Siempre se ha dicho que cuanto más caro es un burdel, más discreto es el edificio donde está, según esta regla de tres el local de Marsias debía ser carísimo, porque por no tener no tenía ni nombre. Los habituales del negocios solían decir que iban a “darse un baño” o “donde Marsias” y no era necesario añadir nada más. El local estaba tan cerca de los jardines de palacio que desde dentro se podían escuchar el trino de los pájaros o el cantar de los grillos. Se trataba de una casa antigua protegida por un muro pintado de color albero algo desconchado por el que trepaban las hiedras y las parras. La puerta era una verja verde que daba a un patio con baldosas de barro cocido, adornado con macetas y setos pulcramente podados. En el centro una fuente de mármol dejaba ver a un fauno de expresión burlona que vaciaba su vejiga sin parar. Tras aquel patio había una gran pared encalada, balcones con las persianas cerradas cal y canto, jazmines y una gran puerta de roble con un aldabón bastante impresionante.
Nicasia conocía aquel sitio de sobra, en parte se había construido gracias a ella y en parte estaba ligada a ciertos recuerdos de esos de los que no gusta hablar. Aun así cuando agarró el aldabón para llamar, no dejaba de pensar en qué demonios se iba a encontrar dentro, la casa de Marsias era un pozo de sorpresa y esta vez no iba a ser una excepción. Mesalina se encargó de abrir la puerta y la nocker se quedo totalmente pasmada al verla.
-¿De qué cojones vas vestida?-logró preguntar cuando consiguió recuperarse de la impresión.
-¿Te gusta?-Mesalina se aparto el pelo de la cara con una sonrisa coqueta-Es algo de los humanos, tengo un cliente al que le encanta…
-¿Se supone que esas cosa ridícula que llevas encima es lo que yo creo?
-¿Una armadura? pues sí, se ve que los humanos no han visto muchas.
-¿Y tenía que ser tan jodidamente…rosa?
-Insistió mucho en lo del rosa, en eso y en las cadenas- Comentó haciéndolas tintinear
-Cojones, y yo pensaba que las cadenas eran lo único normal de tu atuendo.
-Exigencias del cliente-Comentó invitándola a pasar -¿vienes a ver a Marsias? Estas de suerte, es su noche libre.
Ambas empezaron a andar, tras la puerta había un jardín muy extenso, lleno de arboles y senderos de tierra, iluminado por algunas linternas discretamente colgadas de las ramas, Nicasia estaba muy orgullosa de aquellas luces tenues, las había diseñado con cariño, a simple vista parecían lámparas de papel llenas de luciérnagas y daban un encanto especial a la escena. Entre los árboles se alzaban algunos edificios bajos, de color rojo terroso con varias puertas, los moradores del burdel los llamaban “los aposentos” y dentro ocurrían cosas tan sumamente jugosas que cualquier chantajista se habría dejado mutilar con gusto solo para poder espiar varios segundos detrás de una de ellas. Nicasia jamás los usaba, sabía que uno de los negocios de la casa era el chantaje, sobre todo porque las mirillas secretas también eran cosa suya. Mientras caminaba su acompañante no dejaba de cotillear sobre su nuevo y exótico cliente, al los diez segundo la nocker había dejado de escucharla. Mesalina era una sátira increíblemente hermosa, tenía la piel morena y los ojos castaños como la madera vieja, el cabello le caía hasta la cintura en una cascada de rizos de color miel y caminaba como si sus pezuñas no tocasen el suelo. Había nacido para ejercer el oficio más antiguo del mundo, le encantaba, realmente era viciosa hasta la medula pero sabía cubrir sus vicios con tanta gracia que resultaba intoxicante. Ella y Marsias eran un equipo terrible y habían convertido un burdel del tres al cuarto en un negocio tan rentable que era casi respetable. Tras un corto paseo en el que su acompañante no se quedo callada ni un segundo, llegaron hasta el rincón del jardín donde solía descansar el patrón.
-Os dejo a solas-comento Mesalina con una sonrisa picara que Nicasia odiaba con toda su alma-tengo que teñirme el pelo de verde.
-No des tantos puñeteros detalles. Puede que esto sea una casa de putas, pero vosotros dos lo acabareis convirtiéndolo en un manicomio.
-Te veo gruñona, bueno seguro que eso lo puede arreglar Marsias- la sátira le guiñó un ojo con picardía mientras se marchaba.
