callejón no era difícil, estaba justo a las espaldas de la Carbonería. Así que solo que tuvo que salir por la puerta de atrás de su taller, sacar un trozo de carbón del bolsillo y dibujar un agujero en el suelo al tiempo que murmuraba:
Para mi entrada,
Para ti salida
Para nadie más vista

El dibujo vibro un segundo sobre el suelo y luego se hizo real. Nicasia se aseguro de estar a salvo de miradas malintencionadas y se adentro en las alcantarillas. No se molestó en andar mucho, casi a los pies de la entrada se formaba una gran piscina de agua estancada. Hace no mucho aquel lugar estaba lleno de ratas, pero la verdad es que últimamente estaba limpio de plagas.
-!!!Patrick¡¡¡Deja de jugar, sé que estas ahí- Gritó
La mitad superior de una cabeza salió del agua, tenía una escasa cresta de pelo verdoso, la piel era pálida también en tono verde, y estaba adornada con unos inquietantes ojos de serpiente, tras la cabeza acabó por salir un cuerpo alto, delgado y atlético. Vestía un jersey que le estaba enorme en todos los aspectos y un pantalón negro que le venía ancho. Estaba descalzo y por supuesto empapado hasta los huesos, aun así el chico la levanto del suelo y la abrazó como si la nocker se hubiese convertido en un peluche con mala leche.
-Vale, vale- Dijo Nicasia intentando volver a la seguridad del suelo -Yo también me alegro de verte. De hecho vengo a proponerte un juego.
Patrick, que era el nombre del muchacho serpiente, la soltó con delicadeza y se quedo mirándola con curiosidad.
-Se trata de Dujal, necesito que lo encuentres. Tú puedes hacerlo.
El muchacho asintió en silencio, con una sonrisa que en otra cara quizás habría sido bonita, pero en la de Patrick solo parecía fascinantemente peligrosa.
-Quieres que salga de caza-Dijo bastante contento.
-Sí, quiero que salgas de caza, nadie tiene mejor olfato que tu. Pero no quiero que te lo comas, recuerda que ya no haces eso. Bueno, ya casi no haces eso.
Patrick hizo una mueca de desencanto, sin embargo asintió de nuevo y regresó al agua.
-Lo encontraré. Si se esconde, yo sabré donde.
-No lo dudo-Asintió la peliblanco.
Escucho un chapoteo mientas una boa enorme se deslizaba por la cañería. Nicasia se dispuso a salir, bueno Patrick casi seguro que daba con Dujal, además ya le había dado de comer la semana pasada. Aún no debía tener demasiada hambre.
Solo quedaba una visita por hacer. Luego a esperar.

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Sobre una marioneta perdida y lo que dijo un espejo roto