-No creo que se pueda ser mas zorra- Murmuró la nocker sin estar segura de que porque estaba tan enfadada. Aquella muchachuela la sacaba de quicio.
-Pues yo espero que si se pueda- Lo voz que pronunció estas palabras era ronca y grave, cargada de malicia. Nicasia se dio la vuelta hacia quien había dicho semejante burrada, Marsias estaba cómodamente instalado en su hamaca. Era un sátiro gordo y corpulento, que solía preferir llevar encima la menor cantidad ropa posible, no importaba el frío que hiciese. Tenía una densa barba negra, a juego con su pelo largo, muy rizado y lucía pintoresca colección de tatuajes por todo el cuerpo. No era lo que podía llamarse un tipo guapo, pero tenía algo ancestral y salvaje que podía volver loco a cualquiera. El sátiro se incorporó rascándose, al tiempo que ahogaba un bostezo.
-Hacía mucho tiempo que no venias a verme, te he echado de menos.
-Guarda esas imbecilidades para los clientes a los que necesitas engañar. Yo sé de sobra lo que hay.
-Y tú guarda el veneno para alguien que se lo merezca más que yo, eres mi amiga, no mi clienta. ¿Te he cobrado alguna vez?
-¿Te he cobrado yo?-Contestó Nicasia echando chispas
-Vaya, si que estas enfadada. Entremos en casa, empezaremos la conversación de nuevo. ¿Te apetece beber algo?
-Absenta
-Te diría que es un poco temprano para empezar tan fuerte, pero… ¿Quién soy yo para moderar los vicios de nadie?
-Eso, cállate y no jodas.
En contra de lo que pudiese parecer, el sátiro tenía su casa muy ordenada y llena de libros. Aquel rincón era su santuario, dentro no se ejercía bajo ningún concepto, allí podía desconectar, su santuario, como solía llamarlo. El patascabra sacó una botella de barro y dos vasos, los puso sobre la mesa y acercó unas sillas de aspecto confortable, ofreciéndole asiento a su invitada con un gesto galante.
-Lo de que hacía mucho que no venías es totalmente cierto-dijo Marsias mientras quemaba su azucarillo-Y la última vez no estuvo mal.
-Tengo mucho trabajo y otros asuntos que no son trabajo pero que joden como si lo fuesen. Además Dujal ha estado en casa y me ha robado, tengo que encontrarle.
El sátiro suspiró dramáticamente y le dio un sorbo a su vaso.
-¿Ya estáis los dos otra vez? Lo hace porque adora picarte y tú te dejas. Es una historia de nunca acabar.
-Quiere retarme una y otra vez, y yo nunca lo dejaré ganar.
-Drógalo y mételo en tu cama de una vez, veras como te deja en paz.
Nicasia dio un golpe en la mesa.
-Una gilipollez más y te tragas el vaso-Le dijo en un tono que no admitía bromas.
-Vale ¿en qué te puedo ayudar?-Contestó su amigo conciliador.
-Me ha robado la cabeza de una mis marionetas, si quiere venderla tarde o temprano tú te enterarás.
-Puede que la gente sea retorcida ¿pero para qué sirve media marioneta?
-Sé que quien la compre no querrá nada bueno para mí.
-Creo que estas un pelín paranoica ¿Cuánto haces que no duermes?-Marsias la miró con preocupación
-¿Y a ti qué coño te importa?
El sátiro acercó su silla a la de Nicasia y le cogió una mano. Comparada con la suya la del sátiro era enorme.
-Estas cansada y sacas las cosas de quicio. Creo que es hora de que te vayas a la cama- Le aconsejó acariciándole la mano.
-¿Pero qué mierdas estas dicie…
No pudo terminar la frase, al cogerla Marsias había susurrado un hechizo de sueño. Sabía que a veces Nicasia podía pasarse días y días sin dormir, enfrascada en un invento o en alguno de sus asuntos turbios y entonces conducta se volvía algo errática. La tumbó sobre un montón de cojines, le quitó el aparato y la tapo con una manta.
-Mañana seguirás con este jueguecito, iré a ver si me entero de algo.
El patacabra salió de la habitación con mucho cuidado de no despertar a su invitada. Si quería enterarse de que estaba pasando realmente entre aquellos dos, sería conveniente hacer algunas averiguaciones, por suerte Marsias sabía exactamente a quienes debía acudir.
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