En el mundo había dos cosas que nadie diría que se le daban bien; una era silbar y la otra sonreír. Lógico, puesto que Nicasia casi nunca hacia ninguna de estas cosas en público, una lástima porque pese a que la mayoría de las hadas piensan que tanto goblins como nockers carecen por completo de sensibilidad musical, lo cierto era que tenía muy buen oído y un talento natural para no desafinar que hubiese sorprendido a más de uno. Lo de sonreír quizás le salía algo peor, parecía una mueca más que una sonrisa propiamente dicha, pero le iluminaba la cara y conseguía que sus ojos parecieran más amables. Lástima que hiciera estas cosas muy, muy poco. Sin embargo, casi todos los lunes por la tarde, cuando por fin se decidía a salir del taller para dirigirse a su cuarto, Nicasia solía silbar algo alegre y su mirada era casi cálida.
Aquel lunes, como tantos otros entró en su estudio tarareando, se quitó los guantes, colgó el chaqué en el perchero que había junto al espejo, lanzó los tirantes a una silla y se acomodo en su viejo sillón de orejas, suspiró de alivio cuando por fin pudo quitarse el aparato ortopédico de la pierna y mandar los zapatos bien lejos. Cerca, en una mesita auxiliar aguardaban alineadas sus herramientas de tallar. Las estanterías de la habitación estaban cubiertas de marionetas y autómatas de madera, todos hechos por ella. Le relajaba, después de un largo día devanándose los sesos con un duro problema de geomántica, o tras una odiosa jornada mediando en absurdas intrigas políticas, no había nada mejor que coger un bloque de madera y darle forma durante horas, sin pensar en nada, mientras los problemas se quedaban al otro lado de la puerta. Luego cuando acababa una marioneta la hacía bailar en el aire con un hechizo. Si alguien la hubiese visto entonces se lo habría pensado dos veces antes de llamarla bruja malvada o cualquier otra cosa por el estilo. El día que nos ocupa, como mucho otros, Nicasia pensaba pasarse la tarde tallando, ya se había sentado y acababa de alargar la mano para coger la cabecita en la estaba trabajando, cuando se dio cuenta de que no estaba. La nocker se vio obligada a caminar a la pata coja por toda la habitación buscándola, no la había sacado de aquel cuarto y cada segundo que pasaba sin resolver el misterio se iba poniendo más y más furiosa. Finalmente tiró de una cadena dorada que había junto al escritorio varias veces con todas sus fuerzas. Suerte que no tenía demasiada, sino la habría arrancado. Al momento, Traspiés estaba abriendo la puesta visiblemente asustado.
-¿Ocurre algo Nicasia?-Pregunto sabiendo de sobra que algo pasaba
-¡No! Es que me gusta hacer sonar la campana! ¿Eres imbécil o has cagado el cerebro? ¡Claro que pasa algo! ¿Alguien ha limpiado hoy aquí?
-Que va, te llevaste la llave.
-¡Maldita sea mi sangre! ¿Alguien ha estado por estos pasillos?
El boogan se paró a pensar un segundo y finalmente negó con la cabeza. Nicasia maldijo en voz bajo y Traspiés decidió irse discretamente, antes de que la cosa empeorara. Por mucho que lo intentaba no conseguía reconstruir que había hecho antes de salir por la mañana. Finalmente puso la mano sobre un espejo que colgaba semi oculto en la pared y le preguntó:
-Ayúdame a recordar, despierta y habla cacharro del demonio ¿quien ha estado aquí hoy?
El espejó se nubló un segundo
-Solo tu entraste y saliste-Respondió una voz lejana y algo siniestra.
Nicasia se quedó pensativa, aquello era del todo imposible, entonces una idea pasó por su mente, más dolorosa que una cuchillada.
-¿Ha entrado algún animal?-Casi adivinaba la respuesta
-Un gato negro-Dijo el espejo.
La nocker gritó y le dio un puñetazo al espejo, miles de trocitos volaron por el aire un segundo, luego disciplinadamente volvieron a su sitio y la superficie del espejo recupero su aspecto, como si no hubiese pasado nada. Bueno había pasado, porque tenía los nudillos de la mano derecha hechos un asco, pero en aquel momento no parecía importarle demasiado.
-¡Dujal!¡Escoria felina!¡ Hijo de mala gata! Desdichado aborto de hada. Lo sabía, tenía que ser él, miserable montón de mierda, esta vez lo capo. Voy a librar al mundo de su descendencia. Hay que tener valor, menudo cabrón. Pues él se lo ha buscado.
Con estas hermosas palabras Nicasia volvió a ponerse su aparato ortopédico, recuperó sus tirantes y cogió del armario su trabuco y un viejo abrigo largo de cuero. Tocaba salir de caza.

A los caminantes

Antes de empezar, caminante es mejor que sepas que no hay ladrón mas pobre que el que roba las ideas ajenas, ya que es un modo de reconocer que hasta la imaginación la tiene escasa. Para quienes ademas de la imaginación, también tienen escasos el amor propio y la vergüenza, aviso que todo lo que aquí se escribe está debidamente registrado. Sé que mi propiedad intelectual no es gran cosa, pero es mía. Así que no jodamos.
Y después de las advertencias vienen los agradecimientos, muchas gracias a todos los que habéis leído y habéis pedido más, a los que me exigís que me ponga las pilas, a los que preguntáis que va a pasar. Me hacéis muy feliz y, la verdad, cuando empece a escribir esta historia nunca pensé que alguien acabaría leyéndola. Es el mejor de los comienzos.